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Ramiro Padilla Atondo

24/08/2015 - 12:01 am

Acerca del elogio desmedido

Mucho se ha hablado de las variaciones psíquicas del mexicano. Oscilamos entre los extremos. No hay un justo medio o un arcoíris de emociones. Más bien damos bandazos. O nos recargamos en un pesimismo desenfrenado o lo contrario. De repente aparecemos entre los países más felices del mundo como si nuestra situación no fuera desesperante. […]

Mucho se ha hablado de las variaciones psíquicas del mexicano. Oscilamos entre los extremos. No hay un justo medio o un arcoíris de emociones. Más bien damos bandazos.

O nos recargamos en un pesimismo desenfrenado o lo contrario. De repente aparecemos entre los países más felices del mundo como si nuestra situación no fuera desesperante.

Vivir en un país surreal, del cual somos herederos y co-creadores muestra a las claras que vivimos una realidad no real. Pienso de repente en los condicionamientos a los que se nos va induciendo de a poco. Nuestra primera infancia, la edad del idealismo que ya en la adolescencia se difumina al conocer esa otra realidad, esta sí real.

Cuando hablo de realidad no real, me refiero a la construcción mediática que vive de la creación de una percepción equivocada idílica, la idea de un país que está en la antesala del primer mundo, pero que nunca despega.

Esta suerte de república binaria de las ideas. Eres de izquierda o la abominas, eres indigenista o europeísta, y así hasta el infinito.

Una idea aproximada de estas conductas viene de la manera en que se ven las jerarquías. Un constructo de la Colonia que pervive en nuestros días. Quizá no se vea de manera tan clara porque estamos tan acostumbrados a ello que lo damos por sentado. Si usted no se ha dado cuenta, como yo, en mi diaria batalla personal por decir qué en vez del colonial y servil mande, tan curioso a los ojos de los otros hispanohablantes.

Otra aproximación viene del elogio desmedido. El jefe como el neo capataz, dueño de destinos y vidas, el político cuyo dedo decide vida y muerte de sus gobernados. Esta construcción psíquica que en su mayoría tiende a lo servil puede explicar el por qué los mexicanos vivimos en perpetuo estado de indefensión. Indefensión aprendida.

Indefensión que deriva en fiesta desmedida, un perpetuo intento de escape, la aceptación de que nada va a cambiar porque da flojera cambiar. Pero es en extremo difícil cambiar cuando no se es siquiera consciente de ello. Y el sistema en general, con sus instituciones disfuncionales y un largo etcétera, trabaja para que el gatopardismo se eternice.

Somos la cuna de los récord Guinness más idiotas. Si hubiera un récord Guinness para el robo al erario, nuestra clase política estuviera llena de premios.

El ciudadano de a pie ha aceptado (una vez que es consciente de ello) que para triunfar en el difícil mundo mexicano, primero tiene que aceptar que si tiene más habilidades que su jefe puede ser despedido de manera inmediata. Aprende a manejarse con discreción y halaga al todo poderoso superior hasta que lo hace creer que es inmortal, que puede decretar la primavera a voluntad, y que incluso es guapo aunque esté más feo que el copete de Donald Trump. Pero cuando uno se pregunta cómo llegó a jefe, te das cuenta que escaló siguiendo esta suerte de antivalores tan arraigados entre nuestros connacionales. Él besó bastantes traseros, así que espera el mismo trato. Y la rueda sigue girando.

El elogio desmedido es el primer síntoma de una sociedad enferma. Todo aquel que detenta poder se acostumbra a vivir en una irrealidad que sus subalternos (en espera de convertirse en algo como él) le ocultan.

Por eso vamos por la historia dando bandazos. Las excesivas formas de la cortesía, al igual que nuestro gran léxico a la hora de insultar son pruebas fehacientes de ello.

Las sociedades enfermas como la nuestra, solo pueden curarse cuando puedan verse a la cara y tratarse como iguales. Dejar el tlatoanismo extensivo y actuar como actúan las sociedades normales. Esto es, tratarse con educación, sin grandilocuencia. Que cuando las ladies y los gentlemans se hacen virales, lo hacen en el sentido de reflejar esos antivalores tan arraigados. La multitud los abuchea pero actuaría igual si tuviera la oportunidad.

Lecturas recomendadas:

Mirreynato, la otra desigualdad. Ricardo Raphael.

Anatomía del mexicano. Roger Bartra.

Ramiro Padilla Atondo
Ramiro Padilla Atondo. Ensenadense. Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, traducido al inglés; Esperando la muerte y la novela Días de Agosto. En ensayo ha publicado La verdad fraccionada y Poder, sociedad e imagen. Colabora para para los suplementos culturales Palabra del Vigía, Identidad del Mexicano y las revistas Espiral y Volante, también para los portales Grado cero de Guerrero, Camaleón político, Sdp noticias, El cuervo de orange y el portal 4vientos.

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