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Catalina Ruiz-Navarro

20/01/2016 - 12:03 am

Fuertes

Resulta que existen unas personas que llamamos “hombres” y son de ciertas maneras: son altos y fuertes, con hombros anchos y pelo corto, son irascibles o decididos según los juzgue y en vez de ponerse tristes se ponen bravos.

Foto: Tomada de afternoah.com
Los hombres tienen un poder maravilloso e intransferible, el poder de la fuerza, con este poder pueden cargar cosas y llevarlas a lugares. Foto: Tomada de afternoah.com

Resulta que existen unas personas que llamamos “hombres” y son de ciertas maneras: son altos y fuertes, con hombros anchos y pelo corto, son irascibles o decididos según los juzgue y en vez de ponerse tristes se ponen bravos. Tienen un poder maravilloso e intransferible, el poder de la fuerza, con este poder pueden cargar cosas y llevarlas a lugares. Las mujeres, en cambio, tienen pelo largo, hablan mucho y no son fuertes. También lloran y les gusta el color rosa. Así hombres y mujeres se completan, ellas no pueden cargar cosas y para eso los tienen a ellos. A cambio, ellas les tienen a sus hijos. Son como el Ying y el Yang el Sol y Luna, complementarios cual artefacto decorativo de los noventa.

Así de pobre suele ser nuestro relato de la sociedad moderna, o por lo menos, el que está detrás del brillante argumento de que las mujeres son “muy feministas hasta que toca cargar el garrafón”. Pero todos sabemos que los cuerpos de las mujeres y hombres son de formas infinitas. Hay mujeres pesistas y hombres escuálidos. Sin embargo, una y otra vez, ante los reclamos feministas por la igualdad de derechos, hombres y mujeres machistas vuelven a repetir el argumento de que es que los hombres son fuertes, y por eso dependemos de ellos.

Es un argumento que da un poco de tristeza pues si la virtud de los hombres queda reducida a cargar garrafones devienen innecesarios en el mundo contemporáneo. Hay como un tufo a que solo si uno puede cargar un garrafón puede tener autonomía, lo cual parece una locura en el siglo XXI, en la era de la tecnología. Además, la verdad es que millones de mujeres se apañan solas para mover objetos pesados, ancianos y niños, sea haciéndolo ellas mismas o pagando para que alguien lo haga o pidiendo el favor. Si yo no puedo hacer algo pues busco alguien más que sí pueda hacerlo. Economía básica. Adam Smith lo llamó la especialización del trabajo, Marx lo llamó división y es característico de la sociedad interdependiente en la que vivimos. Normal necesitar a otras personas. Uno no es menos feminista por eso. Más bien lo pendejísimo es creer que cargar un garrafón resuelve todos los problemas de autonomía de tu vida.

El argumento de la fuerza tiene más caminos desafortunados. Acuérdense que los hombres blancos europeos lo usaron como argumento para justificar la esclavitud de los africanos que sin duda eran más fuertes que cualquiera de sus amos. El patriarcado es un sistema que permite explotar a fuertes y a débiles, siempre y cuando los privilegios los tenga el “hombre cisgénero blanco heteronormados” dizque “civilizado”. Por eso, la fuerza no puede ser un prerrequisito para poder reclamar justicia, o derechos (los que tienen el poder podrían salir perdiendo).

Pero bueno, digamos que el hombre promedio tiene un cuerpo más capacitado para cargar garrafones que el de una mujer promedio. Aplausos. Los hombres son fuertes. Y aquí me parece escuchar a mi bisabuela, -campesina, sufragista-, burlarse. Ella a sus noventaitantos años podaba solita y sin problema las ramas de los árboles de mango del patio con su machete, y siempre le pareció absurdo el cuento de la fuerza, porque las mujeres paren, las mujeres crían, las mujeres trabajan sin quejarse y con cólicos, enfermas, como toque, y además le sobreviven a los hombres cuando tienen la suerte de que no las maten y se pueden morir de viejas.

Una mejor, que también me decía mi bisabuela, para complacer a los que gustan de los binarismos y los esencialismos biológicos: los fuertes son los cuerpos de las hembras humanas (que pueden ser, o no, mujeres). Resulta que no hay ningún lugar en mi cuerpo en el que alguien pueda darme un golpecito y vencerme, tumbarme a llorar en el piso. Pero los hombres biológicos tienen testículos. ¡Imagínense! Mi bisabuela no entendía cómo era que los hombres montaban a caballo, o iban a la guerra, con sus vulnerables órganos reproductivos a merced. Visto así, si algo, los cuerpos de los hombres tendrían que ser sinónimo de fragilidad, -lo cual está perfectamente bien, respiren, la fragilidad es buena, se los decimos las mujeres.

No deja de ser curioso entonces que tengamos tan profundamente metido en nuestro sistema cultural la idea de que los hombres son fuertes. (Recuerden esta pregunta cuando vean a un bio-hombre resfriado). Una vez le leí a la socióloga Lisa Wade que la regla de no golpearse “debajo del cinturón” (es decir, en los huevos) data desde las luchas grecorromanas. La regla se puso porque si los combatientes se podían pegar en los testículos las peleas se acababan en seguida, y la gente se pone furiosa cuando michicatean el pan y el circo. Esta regla tácita se mantiene hasta hoy, incluso, como señala Wade, en peleas en espacios no regulados, donde no se está haciendo un despliegue de técnica ni habilidades y lo que verdaderamente importa es ganar. Wade también señala que parece que esta regla tácita hace parte de los códigos de honor de los hombres y dice que es porque “sirve para proteger los egos de los hombres, además de sus testículos”. Dice “¿Cómo se verían estas peleas si se pudiera pegar bajo el cinturón? Para empezar la mayoría colapsaría. En suma, pasarían menos tiempo viéndose poderosos, y más tiempo viéndose lamentables. Enviaría el mensaje de que los cuerpos de los hombres son vulnerables. No pegar bajo el cinturón protege la idea de que los hombres son máquinas de pelea, protege la masculinidad y la misma idea de que los hombres son grandes y fuertes y resistentes a los impactos, impenetrables como un edificio.”·

Pero ¿saben? Pueden respirar tranquilos otra vez. Es normal que los cuerpos humanos sean vulnerables. Y aunque sus testículos sean frágiles, las mujeres y las feministas no [los] nos vamos a agarrar de los huevos para decirles que irremediablemente tienen que ser así o asá porque esa es su naturaleza, ni les vamos a inventar que su valor en el mundo emana de sus gónadas. Ustedes, señores hombres, no van a ganar menos ni les van a quitar el derecho al voto en virtud de sus testículos, ni nadie va a asumir que tienen que casarse con una persona de cuerpo fuerte, como digamos, una mujer, para que puedan sobrevivir. Además no es una competencia sobre quién es más fuerte. Aun los queremos. Por su personalidad. Y no importa cuanta fuerza tengan los cuerpos de unos u otras, eso es irrelevante a la hora de reclamar equidad. Todo va a estar bien. De su capacidad de cargar el garrafón no dependen sus derechos.

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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