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Francisco Ortiz Pinchetti

11/12/2020 - 12:04 am

Riesgos de la nostalgia

Esta vez, ni modo, no puede haber convivencia, ni apapachos, ni intercambio presencial de regalos. Tampoco romeritos, pavo al horno y bacalao. Ni ponche con piquete. Ni piñata para los niños. Ni parabienes con abrazo. Ni posada con los peregrinos, letanía y colaciones.

Suena muy fuerte decirlo: esta vez la Navidad es diferente. Foto: Crisanta Espinosa, Cuartoscuro.

Por supuesto que se entiende. La nostalgia es consustancial de las fiestas navideñas. Por eso nos jalan tan fuerte: son literalmente entrañables. Sobre todo la cena de Noche Buena en familia, con nuestros seres queridos, con nuestros padres y abuelos. Lo traemos de nacencia, dicen en el pueblo. O cuando menos de infancia, digo yo.

Suena muy fuerte decirlo: esta vez la Navidad es diferente.

Esta vez, ni modo, no puede haber convivencia, ni apapachos, ni intercambio presencial de regalos. Tampoco romeritos, pavo al horno y bacalao. Ni ponche con piquete. Ni piñata para los niños. Ni parabienes con abrazo. Ni posada con los peregrinos, letanía y colaciones.

Por supuesto que se entiende. Es la nostalgia, descrita según alguna definición como “un sentimiento de anhelo por un momento, situación o acontecimiento del pasado”. Es la añoranza pura, que al no alcanzarla se traduce en esa “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”.

Es la saudade de los gallegos y los portugueses: “soledad, nostalgia, añoranza”, según la RAE. Una palabra indescifrable a cabalidad, porque involucra sentimientos muy de adentro. Como los que provoca la Navidad.

El riesgo, en serio, es que la nostalgia, la saudade, nos gane.

Hay que escuchar a la Canciller alemana, Ángela Merkel, al suplicar ante el Parlamento de su país por medidas drásticas, “cierre total” durante las fiestas navideñas de este año, ante la contundencia de más de 590 británicos muertos por COVID-19 en un solo día.

La mandataria consideró que estas tradiciones de las fiestas “no son aceptables si el precio a pagar es que la cifra diaria de muertos alcance semejante cifra”.

Y con voz entrecortada, “a punto de las lágrimas” según las crónicas, dijo:

“A partir de hoy, quedan exactamente 14 días hasta Navidad. Y debemos hacer todo lo posible para no tener de nuevo un aumento exponencial de contagios. Solo quiero decir una cosa: si de aquí a Navidad tenemos muchos contactos y, finalmente resulta que es la última Navidad que celebramos con los abuelos, habremos fallado en algo, y eso no puede suceder”.

Enseguida comentó sobre la decisión adoptada la semana pasada entre su Gobierno y los poderes regionales para prolongar las restricciones vigentes hasta el 10 de enero: “Lo siento, de corazón, por todos aquellos que sufren la dureza de la situación”, como la supresión de los “puestos” decembrinos en las calles de las ciudades alemanas, donde se vende vino caliente y otros antojos, una tradición centenaria.

En México estaremos antes de finalizar este mes en los 120 mil fallecidos, oficialmente registrados. Sumarán al menos un millón 300 mil los contagiados comprobados. Y lo peor; en los últimos días hay un claro repunte (que todavía no rebrote) y la incidencia es “notoriamente  ascendente” como lo reconocieron las autoridades sanitarias. El número diario de contagios registrados no baja de 10 mil y los descensos son por arriba de los 600 o 700 cada día.

¿Se puede pensar en las bellas tradiciones decembrinas  ante este escenario?

Pienso que sí, en la medida de que asumamos en serio que las cosas esta vez no son iguales y de que seamos capaces de vivir estas fiestas de una manera tal que, sin poner en riesgo la vida de nuestros seres queridos, en especial los abuelos, seamos capaces de compartir el sentido profundo de una fecha absolutamente emblemática, con todo y sus sabores, colores y olores.

Para eso creo que será necesario echar mano de nuestra imaginación y de los actuales recursos tecnológicos, como el Zoom, que nos dan la posibilidad de convivir sin convivir, de compartir sin exponernos, de dar amor y amistad sin necesidad de demostrarlo a besos y palmadas.

De una plataforma española especializada en psicología me apropio de esta sugerencia, que me parece muy atinada:

“Traza con tus seres queridos un plan B, algo que puedas disfrutar, aunque sea de otro modo. Por ejemplo: comidas virtuales, donde cada uno prepare un plato y se decida por concurso el ganador en función de lo bonito que se vea. Y preparar las celebraciones cuidando los detalles, saboreándolos. Destina una tarde especial para decorar la casa; cocina con recetas nuevas mientras escuchas buena música… Esto significa adaptarse”.

Y ante todo –digo yo– observando estrictamente las medidas preventivas como la sana distancia, el lavado frecuente de manos y el uso del cubrebocas. Además, por supuesto, de reducir a su mínima expresión las reuniones presenciales, aunque añoremos hasta las lágrimas aquellos inolvidable convivios familiares de otros tiempos. Ya volverán.

Ojalá en suma que nos gane el amor, no la nostalgia. Válgame.

DE LA LIBRE-TA

RECONOCIMIENTO ELEMENTAL. Lejos por fortuna de la estupidez que muchos temíamos, el Senado de la República tomó la decisión de otorgar este año la medalla “Belisario Domínguez” al personal médico mexicano, los verdaderos héroes de la pesadilla atroz que estamos viviendo. Enhorabuena.

@fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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