Jorge Alberto Gudiño Hernández
29/09/2024 - 12:01 am
Escritura, lectura e IA (5)
“La respuesta de varios colegas al uso de la IA es dar un paso hacia atrás. Al menos, en apariencia”.
En algunos de mis textos anteriores he abordado la problemática que significa que la IA intervenga en la educación. No en el plano positivo (que existe), por supuesto, sino en lo que se refiere a que un alumno entregue un trabajo realizado por ésta sin avisar. No sé si es una forma de plagio o no (en tanto no se le está robando su trabajo a otra persona), pero sí de engaño, pues se está haciendo pasar por propio algo que no fue hecho por la persona que lo presenta. Esto sucede, sobra decirlo, en muchas disciplinas.
No sólo son los textos generados por IA. Es cierto que es, quizá, donde más frecuente nos topamos con esta “ayuda”. Tan es así, que ya le pedimos a la IA que nos responda ciertas cosas a partir de interfases instaladas en nuestros teléfonos. Como lo comenté la entrega anterior, también aparecen trabajos de este tipo en materias de programación. Y más. Haciendo un breve recuento con mis alumnos y algunos colegas, es claro que se utiliza la IA para resolver ecuaciones y operaciones algebraicas, derivadas e integrales definidas. También, para crear presentaciones a partir de un texto previo. Me llamó la atención que, en la competencia febril de los ejemplos, un alumno mío escribiera en su teléfono (en una de las apps más usadas): “diseña una portada para una novela de Jorge Alberto Gudiño que trata de…”. No salió mal. Tampoco muy bien. Mucho mejor que la que yo habría hecho, mucho peor que la de los diseñadores de la editorial. Pero se le dio muy poca información para trabajar.
La respuesta de varios colegas al uso de la IA es dar un paso hacia atrás. Al menos, en apariencia.
Desde hace un par de semestres, varios profesores piden trabajos hechos a mano, ya sean escritos o dibujados. No importa tanto la calidad de la imagen, para no ser estrictos, como la creatividad. Algunos van más lejos: les exigen que los produzcan a la hora de la clase para no correr el riesgo de que los alumnos copien los contenidos de una pantalla (que no sería peor que entregarlo sin siquiera haberlo leído). Recordé un tortuoso examen de programación en la carrera: cuatro horas escribiendo código en hojas de papel. Me queda claro que es probable que el programa no sirviera del todo (siempre hay detalles). Y, sin embargo, cumplía con el objetivo de aprendizaje.
A principios de siglo, en una reunión con algunos excompañeros de la universidad, algunos confesaron (¿vanagloriándose?) que se les estaba olvidando cómo escribir a mano. No es que escribieran poco pues los correos laborales se les acumulan por decenas al día, sino que lo hacían sobre un teclado o una pantalla (¿para qué escribe uno una nota en una servilleta si puede hacerlo en el teléfono garantizando que perdurará?).
Sé que escribir a mano ofrece ventajas en múltiples niveles: desde lo neurológico hasta lo mecánico. ¿Quién sabe? En una de ésas, para derrotar a la IA sólo tengamos que volver al principio, a depender de nuestro cuerpo y de la tinta sobre el papel.
Sé que sigue quedando pendiente el asunto de la IA y la literatura. Pronto me ocuparé de ello.
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