México

México y su paradoja: Hay tantos muertos que terminamos por no hacerles caso, dice Jorge Volpi

17/09/2016 - 9:30 pm

El duelo por la muerte de su progenitor llevó al autor de En busca de Klingsor a construir un plan de escritura: un ensayo por mes durante un año. El resultado: el libro más político y sincero, como en carne viva, del laureado escritor mexicano.

Ciudad de México, 17 de septiembre (SinEmbargo).– Hay algo distinto en el nuevo libro de Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968), Examen de mi padre, recientemente publicado por Alfaguara. Tiene como todos su prosa cuidada y reflexiva, sus cuestionamientos sobre las relaciones entre ciencia y arte, entre literatura e historia.

Sin embargo, hay un tono confesional que vuelve al nuevo trabajo del autor de En busca de Klingsor un texto entrañable, cercano. Como si en una acción impensada, ¿tal vez fuera de control?, el famoso escritor mexicano se hubiera roto la camisa al estilo de un cantaor flamenco para mostrar su corazón en la mano, gesto maiakosvkiano que mucho agradecerán sus lectores de siempre y que sin duda traerá nuevos ojos a sus líneas tan emotivas como inteligentes.

Hablar del padre fallecido en 2014 es también para Jorge Volpi la posibilidad de hablar de México, “un país de cuerpos insepultos y sin lágrimas”, donde la cadena de cadáveres acumulados con virtud de anonimato es observada indiferente por una población ahogada en una anestesia social peligrosa y doliente.

“Nos hemos acostumbrado a mirar cadáveres a diario, exhibidos sin pudor por la prensa y la televisión y a escuchar indiferentes la cifra que, a modo de siniestro cuentagotas, añade cada noche más cuerpos a la lista”, dice el autor de novelas como La paz de los sepulcros, El temperamento melancólico, El jardín devastado, Oscuro bosque oscuro y Las elegidas.

El también director del Festival Cervantino, ganador del II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra, traducida ya a 25 idiomas, comprueba en Examen de mi padre (construido como una especie de mapa del cuerpo humano) sus virtudes ensayísticas y permite al mismo tiempo vislumbrar un nuevo rumbo para su narrativa, de la que es dable esperar todavía más y buenos libros.

–Uno suele preguntarse si no es una especie de enfermedad esta indiferencia frente a tanta muerte en México…

–Sí, es una de las partes terribles de estos años mexicanos. Digo, sin duda hubo otros momentos terribles en la historia, pero en los últimos años esta acumulación de cadáveres y desaparecidos, nos muestra por un lado cuerpos de los que no tenemos ningún dato y por el otro tenemos historias sin cuerpo, como los jóvenes de Ayotzinapa. El cerebro intenta protegerse frente a hechos de tanto dolor y tanta maldad. Es entendible esta protección, pero es necesario también romper con eso porque no podemos permitir que esto continúe.

–De todas maneras el contagio social de la indiferencia no lo explica todo.

–No, es verdad, porque se trata de cifras enormes, propias de una guerra civil, muchas veces mayores de las que se dan en lugares con conflictos armados oficialmente declarados. La cifra es tan grande que terminamos por no hacerle caso. Esa es la paradoja. Cuando hablamos de los 43 es un número que el cerebro puede retener, pero el cerebro no puede tener empatía con 150 mil muertos.

–¿Cómo hacer para escribir sobre 161 mil muertos?, te preguntas en el libro.

–Sí, la cifra aumenta a diario.

–¿Eres un científico frustrado?

–¡Sí, claro! Me hubiera gustado ser científico, aunque no podría haber sido cirujano como mi padre

–El mapa del cuerpo resulta una manera cómoda de lectura

–Mi padre fue en su juventud un hombre interesado por mil cosas. Era médico cirujano, era buen bailarín, era un atleta que casi fue a los Juegos Centroamericanos, los últimos años de su vida los vivió con una terrible depresión. Fue perdiendo cosas, al tiempo que México entraba en una debacle. Era imposible para mí no relacionarlos.

–¿Piensas como Poniatowska que México es inferior a su pasado?

–Bueno, creo que el pasado tampoco está lleno de momentos luminosos. Son unos cuantos en una acumulación de tragedias casi desde que existe Mexico. No soy de todas maneras melancólico y pesimista como mi padre. Creo que es posible cambiar este país. Ha habido en ciertos momentos históricos naciones que estuvieron mucho peor que nosotros y que luego fueron capaces de fundar sus instituciones. Hay que trabajar en ello.

No sé si es mi libro más valiente, pero es el más sincero, dice el autor. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo
No sé si es mi libro más valiente, pero es el más sincero, dice el autor. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

–Es un libro muy político.

–A diferencia de los otros libros que he escrito, no tuvo un esquema prefijado, salvo que quería hacerlo para cumplir el duelo por mi padre. Escribiendo un capítulo cada mes durante 10 meses. Lo único que sabía era que quería relacionarlo con el cuerpo y partes del cuerpo y de ahí llegar al México contemporáneo. Y se convirtió en un libro muy íntimo y, efectivamente, también muy político.

–Comparas la matanza del 68 con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

–No porque Peña Nieto se parezca a Díaz Ordaz, sino porque simbólicamente en el sentido de que el Estado interviene en el hecho. El 68 rompió el pacto social que el PRI tenía con el pueblo mexicano y creo que Ayotzinapa rompió la mínima relación que había entre la democracia y la sociedad, entre toda la clase política y la sociedad mexicana.

–¿Fue una borrachera la que vivimos en el principio del 2000?

