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Jorge Alberto Gudiño Hernández

11/02/2017 - 12:00 am

El bienestar colectivo

Manejo rumbo a la escuela de los niños. Espero a que el semáforo se ponga en verde. A mi izquierda, avanzan otros automóviles en sentido contrario. El flujo disminuye. Nosotros seguimos parados. De pronto, un microbús decide rebasarnos a todos, confiando en su suerte. Lo predecible: justo cuando está por llegar al semáforo, se topa […]

Estamos encerrados en vehículos diseñados para ir a cien kilómetros por hora y apenas alcanzamos promedios de una quinta parte… Foto: Cuartoscuro

Manejo rumbo a la escuela de los niños. Espero a que el semáforo se ponga en verde. A mi izquierda, avanzan otros automóviles en sentido contrario. El flujo disminuye. Nosotros seguimos parados. De pronto, un microbús decide rebasarnos a todos, confiando en su suerte. Lo predecible: justo cuando está por llegar al semáforo, se topa de frente con un coche que va en su carril. Provoca caos, pitidos, indignación. Todos perdemos el siga debido al embotellamiento generado. Tras maniobrar un buen rato, el microbús pasa, desatora el asunto. Tal vez se haya ahorrado tres minutos. Tal vez. No mucho más. El resto los perdimos. Si se multiplica, no hay forma de justificar su imprudencia.

Llego a tiempo a la escuela. Me despido de mis hijos y camino hacia el sitio donde estacioné mi coche. Me topo con Rodrigo Díaz (@pedestre). Un tipazo. Urbanista, arquitecto, especialista en temas de movilidad (deberían seguirlo en twitter). También amigo, sobre todo, y padre de una encantadora niña que va a la escuela con mi hijo mayor y de un pequeño que es más pequeño que mi hijo menor.

Platicamos. No le cuento el desaguisado pero le planteo una hipótesis: la de que conferimos cierta intencionalidad a los automovilistas que buscan algo diferente que nosotros. Una falsa intencionalidad. Se lo explico con calma, intentando no confundirme. Cuando el microbús se fue, casi esperábamos un acto de indulgencia de parte de quienes ya tenían el siga: deberían dejarnos pasar, toda vez que fuimos víctimas de la prepotencia de un sujeto. Al no permitirnos hacerlo, entonces se volvieron malos, el enemigo. Queda claro que es una exageración pero pensamientos parecidos afloran en ocasiones de tráfico intenso e impotencia.

Didáctico como siempre ha sido, me explica que el problema es la frustración. Estamos encerrados en vehículos diseñados para ir a cien kilómetros por hora y apenas alcanzamos promedios de una quinta parte. Además, viajamos solos cuando tenemos espacio para cuatro, cinco o más pasajeros. Ocupamos un espacio excesivo, entonces, consumiendo combustible caro para un medio de transporte poco eficiente y lento. De ahí nuestra frustración. Nuestras respuestas sólo pueden llevar al enojo.

Me platica de varios estudios sociológicos sobre el tránsito. Me recomienda bibliografía. Antes de despedirnos me hace una pregunta. Es el punto de partida de un estudio real y serio: “¿qué es mejor: conservar tu carril todo el tiempo o ir cambiando a cada rato?”.

La respuesta no es tan sorprendente pero lleva a varias reflexiones. Aclaro a tiempo: los datos que presentaré ahora no son reales, apenas ejemplificativos. Supongamos que si uno hace determinado trayecto conservando su carril, éste le tomará una hora. Si cambia de carril, serán cincuenta y cinco minutos. La ganancia es tan inmediata como conveniente. Salvo por un asunto: si nadie se cambia de carril, entonces todos hacen cincuenta minutos.

Es claro que, nuestro problema vial estriba, en alguna medida, en nuestra nula educación y conciencia colectiva. De ahí que todos nos cambiemos de carril. Ignoro cuál sea el resultado numérico pero seguro esta forma de conducción provoca que todos manejemos más de una hora. Y eso cuando un automovilista en particular (o chofer de microbús) no tiene una ocurrencia que termina sumando minutos al tránsito de todos.

Nos despedimos contentos por la plática. Regreso a casa. Como es predecible, pronto un conductor decide hacer algo por su propio bien. Es el turno del repartidor de refrescos que se estaciona en doble fila en una calle de tres carriles donde nadie debería estar parado. Las consecuencias son inmediatas: él puede hacer su entrega sin caminar demasiado; nosotros, el resto de los conductores, acumulamos más minutos a nuestra frustración.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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