VANGUARDIA DE SALTILLO

Expertos calculan 80 años para que los bosques consumidos por incendios en las sierras de Arteaga y Zapalinamé sanen

17/06/2018 - 2:47 pm

Entre 1990 y 2017 se han suscitado en Zapalinamé 82 incendios. La mayoría, 82 por ciento, han sido provocados; 12 por ciento fueron naturales, debido a descarga eléctrica; y del 6 por ciento restante se desconocen las causas.

Por Jesús Peña

Coahuila/Ciudad de México, 17 junio (RT/SinEmbargo).- Pa cuando se recupere El Infiernillo, El Coahuilón, la sierra de La Viga o el Cañón de San Lorenzo, ya habré muerto o estaré demasiado viejo.

Ya no lo veré.

Tengo 43 años.

Y en la familia, la verdad, no suelen ser tan longevos.

Pienso esto mientras voy con Lety recorriendo El Infiernillo, un paraje ubicado por la carretera 57, dentro del perímetro de 50 mil hectáreas que engloban el Área Protegida de la Sierra de Zapalinamé, y que pereció entre las llamas de un incendio provocado en Semana Santa, hace apenas unos tres meses.

Recuerdo, no sé por qué, que esta mañana antes de salir de casa oí en la radio que el 99 por ciento de los incendios forestales son causados por el hombre, y entonces sentí una mezcla como de indignación y coraje.

Caminamos entre el paisaje, una alfombra que va del negro al gris y del gris al negro, de pura ceniza y carbón.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Los despojos de los árboles.

Aquí, todo se quemó.

Muchos árboles se calcinaron.

Expiraron de pie.

¿En cuánto tiempo calcula que se reponga esto?, pregunto.

“El pino… 30, 40 ó 50 años…”, responde Leticia Jiménez Hernández, la guardaparque encargada de la zona de manejo Cañón de Bocanegra de la Sierra Zapalinamé y jefa del proyecto de manejo del fuego.

Yo creo que para entonces ya estaré bien muerto.

Me digo, afligido, de saber que acaso esto es lo único que les voy a dejar a los hijos que todavía no tengo.

“El incendio este dañó matorral, arbolado, pino piñonero, que es pino cembroides, y yucas”, dice Lety.

“Si lo vemos fríamente, fue más severo que el de San Lorenzo, afectó más valores. Aunque la superficie en San Lorenzo fue mayor que aquí, pero aquí teníamos más arbolado”.

Hace una mañana azul, pero de ventolera.

En el sitio, que todavía huele a quemado y está a orillas de una carretera angosta y larga como serpiente desenroscada, puebla la basura: botellas de vidrio, plástico, bolsas con restos de quién sabe qué…

Basura.

“Tenemos problemas con la basura”, dice Juan Manuel Cárdenas Villanueva, coordinador operativo del Área Protegida de Zapalinamé.

En total el fuego devoró aquí 76 hectáreas de pastizal y bosque de pino, dice Lety.

Pero dice que ya la sucesión natural está cumpliendo su función, porque se ven algunas especies, sobre todo pastizal, rebrotando, gracias a las escasas lluvias que han caído.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Se está recuperando.

“Cuando es un incendio provocado estos lugares tarden años en recuperarse: 20, 30 o hasta 40 años, dependiendo del tipo de vegetación. El que tarda más en recuperarse es el bosque. El pastizal depende del fuego, o sea, es un tipo de vegetación que requiere del fuego para poder continuar con su proceso natural, regenerarse, renovarse. Ahorita ese pasto tierno va a ayudar a que muchas especies de fauna, mamíferos sobre todo, empiecen a llegar aquí en busca de alimento”.

Los árboles son los más afectados porque están más sensibles y además no tarda en llegar la plaga: un descortezador del cual Lety no recuerda ahora mismo el nombre científico.

Y entonces a estos árboles les vendrá la muerte poco a poco.

Lo que sigue es evaluar el daño en los árboles, el porcentaje chamuscado, ¿qué va a pasar con esas plantas?

“Algunos tienen todavía signos de sobrevivencia, otros fueron chamuscados al 100 por ciento”, dice Lety y me señala al fondo del bosque unos pinos entre café y rojizo, los árboles carbonizados.

“Vamos a estar evaluando y monitoreando este paraje, pero lo más seguro es que no sobreviva”, dice Lety.

Y yo lamento, no sabe cuánto, que no tengamos un hospital para árboles quemados.

