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Maruan Soto Antaki

13/02/2015 - 12:00 am

La mentira

No habrá quien no la señale, a veces con placer malsano: tal mintió y ese otro igual. En el mundo entero se pierde la cuenta de cuantos políticos lo hacen y México se envuelve en la vergüenza. También miente el periodista que tira al basurero lo que no confirmó o exageró, el ciudadano que dice […]

No habrá quien no la señale, a veces con placer malsano: tal mintió y ese otro igual. En el mundo entero se pierde la cuenta de cuantos políticos lo hacen y México se envuelve en la vergüenza. También miente el periodista que tira al basurero lo que no confirmó o exageró, el ciudadano que dice ser honesto y llega a entender por verdad, certezas. El que tiene una honorabilidad incuestionable pero afirma que el otro miente a partir de la suposición, aunque ésta parezca evidencia pero aún no lo sea. Incluso el corrupto encontrará en la mentira, un espacio donde será capaz de creer su propia verdad. La mentira está en todos lados, sin duda. De los niños que mienten me ocupo poco, ya será de sus padres enseñarles qué es cada una y mientras no tengan claro qué las define, resultará difícil recriminarles algo que vendrá con buena crianza.

Hay sociedades más hechas a la mentira. Ya en estos rumbos he tratado de explicarme —y explicar— qué es la verdad, esa que dista de la certidumbre. Podré decir que la mentira es todo aquello contrario a la anterior, que debe siempre funcionar, así lo supone la bienintencionada abuela mientras intenta hacer lo que las abuelas hacen. Pero la mentira que tanto se desprecia, parece funcionarle bien al mentiroso, al menos por momentos, cuando con ella resuelve conflictos como si fuera vara mágica, otorgando un falso control sobre la realidad.

Cada quién con su propia autocrítica. Yo podré admitir que he mentido por deporte y necesidad, que nunca es legitimidad. Si he mentido a novias, a colegas, a amigos y enemigos, habrá sido en busca de propiciar algún encuentro o mantener un espejismo. Ahí el mayor peligro de la mentira. El corruptor de la verdad, es decir el mentiroso, ese del que tantas épicas y miserias están hechas, mentirá al intentar salvar su cuello ante el entorno. ¿Qué le dirá a sus hijos el gobernante a quien han descubierto fortuna y media, que evidentemente no podrá justificar? ¿Qué a los que tienen en él un resquicio de confianza, porque seguramente a ellos no les ha hecho mal? Tendrá que mentirles con tal de evitar el ostracismo que obliga la convivencia con los de su tipo. La mentira es un esfuerzo en pos del diálogo pero el diálogo con el mentiroso es un diálogo falso, que mantiene una ilusión de encuentro.

Se dice mucho que el nuestro es un país donde se miente. Mentimos desde la historia con nuestros próceres, llenos de atributos. Mentimos porque como decía mi madre en sus buenos años, no hay necesidad en México de decir la verdad. Todo funciona igual si alguien miente, somos el país del eufemismo. Kant decía que mentir es decir lo contrario a lo que se piensa, no lo contrario a lo que es. Éste es el reino de los dichos, donde la verdad se disfraza.

La verdad en nuestras fronteras desaparece por argumentación, no se trata de la simple mención honesta. En el discurso hemos pedido a la mentira transformase en realidad. La dialéctica se hizo arte y dependiendo de lo eficaz de la retórica, se convence a más de uno que el acto deleznable o por lo menos cuestionable, no cuenta con un ápice de incertidumbre y si los otros de cualquier forma terminan por dudar, se mantiene la esperanza de que los suyos o uno mismo, se crea la evidente falsedad.

Las verdades se refieren siempre a hechos: se hizo esto o aquello. La mentira es más compleja, no puede vivir por sí sola y agrega la finalidad, su objetivo: el engaño, el juego de la percepción. Y pocas cosas importan más en esta tierra que lo que se percibe. Si tenemos que aclarar qué son y no son los conflictos de intereses, estaremos en el escenario de la interpretación. Un país donde la percepción importa tanto se aleja de la verdad, que no necesita de un dictamen para determinar falacias.

Hay en nuestro país una noción que ha encantado al mundo entero, etnología pura, definitivamente. La magia, esa que atrae México y nos hace suponernos un gran país, no depende de lo malo que tenemos. Nuestras virtudes nunca son contrapeso para dejarse tumbar por los defectos. Relatividad moral. Si el país es un desastre será por culpa de los mentirosos y los malos. Si se apunta al extremo opuesto, las verdades que pintan un mundo fantástico se imagina que prevalecerán. Lo siento, no.

La mentira siempre tendrá más peso que la verdad. Todo mentiroso descubierto lo sabe. Una de las primeras hacen más daño a un país que cien de las otras, lo estigmatizan, lo convierten en ilusión.

Mentir es un oficio complicado, la mentira no se mantiene sola, necesita de otras mentiras. Es una telaraña que deberá tejerse con cuidado porque el menor descuido mandará al suelo el espejismo entero. Me vuelco a la literatura, como instrumento análogo de la realidad. Como ocurre en la novela débil, en la que se descubre el andamiaje, las mentiras no son sólo una distorsión del hecho, sino que muestran su propia insuficiencia. Son varios los escritores que defienden ser relatores profesionales de mentiras, ya entre tragos, he disentido con tal afirmación y parece que las noticias se han inundado de narradores.

No hay mentira que se mantenga salva, la vida es como novela de Dostoievski. La mentira literaria se agradece por mantenerse en el terreno estético, construye verdades, pequeña sutileza que en lo narrativo puede ser eficiente pero al salir a la calle, llena las planas de los periódicos que vemos todos los días y nos trae podridos.

Maruan Soto Antaki
Nació en la Ciudad de México en 1976. Colabora con distintos medios tratando temas relacionados con cultura, política internacional y medio oriente, zona del mundo con la que mantiene un estrecha relación. Autor de Casa Damasco (Alfaguara, 2013). Su novela más reciente es La carta del verdugo (Alfaguara).

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