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ENTREVISTA | El escritor Jordi Corominas recorre Barcelona con los pies y con las letras

25/03/2019 - 7:00 pm

Leer el último texto de Jordi Corominas es igual a pasear por la ciudad de Barcelona en varios momentos-parágrafos escritos con maestría. 

Por Sonia Rico 

Ciudad de México, 25 de marzo (Culturamas/SinEmbargo).– Ya nos dejó claro Pessoa, el gran caminante de Lisboa, su ciudad, que “una ciudad para amarla y conocerla hay que caminarla” y, eso, precisamente es lo que hace Jordi Corominas en Paràgrafs de Barcelona, su tercer libro escrito y publicado en catalán, esta vez por Átic dels llibres.

Los que ya conocemos y seguimos a Jordi hace tiempo sabemos que es un flanêur y de su pasión por recorrer su ciudad, por enseñarla en sus clases y rutas guiadas. Y, es que las piedras, los parques, los detalles en los edificios y los rótulos de tiempos pasados nos hablan si estamos dispuestos a caminar mirando hacia arriba y quitar la vista de las pantallas de nuestros teléfonos móviles.

Esta es la propuesta de Jordi a través de esta guía-ensayo. Leerla es pasear por la ciudad en varios momentos-parágrafos escritos con maestría; haciéndonos sentir que viajamos entre las Barcelonas de ayer y la de hoy y, consiguiendo algo que parece que cada vez está más cerca: que el concepto de tiempo se vuelva elástico.

***

–Jordi, vuelves a escribir en catalán después de 10 años ¿sentías que este libro debías escribirlo en esta lengua?

–Escribir este libro en catalán surgió natural a partir de su mismo nacimiento. Empecé a redactarlo en ratos muertos, cuando llegaba a casa y quería ordenar una serie de pensamientos surgidos a través del paseo. Como suelo pensar en catalán me resultó natural plasmarlos en mi lengua materna. Alguno dirá que en eso existe una contradicción porque tengo bastante obra en castellano, pero en este caso era normal redactar en catalán, algo que, todo sea dicho de paso, también fue un acicate desde la riqueza, pues ambas lenguas son distintas y así podía jugar más con el lenguaje.

–Da la impresión que para contarnos tantos detalles sobre la historia de la ciudad y sobre la arquitectura hayas pasado mucho tiempo documentándote.

–Esto es como todo en la vida. Puedes pasear sin saber nada. Ves un edificio, el nombre de una calle o un rincón y si eres curioso querrás documentarte. Con esto quiero decir que está primero la mirada y luego documentarse, son partes del mismo proceso. A mí me resulta normal hacerlo, pero también sé que es anómalo, de hecho podemos vincularlo con dos factores del mismo libro. El primero es mi obcecación en hacer de la calle algo más que un sitio donde ir y venir. Podemos generar una pedagogía urbana como en París, Roma, Londres y otras ciudades del mundo. Es justo, necesario y pertinente. Muchas veces veo a turistas sacando fotos de la belleza sí, pero no llegan bien informados, hemos asumido vendernos como si fuéramos low cost, y mientras no alteremos ciertos modos de transmitir lo que somos los visitantes seguirán viéndonos así, y lo mismo el ciudadano, quién debería ser el primer receptor de lo que es Barcelona, a nivel de pasado, presente y futuro.

El otro factor es que el libro incite a saltar la página para pisar la calle. De este modo se cumplirá un proceso inverso al mío, y eso es fantástico.

–Hablas de ser de los barceloneses; en concreto que nos creemos cosmopolitas pero que en realidad somos provincianos, con esto rompes una falsa creencia.

–Creo que Cataluña y España ahora mismo son muy provincianas, pero en el caso de Barcelona todo el cosmopolitismo pasado se ha vuelto una especie de postureo endogámico. Somos los sirvientes de los que vienen y con el Procés la sociedad ha preferido mirar hacia dentro y renunciar a la idea de la ausencia de fronteras, olvidándose del internacionalismo cultural. Alguno dirá que eso no es cierto, que somos una ciudad en el punto de mira mundial. En algunos aspectos sin duda, pero vivir estos años nos ha jodido a todos, sobre todo desde una perspectiva generacional, como si hubiéramos perdido los mejores años de nuestra vida entre banderas, que es algo surrealista y demencial. Por lo demás el provincianismo se ve también en el mundo cultural. En España recuperamos un clásico inédito y lo vendemos como un bombazo. Ya no podemos estar con lo de los cuarenta años de atraso por la Dictadura, y bien, en el caso barcelonés las constantes son similares al resto. Es un poco como la paradoja de las redes, que en principio abren ventanas cuando, en realidad, provocan mirarse más al ombligo y empequeñecerse.