Mire, dice Lety, por aquí se ve que hay arbolado chamuscado, no está quenado, pero el calor del fuego hizo que la planta se deshidratara.

Ese pino tiene un chamuscado del 50 por ciento, lo más probable es que sobreviva, porque aún tiene verde.

“Éste también porque, mire, la punta del árbol está verde, es posible que sobreviva, pero va a tardar en adaptarse”.

Nomás de imaginar que a mí me prendieran fuego en el cuerpo hasta incinerarme… me da pánico.

En la lejanía se escucha de vez en cuando el gorjeo de los pájaros que antaño anidaron en este pinar.

Lety dice que los incendios provocados ocurren, por lo general, en las horas críticas del día, cuando las temperaturas son más elevadas.

Y entonces la severidad, explosividad, de la quema es más alta.

“Temperaturas más altas, llamas más altas”, dice Lety.

El Infiernillo se convirtió en infierno. Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Cuando el incendio, “El Infiernillo” estaba seco, no había humedad, y eso provocó que el fuego, causado por manos profanas, se propagara más rápido.

“El combustible forestal que teníamos aquí era alto”, me dice Lety.

La carga de combustible era muy ligera en la parte baja del lugar y entonces el fuego cogió pa la sierra.

El Infiernillo se convirtió en infierno.

“La otra es que en México la política es la supresión del fuego en los ecosistemas, y entonces los ecosistemas siguen acumulando combustibles y cuando eso se prende es una bomba. Los pastizales se queman por año, cada año deben estarse quemando. Rebrotan rápidamente…”, dirá Juan Cárdenas, el coordinador operativo del Área Protegida de Zapalinamé.

Y dirá que en el país se está capacitando ya más en cuestión de manejo del fuego, con miras a aplicar quemas controladas.

Entonces recuerdo lo que me dijo Andrés Nájera Díaz, profesor investigador de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN), adscrito al departamento forestal y encarado del área de manejo del fuego, cierta mañana que asistí a una práctica de quema prescrita con sus estudiantes en terrenos de la UAAAN.

“Tenemos que seguir apagando los incendios forestales, pero hacer investigación, enseñar a los nuevos profesionales que el fuego no nada más tiene una cara negativa, también tiene una cara positiva”.

A la hora que ocurrió el incendio en El Infiernillo los vientos eran muy fuertes.

Y como al fuego le encanta la resina de los pinos se los tragó más rápido.

LA CARBONERA

Caminamos.

En medio del bosque, o lo que queda de él, topamos con una cabaña que se incendió.

En la fachada blanca se ven los lunares negruzcos que dejaron las llamaradas.

Lety dice que algunas casas campestres de por aquí se incendiaron, pero que, gracias a Dios, estaban sin gente.

Calcula que las llamas alanzaron una altura de entre tres y cuatro metros.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

¿Y si a pesar de todo esto a mí se me ocurre ir a hacer un asado o prender una fogata en la sierra?

Estará poniendo en riesgo los recursos naturales que tenemos ahí. Puede dañar la flora y la fauna. Se acaba la vegetación y en consecuencia los animales. No hagan fogatas dentro del Área Protegida.

Lety dice que en Coahuila existe, desde 2006, un decreto de veda de uso de fuego, que prohíbe realizar quemas en áreas forestales.

Otro día, el sol en el cénit, me amontaño con Juan Manuel Cárdenas Villanueva, el coordinador operativo del Área Protegida de Zapalinamé, en los entresijos del Cañón de San Lorenzo, que a principios de abril fue quemado vivo.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Después de andar más de una hora por veredas donde hay que rehuir a los matorrales espinosos, escalar sobre rocas prepotentes y brincar entre acequias donde apenas corre un hilo de agua, llegamos a uno de los puntos donde el fuego casi convirtió el paisaje en cenizas, casi.

Juan dice que los incendios provocados son los que mayor daño causan al ambiente porque ocurren en sitios como este: con menos accesos y condiciones de clima adversas.

“El incendio este fue más o menos catastrófico y afectó vegetación importante para la Sierra de Zapalinamé”.

Algo así como 250 hectáreas, dice Juan.

Nomás.

EL COAHUILON

Juan dice que esta vez la principal víctima fue el matorral submontano, pero que además vivían aquí muchas especies de encinos, sobre todo encinos arbustivos, que, en su mayoría, fenecieron en los brazos de las llamas.

Los reptiles y los pequeños roedores no lograron escapar de la vorágine del fuego para salvarse.

