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Alejandro Páez Varela

18/12/2023 - 12:08 am

De izquierda

Dos candidatos varones tuvo la izquierda desde 1988 hasta 2018 (tres décadas) y la tercera candidata es mujer, ella, que no se hizo en el PRI (como Cuauhtémoc Cárdenas) y no pasó por el PRI (como Andrés Manuel López Obrador) y que realmente no hizo una vida partidaria en el PRD. Viene, más bien, de la lucha social, de la academia, de la movilización y la resistencia. Su formación no la desapega necesariamente de la lucha partidista pero sí la coloca dentro de la llamada izquierda social. Y eso le mete más presión que a los otros dos.

Mi tío Héctor escondía ejemplares atrasados de la revista Por qué! y mi papá compraba Los Agachados, y mi hermano las hojeaba y luego yo las hojeaba y de aquellos primeros contactos me hice una idea primitiva de la resistencia. Más que de la lucha –pienso ahora–, de la resistencia. Cada mexicano habrá hecho contacto con los movimientos sociales en distintos momentos y de variadas maneras. Algunos desde adentro, otros ni se dieron cuenta cómo fue. Y cada cual se hizo una idea de soberanía e independencia; de lucha de clases y de aspectos tan básicos como explotación y explotado. Yo en el norte más norte que se vuelve el sur, otros en el sur más profundo que se hace uno con el centro del continente, cada uno cortó a su modo la mazorca –alabada por unos y difamada hasta el hartazgo por otros–, y cada cual comió de ella, de la izquierda, según se diera.

Claudia Sheinbaum se hizo de izquierda como las mayorías. No viene de la lucha partidista y eso le da, creo, una ventaja por encima de los que caminaron fundamentalmente desde los partidos. Dos candidatos varones tuvo la izquierda desde 1988 hasta 2018 (tres décadas) y la tercera candidata es mujer, ella, que no se hizo en el PRI (como Cuauhtémoc Cárdenas) y no pasó por el PRI (como Andrés Manuel López Obrador) y que realmente no hizo una vida partidaria en el PRD. Viene, más bien, de la lucha social, de la academia, de la movilización y la resistencia. Su formación no la desapega necesariamente de la lucha partidista pero sí la coloca dentro de la llamada izquierda social. Y eso le mete más presión que a los otros dos.

Claudia nació exactamente un mes después del asesinato de Estefanía y Rubén Jaramillo, iconos de la izquierda rural que no han sido dignificados aunque significan al menos dos cosas: la traición desde los llamados “gobiernos de la Revolución” –que, salvo el del General Lázaro Cárdenas, fueron de derecha–; y el cierre de todos los cauces democráticos a las demandas más básicas de los de abajo. Cuando la matanza de los estudiantes en Tlatelolco, Claudia tenía seis años. Y cruzó como adolescente el periodo de la “guerra sucia”.

Como estudiante, por sus padres y por ella misma, Sheinbaum estuvo en la parte agraviada de la sociedad cuando los gobiernos del PRI reprimieron toda forma de organización social y cuando el primer fraude presidencial contra la izquierda, el de 1988, tenía 26 años. Luego pasó por los movimientos estudiantiles y luego conoció a López Obrador y fue más obradorista que militante partidista; hasta ahora, que asume la dirección del movimiento antes de contender por la Presidencia.

Los números dicen que es muy probable que gane en 2024. Y cuando gane la elección, como parece que será, Claudia Sheinbaum tendrá que sacar sus notas mentales de años atrás: su viejo cancionero, sus consignas en las calles; las razones que le dieron sus padres para criarla una niña de izquierda, una adolescente de izquierda, una mujer de izquierda. Tendrá que sacar de la alforja los pendientes de un país que acostumbró anotar los reclamos en verano y sobre una barra de hielo.

Deberá volver los ojos hacia las madres de los desaparecidos porque si ella no lo hace, ¿quién lo hará? Deberá acariciar a los padres de los atrapados en la guerra de Felipe Calderón y a las niñas que se juegan la vida o el destino por caminar de día por las calles de su pueblo o su ciudad. Deberá retomar el grito de la abuela de los ultrajados, Rosario Ibarra, y de todas las que perdieron la vida sosteniendo aquella consigna: ¡porque vivos se los llevaron, vivos los queremos! Es su obligación y creo que lo sabe. Está en su ADN.

Cuando gane, y muy probablemente ganará, deberá hacer suya la consigna extendida de Estefanía y Rubén Jaramillo; consigna tan sencilla y tan profunda: Tierra, libertad y pan. Él había luchado con Emiliano Zapata desde los 14 años y sobrevivió a la Revolución; y vinieron a fusilarlos, soldados, en 1962, y ella estaba embarazada y junto a ella cayeron sus hijos Enrique, Filemón y Ricardo, y cayó también la esperanza de la gente simple que pedía y pide una parcela para arar, el derecho a sentirse libre y algo para echarle al estómago y continuar con dignidad.

Me parece que Claudia tiene una mayor responsabilidad que el mismo Presidente López Obrador para dialogar con movimientos como el Ejército Zapatista o el de Ayotzinapa; a pesar de su edad, deberá ser más sensible con la necesidad de fortalecer a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y diferenciar con tiento los organismos que han luchado por décadas, como el Centro Prodh, y los grupúsculos cargados de intereses mañosos, grupúsculos de derechas, que crecieron durante los últimos años y no me refiero a los obvios, como ProVida, sino a los que jugaron a ser parte de la sociedad –como Claudio X. González– cuando eran un brazo ejecutor de los poderes de facto.

