Tomás Calvillo Unna
13/09/2023 - 12:04 am
La dicha de las nubes
“Paradoja: el tesoro de estas tierras son sus cielos; los ríos lo saben bien por eso buscan siempre el mar”.
I
Todo ritual
es un ejercicio de atemporalidad,
un instinto de sobrevivencia
entre la intuición y la especulación;
un diestro mensaje
al remitente de eternidad:
una semilla de curación
para esa inquietud que nos precede.
II
Algo traen las nubes, algo traen,
se aproximan y se van:
son águilas en ciernes
y castillos derruidos,
islas pobladas de náufragos;
y jaurías extraviadas;
gigantes etéreos,
y montañas sin concluir.
Algo traen, algo traen
en el torbellino una leona
y sobre los techos,
ingrávido,
un mastodonte dormido;
la fantasía
de un reino impoluto
y la añoranza siempre
de otros mundos.
Algo traen las nubes, algo traen,
¿será su secreto
la caligrafía del viento,
y la voz oculta del Río
que devela sabiduría y entuertos?
Es sorpresa,
es frescura,
el tintineó de luz
en el fino tejido de la corriente:
líquido espejo de las pasiones,
de los sueños,
de las mismas profecías
que las nubes hacen suyas:
esos murmullos de breves cascadas
al igual que las sombras del camino
y el sermón profundo de la tierra.
Todos los ríos son una oración;
pronuncian el milagro
de la existencia,
se escuchan en la distancia,
se escuchan cerca,
aquí
en los márgenes de la vida y la muerte.
III
En este atardecer
de fonético gozo enmudecido
como las nubes presentidas
en sus gritos atrapados.
Apoderadas ya del escenario
con el cómplice silencio
de la estela del mediodía,
asemejan ahora y en la hora
pulidas piedras blancas, grises, rojizas, doradas
bañadas en el cauce del agua celeste.
Se separan
toman distancia una de otra,
la estrategia inherente de toda danza,
giran y giran y por instantes se petrifican.
Y lo que parecía ser un cúmulo de tormenta
se convierte en un despliegue iluminado de certezas.
Paradoja: el tesoro de estas tierras son sus cielos;
los ríos lo saben bien
por eso buscan siempre el mar.
IV
Como estas manchas psíquicas
que pretendemos descifrar
en los muros y en los pisos;
así las nubes, así las nubes:
anónimas intérpretes
de nuestros exilios terrestres.
V
El único lugar
donde el tiempo se detiene
es dentro;
afuera todo es movimiento.
El cerro destajado
y la joyería de sus piedras
dispersas en el camino:
esta suerte de ignorancia
llamada progreso todavía.
Ciertamente toda carretera
es también una cicatriz.
Las nubes, en cambio,
fieles a su compromiso
son el techo
y están de oferta: en la enorme vitrina
de este valle de cactáceas:
ovnis y extraterrestres,
palacios y reyes, magos, princesas,
ratones, perros, puertos;
ondulan las montañas en la azul distancia,
en la otra orilla, conservan el arco iris.
El imán de las nubes
esa fértil lluvia
es una fiesta nombrada algarabía.
Hoy están de plácemes
Celebran su cumpleaños,
solo hay que ver cómo se desplazan
y se detienen.
Esa tinta blanca en la pizarra del cielo
se ha vuelto escritura sin saberlo;
comparte con las fotografías
la perenne nostalgia
que nos acompaña,
al fijar los segundos
en el anhelo inalcanzable
que cada amanecer
su delirio propaga.
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