Eso es a lo que se llama desesperación.

“Son especies que tienen poca movilidad, se quedan atrapados ahí y se queman finalmente”, dice Juan.

Imagino a la masa de víboras, lagartijas y ratas del monte, acorraladas por la lumbre, mirando para todos lados, sin saber a dónde ir, hasta que la muerte les llega en forma de flamas.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

El apocalipsis.

Juan dice que es difícil de estimar, pero que en unos 20 años o 30 años San Lorenzo puede llegar a ser lo que era: un sitio rico en plantas y animales.

Y yo creo que para entonces ya no estaré en este mundo.

Como están los bosques de devastados…

Le pregunto a Juan si existe un filtro para el control de los visitantes del Cañón.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Dice que desde 2014 registran a las personas que vienen, sin embargo, no todos llegan al Centro Ambiental de Profauna Mexicana A.C., instalado en las faldas de San Lorenzo.

Ahora están viendo lo de poner una oficina de inspección en el acceso.

Estamos en un claro del Cañón mirando el paisaje de árboles tatemados y montañas pelonas donde el incendio no dejó una brizna.

INFIERNILLO

El mediodía escurre nublado y fresco.

Estoy a mil 400 metros de altura en El Coahuilón, Mesa de las Tabas, municipio de Arteaga, con Hernán Gutiérrez Alemán, brigadista de incendios forestales de la Comisión Nacional Forestal, (Conafor).

Antes de llegar hasta acá hemos tenido que subir en una todo terreno por una cuesta empinada y pedregosa, con vista a profundas barrancas en las que domina el verde bajo una nata de neblina.

El paraíso debe ser más o menos esto.

Aquí, el año pasado, hubo un incendio, dice Hernán, que barrió con la sierra y la dejó en las puros huesos, en la pura piedra.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

“Si te fijas, se ve toda la roca blanca”.

¿Cómo estuvo eso de que el incendio barrió?, le pregunto a Hernán.

Cuando el viento le da muy fuerte es cuando barre, cuando no y que viene al paso, nomás chamusca y queda mucho arbolado con vida.

Pero acá el fuego barrió y barrió con todo.

El incendio fue provocado, se cree, por unos paseantes que prendieron una fogata al fondo de un arroyo para protegerse del frío.

Era entre las 7:00 y las 8:00 de la mañana.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

La lumbre quemó pino, encino, madroño, maguey.

Y desplazó a especies como el venado cola blanca, el coyote, la zorra y diversas variedades de pájaros.

Pienso que el pavor debe ser algo así: una manada de coyotes, liebres y venados, huyendo de las llamas, corriendo a toda velocidad por entre el monte, mientas Hernán y sus compañeros brigadistas torean al diablo.

Pasó en un incendio del rancho El Bonito, de Zaragoza, Coahuila.

DE PARAÍSOS A BALDÍOS

Y eso a Hernán se le quedó muy en el recuerdo.

“Salen corriendo los animalitos cuando ven el fuego”, me cuenta.

Las brigadas tardaron cerca de una semana en sofocar el incendio de “El Coahuilón”.

Con una pendiente de 90 grados, las rocas, el reliz…

Hernán dice que en los últimos 40 años El Coahuilón se ha quemado ya varias veces, la más grave fue en 1975, cuando se consumió la mayor parte de lo que antaño era un gran parque ecológico.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

“Dicen los señores grandes que en aquellos años era un parque aquí muy bonito, hermoso, puro bosque. Desde el 75 no se ha recuperado y ¿cuántos años hace ya?, y ¿cuántos años van a pasar para verlo cómo estaba antes?”, se pregunta Hernán y yo no sé qué responderle.

Me quedo mudo.

Hernán me cuenta que algunas veces, por razones de trabajo, ha regresado a los lugares que se incendiaron hace 21 años, cuando él empezaba su carrera de brigadista, y visto con desconsuelo que esas heridas no han cicatrizado.

Ésta montaña se llama La Viga y se quemó, mejor dicho la quemaron, en 2011.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Dice Jorge Luis Guerrero Salcedo, director de Recursos Forestales y Vida Silvestre de la Secretaría del Medio Ambiente y Desarrollo Urbano de Coahuila.

Hace ya rato que estamos acá: Jorge Guerrero, Adin Helber Velázquez Pérez, técnico de la Sema, y yo, contemplando estupefactos el paisaje de rocas y esqueletos de árboles a que fue reducida esta sierra por la conflagración.