Creo que Claudia tiene la sensibilidad y la inteligencia para incluso impulsar una nueva academia atada a los de abajo y repelente a la búsqueda de privilegios; tiene el potencial para generar nuevos y más poderosos núcleos de pensamiento que sustituyan a los desprestigiados que se mantienen activos; centros de pensamiento que potencien una nueva manera de ver y sentir a México, de abajo para arriba y no de arriba hacia abajo, como se ha hecho durante décadas.

También siento que, si tiene la ambición, puede impulsar y transformar la ciencia, el cine, el arte; no “bajar dinero” como se hacía en el pasado, sino crear la discusión y luego la estructura institucional para que se vuelvan herramientas duraderas. Y desde una visión de izquierda.

***

Los pendientes que dejará López Obrador, me refiero a los de su propia agenda, son cuantificables cuando falta poco más de nueve meses para el fin de su mandato. Avanzó en muchos aspectos, y pongo uno que no se pondera y debería ser más tomado en cuenta por los ciudadanos, porque incluso a nivel internacional se le reconoce sin condiciones: el manejo ortodoxo de la economía. Impulsó el desarrollo sin nueva deuda, con déficit fiscal responsable, con un cobro parejo de impuestos y sin condonaciones; con inflación sometida –aunque se disparó con la pandemia y la guerra en Ucrania–, con condiciones para la inversión privada externa e interna, y todo ello le dio holgura, márgenes para tomar decisiones y autoridad para ejecutarlas.

Nadie debe olvidar que cruzando la peor crisis económica de la historia y una pandemia de horror, su Gobierno sacó a cinco millones de la pobreza y elevó el salario mínimo rompiendo paradigmas que lo tenían secuestrado: que habría inflación, que las empresas no podrían. Y hay otros temas de fondo, como convertir en derecho constitucional los programas sociales, y echar a andar el sur-sureste con obra grande y sin pedir un peso.

Pero faltó domar el monstruo de la violencia; faltó andamiaje institucional para perseguir la corrupción; faltaron reglas transparentes en el manejo de la publicidad oficial. El Fiscal Alejandro Gertz Manero resultó una patraña –todo lo relativo a la justicia, sea de la Fiscalía o sea del Poder Judicial–, pero también el Auditor Superior de la Federación, David Colmenares Páramo, y el Secretario de la Función Pública, Roberto Salcedo Aquino. Y si éstos tres hubieran hecho su trabajo no habría esta sensación de impunidad que alguien de mi edad arrastra desde que tiene memoria. Al menos Enrique Peña Nieto estaría explicando de dónde sale el dinero que usa para vivir como rey y cruzar de Europa a América en vuelos privados.

La lista de pendientes de López Obrador debe ser asumida explícitamente por Claudia cuando gane, y todo indica que ganará. Y quizás todos estaremos de acuerdo en ello, incluso alguien que no sea simpatizante de la izquierda y sea honesto consigo mismo. Además hay una línea trazada para el progreso: mantener los aumentos salariales, mantener la gran obra sin deuda, mantener las finanzas públicas sanas y mantener un discurso abierto contra la corrupción. Todo eso, digamos, es lo que ella misma ha llamado el “primer piso”. El segundo piso de la 4T, a mi parecer, deberá ser tanta más izquierda como le sea posible, sin romper el volante. Y eso pasa por sacar sus notas mentales de años atrás: su viejo cancionero, las consignas que se gritaron; las razones de casa para criarla de izquierda.

En este país, durante años los gobiernos anotaron en una barra de hielo las demandas sociales para que el calor las borrara. Ella lo sabe. También sabe que el futuro está allí, lleno de días –cito a Guillén–, pero esos días son apenas un suspiro en la vida de un país. Hay mucho por hacer y es importante que lo haga pronto y bien, y sin olvidar, ni por un segundo, que en sus hombros carga el peso de todos los que lucharon y fueron humillados, desaparecidos, torturados, asesinados y menospreciados para que ella tuviera la oportunidad de postularse a Presidenta –mujer, de izquierda– y con una enorme posibilidad de ganar.

Es bueno también advertir, para que nadie se sienta después traicionado, que entre más tiempo pase la izquierda en el poder, más posibilidades hay de que los poderes de facto la vayan infiltrando. De hecho, el diseño institucional lo normaliza y las inercias de un siglo de cogobierno PRIAN-élites lo facilitan. Los empresarios buscarán a sus favoritos dentro del Gobierno; los medios de comunicación querrán regresar al banquete; los intelectuales intentarán restaurar la ruta del dinero fácil, etcétera. Y esto es independiente de las tentaciones de un partido de Estado: volverse otro PRI –y a veces sí da señales de quererlo– será siempre la mayor amenaza de Morena.

Notas mentales de años atrás, su viejo cancionero, sus consignas y las razones que sus padres le sembraron como mujer de izquierda. Todo eso ayuda. Pero ayudará aún más la convicción; el amar la honestidad y defenderla a toda costa, antes de que las mieles del poder le aconsejen otra cosa.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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