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Susan Crowley

24/08/2024 - 12:03 am

Muerte de Venecia en manos del turismo

Me pregunto ¿qué pasaría si en sitios como Venecia una de las restricciones fuera que los turistas dejen el celular y vivan siquiera un capítulo o una escena de Mann o Visconti. Creo que es pedirles algo imposible. Sería, literal, muerte en Venecia.

No puedo presumir de saber un ápice de asuntos económicos, lo que sí entiendo es que, desde hace décadas, las ciudades del mundo viven beneficiadas por las masas turísticas que las invaden cada año. ¿Qué sería de España sin Ibiza? ¿de los Países Bajos sin Ámsterdam? ¿de México sin la Ribera maya?, ¿de Italia sin Venecia? Imposible de concebir.

Venecia es la ciudad que se hunde irremediablemente, es la que quedó inmortalizada y condenada a su lenta e inexorable agonía en la obra de Thomas Mann Muerte en Venecia. Su población hoy está formada por unos 50 mil habitantes que pueden llegar a 165 mil en un solo día durante la temporada alta. Un ejemplo del triunfo del turismo masivo. No deja de ser una preocupación ambiental, económica y social que alarma a quienes están conscientes de las implicaciones de que una plaga, peor que las ratas de los barcos en el medioevo, penetre la ciudad y sea capaz de destruirla. Eso es el turismo arbitrario, inculto, que no respeta las reglas, que consume ciudades y sirve a una industria que ignora a su propia tierra. No muy distinto al drama que se vive en la Rivera Maya y la destrucción de manglares, cenotes y arrecifes. Al margen de donde vivamos, viajemos o no, nos debería importar a todos.

Retomo el asunto de la selfie, de Instagram y de las redes sociales de la semana pasada porque me ha tocado llegar casi a los sesenta años sin prácticamente haber entrado a ese mundo: no lo entiendo, no lo respeto, no me estimula como no sea para una que otra distracción sin importancia y he podido observar su crecimiento y consecuencias. Las nuevas generaciones están decidiendo su vida a partir de las imágenes que abarrotan las redes ¿cuál es el antro?, ¿qué ciudad es cool?, ¿cómo vestirse? No excluyo a mi generación que a veces es patética con los que circulan como autómatas con el aparato en la mano, obsesionados con subir a la comunidad digital la imagen capturada. Un nuevo lenguaje, una forma de habitar el planeta, de captarlo mas no aprehenderlo. Las redes son la plataforma de promoción dirigida a un turismo desinformado y al que no le interesa profundizar las capas que dan sentido a las ciudades. Palimpsestos que hablan de pasado, de historias, de sociedades que vivieron condiciones distintas a las de nuestra era narcisista.

Y retomando Venecia, cada año millones de personas toman vuelos baratos para llegar a la ciudad del ansiado pick. Nada más importa que esa imagen: el plato de comida del restaurant de moda (en las redes), para el que quizá tuvieron que hacer horas de fila entre otros turista mundiales que también siguen esa cuenta de Instagram. Todo esto traducido a una ansiedad, a llenar el vacío momentáneo; legitimar delante de los otros que ya se estuvo en el sitio. Por lo demás, se trata de un logro imposible: cuando llegamos otros ya vienen de regreso. Llegué antes, parecen decir las redes, yo lo descubrí, pero resulta que hay uno mejor que este.

El turismo masivo es dinero, mucho dinero; pero también es deterioro, abuso, consumismo, frivolidad. Lejos está de la noción de ciudad habitada. Hoy da lo mismo si es la Mazaryk de la Ciudad de México, el Marais de París, la vía Condotti en Roma, Oxford Street de Londres, en todas las peatonales te toparás con una conveniente Zara o sus almacenes hermanos, o los muchos restaurantes de comida rápida. Verdaderos centros de consumo que sustituyen boutiques locales y a los pequeños comederos tradicionales, porque, ¿quién puede competir con esos monstruos?