Guerrero dice que últimamente se están presentando incendios más extremos y de mucha superficie, por efecto del cambio climático que ha traído consigo más periodos de seca y lluvias torrenciales.

“Y seguimos teniendo problemas con los incendios causados por el humano”.

LA VIGA

Guerrero me cuenta que no hace mucho esta montaña, erguida sobre los límites de Arteaga, a unos 2 mil 800 metros de altura, era un oasis tupido de pinos y matorrales.

Pero alguien estaba asando carne y…

La lumbre arrasó aquí con mil 297 hectáreas.

Lo bueno es que muchos de los pinos que habitan este lugar, conocidos como greggii y que se mantienen en pie a pesar de los pesares, no sólo son tolerantes al fuego, sino que requieren de calor para abrir sus conos, dispersar su semilla y así perpetuar su especie.

Alumnos y maestros de la UAAAN practican quemas controladas para limpiar el terreno y para renovar la vegetación. Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Lo mismo ocurre con los pastizales, que dependen del fuego para regenerarse.

Y con los encinos, que se queman, pero al paso del tiempo empiezan a rebrotar.

Recuerdo que me dijo Guerrero Salcedo, mientras trepábamos a La Viga en una 4 por 4 oficial, a través de una ladera con precipicios como esferas cristalinas de bosque siempreverde.

Qué sabia, pero rara, contradictoria, es la naturaleza, pensé.

De regreso paramos al filo de una cañada desde donde se divisan los cadáveres, aun en pie, de muchos pinos elevados que fueron alcanzados por el incendio de 2011, catalogado como de alta severidad, muy explosivo.

SAN LORENZO

El técnico Adin Velásquez dice que se trata de pinos abies, piceas y sedosugas, especies de ambientes más húmedos, que históricamente no crearon suficientes adaptaciones para tolerar el fuego.

“Son un tanto sensibles al fuego, no tienen tanta resistencia porque su corteza es más delgada”.

Sin embargo, dice Adin, dentro de este paisaje se puede observar la regeneración de plantas como el madroño, una especie arbórea que, en el caso de La Viga, se presenta como arbustiva, pero que posteriormente se convertirá en árbol.

“Tiene gran capacidad de rebrotar después de un incendio y produce unos frutos pequeñitos que son alimento para los osos, para la fauna silvestre. Los incendios forestales siempre han existido, el fuego fue primero que nosotros y la vegetación se adaptó”, dice Adin.

Con todo y eso Adin, ingeniero forestal, dice que este bosque de pinos podría restablecerse en mínimo 80 años.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

¿80 años?

Para llegar a tener la alturas, los diámetros de estos árboles… más de 80 años.

Y yo pienso que para entonces no habrá quedado de mí ni el polvo.

A las 12:00 de una tarde en la que el sol quema como brasa, me interno con Lety Jiménez y Juan Cárdenas, los defensores de la Sierra Zapalinamé, por una zona de arbustos espinosos, tan espinosos que me hacen dudar de si seguir o de plano rajarme.

Lety dice que es el gatuño, una especie invasora.

Esta vez nos encontramos en el paraje La Encantada, carretera a Zacatecas, otra víctima de la mano del hombre.

“Mire ahí están los árboles muertos, son arbustos de cedro”, me dice Lety.

El incendio fue en 2008.

Y se quemaron 239 hectáreas.

Y aunque parezca extraño, Lety dice que este siniestro tuvo su lado positivo, porque ayudó a la eliminación de especies invasivas de la zona, como el cedro, y a la recuperación de la flora nativa, principalmente pastizal, en este parque.

Mira si será docta la naturaleza, me digo.

Sólo que, trastornado por el hambre, el fuego trepó a la sierra y acabó por devorar el arbolado, bosque de pino.

“En este caso la recuperación no es inmediata, apenas se está viendo crecer algún arbolito. En cuestión de arbolado la recuperación es mucho más… tarda más años”.

En el predio Laredo Seco, ubicado en el ejido El 18, Arteaga, es la desolación.

No puedo creer que hasta hace dos años este sitio fuera un bosque exuberante de palmas, cedros y pinos piñoneros.

Camino con Hernán Gutiérrez, el brigadista de incendios forestales de la Conafor, por las inmediaciones de este baldío que es un monte desgreñado donde la basura y montones de botellas de vidrio vinieron a ocupar el lugar del bosque.

