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Jorge Javier Romero Vadillo

26/09/2019 - 12:04 am

El PAN octogenario

Cuando nació el PAN, en septiembre de 1939, se estaba procesando la sucesión de Lázaro Cárdenas, la cual se definiría a favor de Manuel Ávila Camacho, mientras Juan Andreu Almazán lanzaba su candidatura opositora con un partido a modo, el Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN).

“A partir de la década de 1960, el pragmatismo fue dominando al partido, aunque las ideas socialcristianas siguieron siendo dominantes un tiempo más”. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

La semana pasada, en medio de las celebraciones por la independencia, el Partido Acción Nacional celebró su octogésimo aniversario, donde, para variar, la nota la dio Vicente Fox con una más de sus habituales salidas de tono. Resulta simbólico que el hecho memorable del cumpleaños lo haya aportado uno de los personajes que más daño le ha hecho al partido en su larga historia, pues desde el procesamiento de su candidatura a la presidencia, durante 1999, su manera de actuar erosionó sustancialmente la larga institucionalidad que durante sesenta años había construido hasta entonces el PAN. Veinte años después, el hombre que se vanagloria de haber sacado al PRI de Los Pinos, pero que como presidente fue incapaz de actuar en consecuencia con la agenda histórica del partido que lo postuló, se convierte en el protagonista de un aniversario que se celebró en horas bajas para la añosa formación política.

Cuando nació el PAN, en septiembre de 1939, se estaba procesando la sucesión de Lázaro Cárdenas, la cual se definiría a favor de Manuel Ávila Camacho, mientras Juan Andreu Almazán lanzaba su candidatura opositora con un partido a modo, el Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN). En ese ambiente de polarización, el brillante abogado y político Manuel Gómez Morín logró reunir a un grupo heterogéneo que incluía a intelectuales católicos, liberales de viejo cuño y empresarios de medio pelo unidos por su oposición a Cárdenas y el temor al socialismo, pero con una enorme desconfianza respecto a Almazán, al que veían como un general más, ambicioso y corrupto, de los que proliferaron con la revolución.

A pesar de que nacían en medio de la coyuntura electoral, no era su intención inmediata la participación en la contienda, al grado de que Gómez Morín tuvo que persuadirlos de ir a lado del candidato opositor, aunque de manera muy condicionada, pues, decía el fundador, de no haberse tomado en esos momentos ninguna decisión sobre candidato “entonces no habría sido un partido; habría nacido como una academia más, como un centro de estudios sociales y políticos; una cosa que no era lo que nosotros queríamos. Nosotros considerábamos esencial crear un partido político actuante”.

En aquellos tiempos nacían y morían partidos en cada elección. Flores de un día, a los comicios se presentaban cientos de organizaciones locales o nacionales formadas en torno a candidaturas efímeras e imposibles, pues desde 1929 solo los candidatos del partido oficial –primero el PNR y entonces el PRM– tenían posibilidades reales de ganar elecciones, a menos que algún conflicto interno les revirtiera la suerte. La candidatura de Almazán era la de un caudillo que rompía con el régimen y concitaba el apoyo empresarial y de la iglesia. No había espacio para la irrupción de ninguna otra fuerza política. De ahí que Gómez Morín tuviera claro que el suyo era un proyecto de largo plazo, pero de cualquier modo consideraba esencial que desde el primer momento hicieran campaña, aunque se tratara de mero fogueo.

Resulta sorprendente, dados los incentivos de la legislación electoral de la época y del sistema controlado por el régimen, que el PAN lograra sobrevivir durante los primeros seis años. Sin embargo, con la Ley Electoral Federal de enero de 1946 las cosas cambiarían, pues Acción Nacional se convirtió en una organización especializada en aprovechar las nuevas reglas proteccionistas, diseñadas sin ambages para proteger al recién nacido PRI de toda competencia significativa. El nuevo ordenamiento jurídico creó el sistema de registro de partidos, el cual generaría una trayectoria institucional del la que depende la política mexicana hasta hoy. Se trataba de un filtro para que la autoridad pudiera decidir los partidos que podían participar en las elecciones y le pudiera cerrar el paso tanto a las escisiones del partido oficial como a los grupos que representaran alguna amenaza a su hegemonía, aunque fuera meramente en el ámbito local.

Gómez Morín entendió muy bien las nuevas condiciones de participación, que implicaban un pacto con el régimen, pues solo con su visto bueno se podía conseguir el registro oficial. Los panistas aceptaron el papel de comparsa que la simulación democrática de la nueva ley les otorgaba y con ello se consolidaron como una organización permanente, en una circunstancia que llevó a la reducción sustancial del número de partidos, pues cuando el nuevo arreglo se institucionalizó plenamente, solo tres partidos distintos al PRI mantuvieron la patente que les permitía participar en las elecciones y dos de ellos postularon reiteradamente al mismo candidato presidencial que el PRI.

El PAN suele presumir de su carácter de única oposición durante los tiempos del autoritarismo priista. Se trata de una afirmación más que cuestionable, pues si bien hubo elecciones locales en las que el PAN dio batallas cívicas notables, en realidad se trató de un partido que formaba parte del arreglo del régimen y contribuyó a la simulación democrática que se ostentaba en el exterior, mientras en México todo mundo sabía que se trataba de una ficción aceptada.

El papel que el régimen le concedía al PAN era el de canalizar la oposición católica moderada, al grado de que Donald J. Mabry, en un estudio pionero, lo llamó “una alternativa católica a la revolución mexicana”. Después de Gómez Morín fueron tres militantes católicos –Juan Gutiérrez Lazcuráin, Alfonso Ituarte Servín y José González Torres– quienes dirigieron a la organización y de no ser por la legislación mexicana, que impide hasta la fecha denominaciones religiosas en los partidos, muy probablemente el PAN hubiera acabado definiéndose como demócrata cristiano. A partir de la década de 1960, el pragmatismo fue dominando al partido, aunque las ideas socialcristianas siguieron siendo dominantes un tiempo más.

No fue sino con la nacionalización de la banca, en 1982, y la ruptura que esta significó del pacto entre el régimen y los empresarios, sellado en 1946 con el nacimiento del PRI, cuando el PAN se convierte en vehículo para canalizar el descontento empresarial y pasa realmente a la oposición, lo que implica una transformación sustancial en la organización, que deja de ser un grupo doctrinario para convertirse en una maquinaria pragmática. Cuando finalmente, en 2000, ganaron los panistas la presidencia poco quedaba de sus principios originales y los dos presidentes que salieron de sus filas fueron incapaces de cumplir con su agenda histórica, la cual tenía en el centro el desmantelamiento del arreglo corporativo contra el cual nació el partido. Por el contrario, tanto Fox como Calderón –este, hijo de un fundador– prefirieron usar los resortes del viejo régimen en su beneficio, como lo muestra la alianza de ambos con Elba Esther Gordillo, y dejaron intactos buena parte de los mecanismos de control con los que actuaba el PRI. De ahí su fracaso histórico. Ahora tienen que reconstruirse entre sus ruinas, aunque de ninguna manera hay que darlos por muertos, pues tienen con qué resistir electoralmente.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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