Author image

Alejandro De la Garza

19/11/2022 - 12:03 am

Pasado y futuro de la lucha inquilinaria

“Los movimientos inquilinarios sólo han tenido éxito cuando se vinculan a movimientos populares”.

El llamado a esta protesta remitió al venenoso a las variadas luchas inquilinarias llevadas a cabo en la capital del país. Foto: Alejandro de la Garza.

El sino del escorpión lo llevó esta semana al mitin en demanda de hacer realidad el derecho a la vivienda, donde se protestó contra la indetenible gentrificación de ciertas zonas de la ciudad de México, fenómeno imbricado con el alza en el costo de las rentas, la expulsión de amplios grupos de la población hacia zonas periféricas de la urbe, la sobrepoblación en esas colonias y alcaldías, y, también, la urbanización de zonas naturales de conservación a orillas de la ciudad, recursos que resultan fundamentales para la salud de la urbe. El mitin reunió a cerca de 300 personas, en su mayoría afectadas por los grandes intereses inmobiliarios, al parecer irrefrenables y eventualmente apoyados por instancias gubernamentales, como lo comprobó la imposición irracional del complejo comercial Mitikah.

El alacrán —toda su vida inquilino indefenso ante rentas siempre en aumento—, apoya esta protesta, realizada a las afueras de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda de la CDMX, y dirigida a contra su titular, Carlos Ulloa, así como contra el director del Instituto de Planeación Democrática y Prospectiva, Pablo Benlliure. El mitin fue encabezado por sectores de clase media, jóvenes millennials en su mayoría, enfrentados a la imposibilidad ya no digamos de hacerse de una vivienda digna, sino de rentar siquiera un lugar a un precio razonable y ubicado cerca de su lugar de trabajo. A la protesta llegaron también representantes de otras organizaciones populares, como el Movimiento Otomí Nacional “Zacatecas 74” y el Pueblo de Xoco, mientras en la firma del pliego petitorio de 14 puntos entregados a las autoridades aparecen otra veintena de organizaciones, algunas académicas y otras populares, como redes de artesanos, colonos en resistencia, la Unión Popular Emiliano Zapata y El Barzón, todos opuestos a ser expulsados de sus viviendas (o territorios) a manos de intereses inmobiliarios impulsores de la gentrificación y la “financiación”, concepto referido a la compra de inmuebles por parte de grandes corporativos para insertarlos en plataformas de renta temporal como Airbnb.

Mitin en demanda de hacer realidad el derecho a la vivienda. Foto: Alejandro de la Garza.

El llamado a esta protesta remitió al venenoso a las variadas luchas inquilinarias llevadas a cabo en la capital del país y en gran cantidad de sus ciudades, antecedentes muy atendibles para comprender el desarrollo capitalista inmobiliario de las grandes ciudades (siempre depredador) y las formas de organización logradas por los inquilinos para enfrentar esta lucha por el territorio urbano. El arácnido acude entonces al libro Debate inquilinario en la Ciudad de México durante el siglo XX (UNAM-INIE, 2001), del historiador Alejandro Méndez Rodríguez, quien destaca tres grandes momentos de la lucha inquilinaria en el siglo viejo.

El primer momento lleva a la memorable huelga nacional inquilinaria de los años veinte, producto de los últimos años de la modernización urbana porfirista, la cual, sin atender la vivienda pobre, favoreció el desarrollo de colonias aristocráticas con inversión extranjera, fenómeno al cual se sumó la crisis inmobiliaria generada por la Revolución. Todo ello impulsó, de 191O a 1921, un aumento en los alquileres de 500 por ciento en Veracruz y 400 por ciento en la Ciudad de México, y forzó a la huelga de pagos de alquileres no sólo en Veracruz y la capital, sino también en una veintena de ciudades de todo el país. Apenas en 1917, derivada de la Constitución, se había aprobado la primera Ley Inquilinaria, y en los años siguientes se multiplicaron las demandas hasta lograr leyes inquilinarias estatales.

El segundo momento se ubica en los años cuarenta, producto del enorme crecimiento de la población urbana y la incapacidad gubernamental de dar respuesta a las necesidades de vivienda obrera y para trabajadores, mientras las colonias de lujo habían crecido. En plena guerra mundial, surgen los decretos de congelamiento de rentas de 1942, 1944 y 1948, que se prolongarían en algunos casos hasta por dos décadas, dando un respiro a inquilinos de todas las ciudades importantes del país. Además, surgen los programas de construcción de vivienda para los trabajadores demandados por organizaciones como la CTM y la CNOP. En los años cuarenta se intenta también ratificar el decreto de 1917 que obligaba a los empresarios a dar vivienda a sus trabajadores, sobre todo si vivían fuera de las ciudades o lejos de sus centros de trabajo. Ante la medida surgieron diversos amparos y finalmente el decreto fue rechazado por la Suprema Corte. Entre las empresas que acudieron entonces al amparo figuran El Palacio de Hierro, El Puerto de Veracruz, El Centro Mercantil, The United Shoe & Leather Co., La Hulera Industrial, nos recuerda Méndez Rodríguez.

El tercer momento destacado por el investigador llega en los años ochenta, cuando la crisis económica y la devaluación llevan a una nueva crisis inmobiliaria, al aumento irrefrenable de las rentas y al surgimiento de nuevos movimientos inquilinarios siempre ligados a los movimientos populares. A ello se añade el terremoto de 1985, generador, como se sabe, de una profundización de la crisis inmobiliaria y el surgimiento y consolidación de movimientos de damnificados exigentes de nuevas viviendas.

El siglo XX finaliza con la extensión irrefrenable de la vivienda de interés social con características un tanto precarias, además de muy alejadas de los centros de trabajo en la ciudad, lo cual impulsa las llamadas ciudades dormitorio y las ciudades corporativas, como Santa Fe. En el nuevo siglo, los signos externos de esta crisis de la vivienda urbana son el desplazamiento, la exclusión, la gentrificación y la financiación de propiedades con fines de renta temporal, además, desde luego, de los grandes intereses inmobiliarios, las compañías que tramitan las rentas con exigencias ilegales y los cárteles inmobiliarios, tan adecuados para el lavado de dinero.

Carteles de protesta. Foto: Alejandro de la Garza.

Para terminar, el alacrán reitera la invitación a leer vía internet el libro de Alejandro Méndez Rodríguez, y comprobar cómo los movimientos inquilinarios sólo han tenido éxito cuando se vinculan a movimientos populares y a la resistencia y la defensa del territorio de indígenas, pueblos originarios, colonos, avecindados y habitantes de otros predios urbanos en lucha por una vivienda digna.

Twitter @Aladelagarza

 

Alejandro De la Garza
Alejandro de la Garza. Periodista cultural, crítico literario y escritor. Autor del libro Espejo de agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011). Desde los años ochenta ha escrito ensayos de crítica literaria y cultural en revistas (La Cultura en México, Nexos, Replicante) y en los suplementos culturales de los principales diarios (La Jornada, El Nacional, El Universal, Milenio, La Razón). En el suplemento El Cultural de La Razón publicó durante seis años la columna semanal de crítica cultural “El sino del escorpión”. A partir de mayo de 2021 esta columna es publicada por Sinembargo.mx

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas