A los seis años, Karina Mendoza trabajaba en casas a cambio de techo y comida en su natal Oaxaca. Ahora, a los 36, en Florida y con tres hijos, publica su primer libro, cumpliendo uno de sus mayores sueños por los que la llamaban “loca” en la casa de sus patrones y en la escuela a la que asistía al terminar sus muchas obligaciones.
“No soy escritora. Hice este libro para llevar el mensaje de que todos pueden superarse”, dice la autora sobre el libro publicado hoy por la editorial La Pereza de Miami, al que dentro de un mes seguirá un audiolibro de Amazon y pronto un cortometraje.
Por Ana Mengotti
Miami, 30 de julio (EFE).- A los seis años trabajaba en casa de “gente rica” a cambio de techo y comida en su natal Oaxaca y a los 36, en Florida y con tres hijos estadounidenses, Karina Mendoza publica su primer libro, La larga travesía de una niña mexicana.
Mendoza ha cumplido uno de los “sueños” por los que la llamaban “loca” en la casa de sus patrones y en la escuela a la que podía asistir solo cuando terminaba sus muchas obligaciones, “siempre tarde, mal vestida y a veces saltando la barda”, según cuenta a Efe con un dejo de tristeza.
“No soy escritora. Lo hice para llevar el mensaje de que todos pueden superarse”, dice sobre el libro publicado hoy por la editorial La Pereza de Miami, al que dentro de un mes seguirá un audiolibro de Amazon y pronto un cortometraje.
UNA HISTORIA LATINOAMERICANA
En La larga travesía de una niña mexicana se vislumbra “no solo la historia de un ser humano, sino la historia compartida de muchas mujeres como la autora. Y de cierto modo lo que ha sido hasta hoy una gran parte de la historia en Latinoamérica”, asegura a Efe Greity González, editora del libro.
Con una travesía vital mucho más larga que sus dos viajes a través del desierto para cruzar de México a Estados Unidos, Mendoza se centra en el libro en el primero, que hizo con 18 años.
La imagen de una mujer y su bebé muertas junto a un cactus en medio del desierto la tiene grabada a fuego. Su grupo no pudo hacer ya nada para ayudarlas, dice al recordar aquellos tres días caminando por el desierto para llegar a un país del que luego viajó de nuevo a México en 2013 porque “extrañaba a la familia”, para regresar dos años más tarde.
Cuando habla de familia se refiere a su hermana, pues a su padre no lo conoció y su madre la abandonó en el mercado de abastos de Oaxaca a los seis años.
“NUNCA TUVE INFANCIA”
“Nunca tuve infancia”, “sufrí mucho” porque “nadie respondía por mi”, cuenta Mendoza, hoy casada con un mexicano de Chiapas y madre de tres hijos, con los que vive en el centro de Florida.
Según manifiesta, “todavía existe mucho en México” de lo que ella vivió, “muchachas trabajando en las casas”, y su libro puede valer para que no se dejen vencer por las dificultades o los maltratos ni por las opiniones de que van a ser siempre “mendigas y arrastradas”.
“El libro de Karina posee pasajes con un fuerte nivel de determinismo, o eso que llamamos fatalismo geográfico. Las vivencias de la protagonista son un resultado directo de ese fatalismo. Sin embargo, pese a esto, la historia mantiene en todo momento un alto grado de ternura y esperanza”, dice Greity González.
La editora de La Pereza encontró en la historia de Mendoza “una narración necesaria en estos tiempos en los que la lucha feminista no pocas veces invisibiliza a muchísimas mujeres oprimidas que, por su condición económica, no encuentran la luz que también ellas necesitan, con la misma fuerza que todas las demás”.
Mendoza dejó de limpiar domicilios ajenos y hoy trabaja para una empresa que se dedica a pintar casas, oficinas y negocios.
Con esfuerzo llegó a acabar la secundaria en México y le hubiera gustado seguir estudiando.
¿DE QUIÉN ES LA CULPA?
Cuando se le pregunta qué estudiaría si pudiera, responde sin dudar que administración de empresas y agrega que le gustaría compaginar un trabajo en ese campo con la escritura de otras historias que no tienen por qué ser necesariamente sobre su propia vida, pero sí ser “reales y expresar sentimientos”.
A Mendoza, que ha vivido un “calvario” por cuestiones migratorias de las que prefiere no hablar, no le gusta opinar sobre política. “Yo respeto mucho, cumplo con todas las normas y no me meto en problemas”, afirma.
Pero en su libro, al relatar el imborrable encuentro con la madre y la bebé ya fallecidas, escribió: “cuando vi aquello (…) por primera vez en mi vida, creo, me pregunté por qué; quiero decir por qué a nosotros nos había tocado esta vida, por qué teníamos que ser los mexicanos, los centroamericanos, toda la gente pobre de este mundo, la que pasáramos por esto”.
“¿Era culpa de nuestro Gobierno?, ¿Era culpa del Gobierno de los Estados Unidos?, ¿Era culpa nuestra? Llegué hasta preguntarme si era culpa de Dios, pero no había tiempo para la tristeza, por más que la llevaras encarnada en el alma”, afirma la narradora en La larga travesía de una niña mexicana.
A los jóvenes mexicanos les dice que aprovechen todas las oportunidades, que se “arriesguen a aprender”, que luchen y que trabajen para salir adelante en su país.
“Yo no tuve otra opción”, subraya sobre su larga travesía.