La masa, decía el filósofo Elías Canneti, es una prole sin rostro, sin noción de colectividad y mucho menos de persona. Se unifica y deambula por el mundo con créditos impagables a meses sin intereses que se multiplican. Lejos quedó la idea de planear el viaje de tu vida con todos los esfuerzos y la ilusión. Leer los libros adecuados, ver las películas y documentales que ilustraban ciertos momentos, elegir la música que acompañaría a tal o cual ciudad. Pensar en qué museo y con qué presupuesto se viajaría y la cantidad destinada a una frugal comida. Para una economía de clase media resultaba casi imposible viajar. Y ahí es donde el arte cumplió una función importante. Muchas generaciones visitaron los destinos mundiales sin moverse de la sala de su casa. Con una imaginación despierta, vivieron las calles, los canales, los edificios de una Venecia mágica.

Una buena novela, la imagen de una ciudad pintada con cierta luz, la música que evocaba un momento, servían para algo. Los viajeros del pasado, después de los exploradores, fueron los artistas. Con meticulosidad describieron escenas en las que el espectador se convierte en testigo.

Gracias a Muerte en Venecia de Mann la ciudad quedó retratada en una bellísima películas del director Luccino Visconti con un arte y duración interior solo comparable a la literatura de otro genio, el francés Marcel Proust. El profesor Gustav von Aschenbach, personaje principal de la novela, se dirige a Venecia a vivir el duelo que lo atormenta: la muerte de su pequeña hija y el abandono de su esposa. Por cierto, ha sido tomado a la ligera como la caricaturización de la pederastia del homosexual que persigue a un jovencito. Una visión simplona y homofóbica.

Inspirado en el compositor Gustav Mahler, el gran actor Dirk Bogard pondrá en pausa su desgracia con la presencia de Tadzio, en quien encontrará al ángel de la belleza y de la muerte. Los pasajes de luz cálida, los salones elegantes llenos de flores en jarrones de porcelana antigua, los vestuarios fascinantes de las bellas mujeres entre las que destaca Silvana Mangano, la diosa del cine italiano. Los días de solaz en la playa de Lido, en la que un grupo de efebos juegan. Todo ello es la imposibilidad del artista de atrapar la belleza en su totalidad, lo que pagará con su propia vida. La música de Mahler es el fondo de la película, pero no solo el fondo, es un personaje más. El adagietto de la Quinta y los fragmentos de la Tercera son el leitmotiv del dolor, de lo sublime, de la pérdida y de la resignación, como lo es cada obra de Mahler.

Pero eso no lo verá jamás un turista de los muchos que arrasan Venecia. ¿Cómo ver algo que, en vez de generar una satisfacción inmediata, motor para nuevas ansiedades, exige estar dispuesto en cuerpo y alma a la experiencia estética? ¿dónde queda ese atardecer de una Venecia que se sabe mortal? Solo en las últimas páginas del libro presenciamos el suspiro de von Aschenbach delante de la silueta evanescente de aquel joven: la belleza es algo inaprensible.

La Venecia de Mann no estaba maquillada como ahora, no era tan fotografiable como esta nueva ciudad llena de puntos estratégicos para inmortalizar en Instagram. Antes, los enamorados se detenían en los puentes a sellar un beso con la cámara. Su eterno desaseo, su mal olor, la oscuridad, la dotaban de esa atmósfera perturbadora y dolorosa tan necesaria para entender su enorme dimensión. Eso no lo ven las hordas de turistas que a su paso trastocan la posibilidad de experimentar un momento interior.

Acaba un verano más y parece que las autoridades de Venecia igual que de otras ciudades turísticas reaccionan a la rebelión de sus habitantes desesperados ante la invasión. Nuevos impuestos, reglas y restricciones intentarán combatir a este turismo salvaje.

Me pregunto ¿qué pasaría si en sitios como Venecia una de las restricciones fuera que los turistas dejen el celular y vivan siquiera un capítulo o una escena de Mann o Visconti. Creo que es pedirles algo imposible. Sería, literal, muerte en Venecia. @Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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