–Sí. Fue una gran fiesta. Realmente no supimos ni la clase política ni la sociedad tener los controles para que la transición a la democracia existiera. Tuvimos un gobierno panista que no cometió grandes errores, pero que no tuvo la energía para transformar las estructuras sociales. Luego vinieron las elecciones complicadísimas del 2006 y como consecuencia la Guerra del Narco, con los estragos que conocemos. A partir de ahí no fuimos capaces de construir nada. Lo digo en el libro varias veces, hay que empezar por el sistema de justicia. Ahora tenemos esta nueva reforma, pero todavía es menor frente al desafío que tenemos en este punto. Lo que afecta es la impunidad, no hay justicia. La impunidad es absoluta. Uno puede ser corrupto y asesinar a 100 mil personas y no ocurre nada.

–La falta de justicia se alimenta también de la carencia de ciudadanía.

–Sí, exacto. La justicia es ajena, es abstracta. También hay una estrategia general de cómo funciona el poder de aislarlo, sobre todo en el sexenio de Calderón. Los que se mueren son malos, como si eso nos pudiera tranquilizar nuestra conciencia.

–¿Es un libro valiente Examen de mi padre?

–No lo sé, he tratado de ser sincero. Si fue valiente, no lo puedo medir.

–Por mucho menos que eso a Nicolás Alvarado lo echaron de la UNAM.

–Afortunadamente, en el Festival Cervantino me he sentido totalmente libre. Es un espacio, además, de mucha libertad, un sitio privilegiado, que depende de cuatro instituciones distintas. Es un territorio plural.

–¿Se podría haber criticado a Juan Gabriel allí?

–Bueno, tal como lo hizo nuestro amigo Nicolás, no creo. Tal vez hubiera provocado la misma reacción. (risas)

–¿Qué piensas de Juan Gabriel?

–Hay muchas canciones que me gustan mucho, formaron parte de mi educación sentimental. La de mi padre era la ópera y Agustín Lara. Hay algunas canciones de Juan Gabriel que son clásicas, muy logradas.

Foto: Especial
Foto: Especial

–¿Por qué no hay una clase política nueva en México?

–No es algo que pasa solamente en México, sino reflejo de una crisis mundial en Occidente. Es muy preocupante, con los ciudadanos desencantados por la política y la aparición al mismo tiempo de demagogos que mienten y cuyas mentiras convencen a la gente. Políticos a la Trump, como Álvaro Uribe de Colombia, marchas contra el matrimonio igualitario como se dieron en México, el caso de Dilma Rousseff en Brasil.

–Decir que tuviste que ser sincero en el libro no alcanza para destacar el grado de confesión que tiene.

–No era fácil para mí. Soy naturalmente tímido y retraído. Lo pienso siempre en relación con mi amigo Eloy Urroz, que es totalmente lo inverso. Nacho era incapaz de decir nada sobre su vida, era el otro extremo. Pero Eloy lo cuenta todo y eso me daba cierta envidia. Si me iba a atrever un libro sobre mi padre, tenía que decir las cosas tal cual eran. No se valía enmascararme, tener pudor o vergüenza.

–Lo que no contaste era si él estaba orgulloso de ti.

–Creo que sí. Me parece arrogante decirlo, pero sí. En toda esa etapa última de mi padre, estaba orgulloso.

–¿Cómo es ser funcionario en un México que se desmorona?

–Es muy difícil, ahí está el ejemplo de Nicolás (Alvarado). No es sencillo. No es fácil encontrar la cuadratura de hasta dónde llega el intelectual librepensador y el funcionario. Me lo he preguntado muchas veces. Me lo sigo preguntando.

–¿Cómo viste lo de Peña Nieto con Donald Trump?

–No lo sé. Trump es uno de los personajes más siniestros de la política internacional que nos ha tocado ver en este tiempo. Por muchas razones, por las mentiras reiteradas, por su cinismo extremo. Fue muy doloroso para el país ver que ese cinismo y esas mentiras estaban en el centro de nuestra nación. No se trata por otro lado de saber quién paga el muro, lo esencial es que no puede haber ningún muro. El encuentro mostró además esa lejanía del mandatario con la gente, que crea esa sensación de no sentirse uno representado. Parece que la clase política toma decisiones sin la sensación de que son para todos.

–México es un país “condenado” a ser líder de Latinoamérica, a ser una de las grandes naciones del mundo, ¿por qué pasa lo que pasa?

–Esa es la desolación esencial de este libro. Pensaba en cómo mi padre cuando era joven imaginaba el México del futuro y en lo que México finalmente era cuando él murió. Él nació y creció creyendo que México iba hacia un gran lugar. Él terminó la universidad a mediados de los 60 y a pesar de la represión del PRI de la época pensaba que el país iba hacia algo mejor. Fue el primer médico de su familia, el primero que estudió en la universidad, había una idea del ascenso social y que México mismo mejoraba. Y luego vino el 68 que rompe con todo eso y mi padre y su generación caen en el desencanto. Como si México después de esa herida, se hubiera retrotraído hacia sí mismo y abandonara ese lugar central. En algunas cosas lo siguió intentando, en la relación con Cuba, por ejemplo, en cierto liderazgo latinoamericano que nadie le reconoció en su momento, pero había cierta esperanza de que nuestro país tenía un lugar importante en el mundo. Luego vino el 2000 y en los pocos días que duró esa fiesta democrática, porque fueron apenas unos días, y creímos que realmente iba a pasar, que iba a pasar pacíficamente. Una de las cosas terribles de estos años es que nadie cree que el futuro de México será mejor, que lo desperdiciamos todo.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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