-Tampoco nos gusta a los barceloneses entrar a las iglesias…

–Supongo que lo de los barceloneses y las iglesias podría aplicarse a todos los ciudadanos del Planeta. Si vamos fuera de nuestra casa entramos en los sitios. Si estamos en ella parece que no sea necesario. Desde otra perspectiva lo decía Pla con los balcones del Eixample, donde nadie sale, mientras que en los barrios que fueron pobres siempre están ocupados porque la gente mira fuera lo que no tiene dentro de su hogar. Hay que impulsar la curiosidad por lo que tenemos en nuestros muros.

-Y somos un poco vagos porque nos da pereza movernos de un barrio a otro aunque el servicio de metro en la ciudad sea de calidad ¿no se te ha enfadado nadie aún?

–La gente suele enfadarse conmigo por hablar claro, pero desde luego no creo que lo hagan por decir que los barceloneses son perezosos y apenas salen de su barrio. Es algo cierto y constatable, en parte herencia de la antigua configuración del llano de la ciudad entre la vieja Barcelona y los pueblos de los alrededores. De hecho, siendo positivos, es algo que me gusta mucho de la ciudad, porque de este modo sus múltiples identidades crean Barcelonas, la urbe federal que del barrio va al distrito y del distrito a la ciudad.

–¿Crees que el principalmente problema hoy de la ciudad es la gentrificación?

–Sí, es un problemón y espero que en breve puedan regularse los precios de los alquileres. Por otra parte en Berlín se propuso, ya veremos si sale, un referéndum para expropiar los pisos que sean de grandes inmobiliarias o fondos de inversión. Si la idea saliera adelante crearía un precedente a seguir por los demás. No sé cómo podría aplicarse, pero me gusta el plan.

Hay muchos caballos de batalla. Desde la protección del patrimonio hasta la ciudad sostenible para el siglo XXI, algo más necesario en Barcelona al tener mucha densidad de población, pero también mucha posibilidad de crear zonas ecológicas. Otra lucha del futuro es la redistribución de la riqueza para terminar con tanta desigualdad. Creo en el municipalismo como motor progresista del siglo XXI y de hecho no claudicar ante la privatización de la ciudad es clave, y esto es otra respuesta a lo que mentabas del provincianismo. Debemos ser Barcelona, no BCN, ciudadanos con capacidad transformadora y no meros peleles del capital.

–Barcelona ¿sigue siendo una ciudad literaria o ya no tanto?

–Sí,es una ciudad literaria con mucha ebullición tanto en catalán como en castellano, otra cosa es que de verdad haya lectores. En ocasiones pienso que todo es una gran burbuja que a saber porque no revienta. Me gustaría que todo fuera más europeo, menos naif y con menos marketineo puro y duro ajeno a la literatura, pues a veces parece que los escritores sepan posar mejor que escribir, aunque eso sucede más en otras latitudes.

–En varias ocasiones comentas sobre el porciolismo ¿cómo afectó esto a la ciudad?

–El Porciolismo fue un desastre, como casi todo el franquismo. Basta caminar por rambla de Catalunya mirar hacia arriba y ver los famosos sombreros, creados en primera instancia para permitir más lucro para los propietarios ante la imposibilidad de subir los alquileres por la precariedad imperante en la posguerra. Esto dio verticalidad y una absoluta falta de respeto con el patrimonio, algo propulsado más si cabe por una falta de planificación urbanística que mezclaba churros con merinas sin ningún tipo de preocupación por la armonía estética. Lo único positivo es que surgió una generación muy interesante de arquitectos, de los cuales es posible ver su obra como un preludio del futuro en la zona de Monterols, más arriba del Turó Park. Ahí Coderch, Bofill, Giráldez, Mitjans y otros crearon un museo de la modernidad al aire libre.

–No te pasan inadvertidas fuentes públicas, las vaquerías, baretos que ya han cerrado…vestigios de otra época ¿lo miras con añoranza?

–No soy nostálgico, pero la ciudad deja rastros del pasado y me gusta saber qué piso y cómo fue antes. Además me da miedo, ya lo anunció Pasolini en los setenta, una absoluta homologación del espacio. Los bares que cierran, las vaquerías que fueron, las fuentes que siguen manando agua son parte de la educación sentimental ciudadana, por eso es bueno recordarlos, pero resucitar el pasado no es nada imprescindible, simplemente a veces este pasado deviene tal por la prepotencia del presente, contrario a la diversidad e ignorante de la riqueza de la misma simbolizada en la heterogenia de los 73 barrios barceloneses.

–Y por último, ya que conoces todos los rincones, recomiéndanos un lugar secreto para besarse.

–¿Para besarse? El tópico sería el carrer dels Petons, que quizá es una deformación de Pontons, pero es que al ser sin salida queda perfecto para equipararlo con el puente de los suspiros de Venecia o pensar en meterse mano en la oscuridad. Lo de besarse en la calle puede ser donde uno quiera, pero no sé, pienso en las callecitas de Gràcia, como Abdó Terradas, al lado de Venus, y me parecen ideales. En realidad la ciudad tiene muchos rincones ocultos donde es posible escapar a la omnipresencia de la imagen y encontrar intimidad. Para descubrirlos conviene escapar de las convenciones y crear un mapa propio.

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