El incendio fue provocado, dice Hernán, por un campesino, al parecer de la tercera edad, que realizaba una quema agrícola en su parcela, cuando de pronto la lumbre se le fue de las manos y…

Entonces sobrevino la devastación.

Foto: Luis Castrejón y Jesús Peña / Vanguardia

Árboles agonizando entre las llamas.

Pájaros, coyote, conejos, escapando del desastre.

Las brigadas tardaron dos días en sofocarlo.

Hernán dice que la convalecencia de este bosque tardará, por lo menos, unos 60 años.

Y yo dudo que me alcance la vida para verlo.

“Ya si le ponen reforestación y que haga buen clima, que haya humedad, habrá arbolitos de un metro o dos metros, dentro de unos 15 o 20 años”.

Avanza la mañana en los lindes del paraje Los Morillos, carretera 57 libre, dentro del perímetro del Área Protegida de la Sierra Zapalinamé, donde hace dos años ocurrió un incendio natural resultado de una descarga eléctrica.

Lety Jiménez y Juan Cárdenas, de Profauna Mexicana A.C., me han traído hasta acá porque, dicen, quieren que vea la diferencia que hay entre un siniestro causado por la mano del hombre y la de la de la naturaleza.

Para empezar la superficie que se quemó aquí, está diciendo Lety y señala al fondo un bosque espeso de pinos y matorrales, fue de apenas 1.6 hectáreas, con un chamuscado del 60 por ciento.

En conclusión, expone Lety, la intensidad del fuego fue menor, comparado con el fuego provocado. Cuando es provocado, la intensidad del fuego es mucho mayor y se queman grandes extensiones, es más severo. Ello tomando en cuenta las condiciones en que se presenta un incendio natural, que a veces viene acompañado de lluvia y eso ayuda a que su magnitud no sea tan alta.

“Yo vine aquí al siguiente mes del incendio y ya había vegetación, ya el sitio se estaba recuperando. Ya había las herbáceas que empiezan a rebrotar o germinar de la semilla que queda después del incendio. Como vemos la vegetación de pasto ya está más alta… Si son incendios naturales, el daño es mucho menor y además favorece a la vegetación”.

Lety dice que entre 1990 y 2017 se han suscitado en Zapalinamé 82 incendios. La mayoría, 82 por ciento, han sido provocados; 12 por ciento fueron naturales, debido a descarga eléctrica; y del 6 por ciento restante se desconocen las causas o se ignora cómo ocurrieron.

La vegetación más afectada es el matorral.

En el incendio de Los Morillos las llamas, me cuenta Lety, alcanzaron a una pequeña población de pino greggii o prieto, el árbol que depende del fuego para dispersar su semilla y así preservar su especie.

“La naturaleza es sabia. Se quema cada que ella sabe que se tiene que quemar. Los incendios naturales siempre han existido, es un elemento que siempre ha estado en la naturaleza, pero nosotros lo estamos manejando mal. Lo que hemos hecho en todo el mundo es alterar el régimen del fuego. Ya está influenciado más por el hombre que por la naturaleza”, dice Juan Cárdenas.

Mi última travesía es en el Cañón de La Carbonera, donde la tarde del pasado 6 de junio ocurrió un explosivo incendio que, se cree, fue originado por un corto circuito.

Me encuentro en las cumbres del predio El Tizne que, pensándolo bien y observando las condiciones en las que quedó, el nombre le viene como anillo al dedo.

Claudia Bautista, encargada de Ecología municipal de Arteaga, y su hijo Gael, de nueve años, han subido conmigo y me están diciendo que aquí donde estamos parados era un edén de pastizales y pino piñonero, pero ahora sí que no quedó ni su sombra.

Claudia dice que aunque a muchos de los árboles no se quemaron en su totalidad, sí fueron afectados por la radiación del incendio y es muy probable que no sobrevivan.

Ha comenzado el tiempo de aguas en la Sierra de Arteaga, y Claudia me dice que ya se ven deslaves, pérdida de suelos, en el cañón y eso le preocupa porque de seguir la erosión la sierra estaría en riesgo de quedar en la pura piedra.

Según los registros, el fuego se llevó entre las llamas algo así como 800 hectáreas: 120 de arbolado adulto, 480 de pastizal y 200 de huertas frutales.

Claudia me explica que es muy pronto para da un dictamen, pero calcula que este sitio tarde, cuando menos, unos 50 años en recuperarse.

¿Cómo ves el panorama, Gael?, le pregunto.

Ora sí es La Carbonera.

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