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Óscar de la Borbolla

19/08/2024 - 12:03 am

El espectáculo debe continuar

“Aunque, quizás, el show sí deba continuar, porque es ahí, precisamente ahí donde la vida se manifiesta con mayor fuerza”.

“En el amor no se lleva a cabo esa pálida representación de una farsa como ocurre en el mundo público lleno de actores que desempeñan un papel”. Foto: Especial

A Beatriz Escalante

“El show debe continuar” es una frase que he escuchado toda mi vida: la gente la decía, la cantaban Charles Aznavour y Freddy Mercury y —aunque no aparecía textual—de niño me topé con su significado extendido en un largo poema de Ramón de Campoamor que se llama: El gaitero de Gijón (“Ya se está el baile arreglando./ Y el gaitero ¿dónde está?/ —Está a su madre enterrando,/ pero en seguida vendrá./ —¿Y vendrá? —Pues ¿qué ha de hacer?”). Y quizás, por ello, siempre me pareció una frase cruel: las ganancias del espectáculo y la diversión del público por encima del dolor del artista.

La autoría de la frase se perdió como tantas otras cosas en el tiempo, aunque muchos aseguran que proviene de los circos donde, a veces, cuando un trapecista caía o un domador de leones era devorado, el empresario, para tranquilizar a los asistentes, lo decía y, efectivamente, el espectáculo continuaba hasta concluir con lo prometido en el programa. Quizás también por ello es que se asocia, sobre todo, con el espectáculo circense o con el mundo del teatro; aunque se aplica a cualquiera que debe “hacer de tripas corazón” para llevar a cabo su tarea: el duelo, las cuitas personales, la enfermedad o las incontables aflicciones que corroen, han de reprimirse y uno debe mantenerse, al menos en apariencia, cumpliendo con su papel.

Es aquí donde cabe preguntar: si lo más importante es el papel, ¿seremos todos unos actores representando un personaje?, ¿actores cuya razón de ser es cumplir, encarnar a un personaje? Por lo visto sí, pues dicha frase se relaciona estrechamente con otra de gran circulación, aunque más cruel: “nadie es indispensable”: todos somos reemplazables. Y esto se comprueba en la historia, pues, aunque desaparezca del escenario el individuo más  excepcional, la historia sigue. Llevamos décadas sin Einstein y siglos sin Leonardo o Miguel Ángel y el mundo ha seguido su marcha. La esfera pública es perfectamente equiparable a un teatro donde la “persona”, la máscara es lo que cuenta. Todos los días se extinguen millones de individuos y todo sigue como si nada. Esto es en el fondo lo que enseña Quevedo en su más  tremenda estrofa: “Vive para ti mismo si pudieres/ que sólo para ti si mueres, mueres”.

Y también ocurre en la esfera privada, donde, en muchos casos, el individuo no tiene más función que el papel asignado que representa en su familia: se es padre o madre sin que ello implique más que cumplir con el papel esperado, y es que “familia”, lamentablemente, no significa amor de un modo necesario. Familia es consanguineidad, relaciones, aunque a veces, claro, también puede haber amor. Con este componente el panorama cambia. El amor es ese ahí, el único ahí, donde uno deja de ser una persona, un personaje, un papel, un actor y, por fin, es considerado como el individuo irremplazable que es. El amor es esa esfera privada, íntima, que cancela todo vínculo con el espectáculo: solo ahí  se invalida la frase “el show debe continuar”. No hay ningún show que continuar cuando algún habitante de ese pequeño mundo falta.

Aunque, quizás, el show sí deba continuar, porque es ahí, precisamente ahí donde la vida se manifiesta con mayor fuerza. En el amor no se lleva a cabo esa pálida representación de una farsa como ocurre en el mundo público lleno de actores que desempeñan un papel; pero si hemos dicho que el amor no es una representación, ¿cómo continuar? Parece imposible, pero no hay imposibles para la sabiduría poética: Sabines en el poema que dedica a su madre nos lo enseña: “Qué grande ha de ser su amor que me da su olvido”.

 

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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