¿Guerra contra el narco o educación para la paz?

Eduardo Suárez Díaz Barriga

14/08/2013 - 8:27 am

Si buscamos en uno de los principales motores de búsqueda, o como se dice cada vez más frecuentemente, si gugleamos las palabras ‘guerra contra el narcotráfico’, y escogemos ver imágenes en lugar de leer textos, por aquello de que dicen más que las palabras, no nos llevaremos una sorpresa. Convoyes fuertemente armados, caricaturas políticas del ex Presidente Calderón vestido como militar, mapas del territorio nacional ilustrados con hojas de mariguana y rayas de cocaína, además de espeluznantes fotografías que parecen sacadas de una inverosímil película de terror, con torsos desmembrados y cabezas sueltas. La cultura desaforada de la guerra.

Con o sin una nueva estrategia mediática, el mensaje sigue siendo muy claro: nuestro país está en guerra. Los sentimientos al observar las fotografías son de miedo, repulsión y tristeza. Cualquiera diría que si un país está en guerra, es porque busca sobre todo la paz. Éste es el argumento más viejo esgrimido para declarar la guerra. Es la tesis central de El Arte de la Guerra, de Sun Tzu: mantener a toda costa la paz, para evitar la confrontación estéril. Pero ni una de las imágenes obtenidas con nuestra búsqueda es positiva al respecto. La paz no se ve por ningún lado. Si una imagen dice más que mil palabras, qué expresiva es esta ausencia, este hueco, este agujero negro. ¿Es que no se está haciendo nada para buscar la verdadera solución, en la forma de una paz justa y duradera?

Como en todos los problemas nacionales, la solución parece ser, nuevamente, la educación. Seguramente con más y mejor educación esta guerra se ganaría. O cuando menos se dejaría de perder de este modo tan gráficamente explícito. La educación, entendida como una estrategia de guerra. Quizá este enfoque esté equivocado. Desde su planteamiento. Porque este tipo de educación tendría como referentes los símbolos bélicos, sus valores y rituales. Y su efecto sería necesariamente el de tratar a toda costa de ganar la guerra, o dicho de otra forma, de prolongarla por el uso mismo de la violencia legítima contra la ilegítima. Más que una paradoja es quizá una grave contradicción.

La educación sí ha demostrado ser parte de la solución de muchos e importantes problemas sociales. Pero para que estas soluciones sean efectivas se requiere mucho más que una confianza ciega en el valor del conocimiento, la cultura o la escuela. Es necesario hacer planteamientos aterrizados, con programas específicos dirigidos a contextos concretos. La buena noticia es que sí existen. Reciben el nombre de educación para la paz y se dispone de mucha experiencia al ponerlos en práctica en situaciones y localidades muy diversas. La paz no sólo es posible a través de la educación, es además necesaria para que sea eficaz.

La educación para la paz es tanto una filosofía educativa como un proceso de formación. Desde el punto de vista reflexivo se fundamenta en las ideas de la no-violencia, el amor, la compasión y el respeto irrestricto a la vida; como proceso educativo involucra el empoderamiento de las personas con habilidades, actitudes y conocimientos necesarios para construir un mundo en el que los conflictos se solucionen con opciones diferentes al uso de la fuerza, en un ambiente sostenible. Éste es su principal objetivo: ofrecer alternativas justas y efectivas al uso de la violencia, legítima o no.

Una educación así estaría conformada de símbolos muy diferentes a los vistos en las imágenes de la guerra contra el narco. Y estaría dirigida a mucho más que ganar o evitar esta o cualquier guerra. Se basaría en una cultura positiva de paz, con sus propios rituales y valores. Estaría enfocada sobre la violencia, sí, pero para evitarla o erradicarla, y no para usarla como arma legítima contra sí misma. Incluiría en su enfoque a la violencia doméstica, la derivada del crimen, del odio racial y de la destrucción del medio ambiente, o ecocidio, como se le ha llamado desde los conflictos armados en Vietnam, donde se usaron defoliantes como el agente naranja para acabar con el enemigo, dañando seriamente a la naturaleza y a muchas personas inocentes. Sobre todo, tendría como referente a la llamada violencia estructural, que es la generada cuando un grupo de la sociedad explota u oprime a otro.

Una propuesta así requeriría en primer lugar de un entendimiento general de lo que se entiende por paz. Hemos dicho ya que tiene una definición negativa: la ausencia de guerra o de violencia. Pero es necesaria una positiva, dirigida a la resolución de conflictos por medios diferentes a la fuerza. Tendría necesariamente estándares adecuados de justicia, equilibrio con la naturaleza y participación ciudadana en su gobierno.

Por lo que se ve, es más fácil entender y definir la guerra que la paz. Quizá por eso tenemos tantos problemas en nuestra guerra contra el narco. La paz requiere de una visión penetrante y estratificada. En el nivel internacional, es necesario que a la ausencia de guerra se sume un equilibrio de fuerzas entre los países; sin él, no puede haber paz. Además, cada país debe proponer soluciones a la violencia estructural de su sociedad. Pero esto no agota la profundidad de niveles posibles y necesarios para cualquier análisis y propuesta de programa. Entre las personas es necesario que los conflictos se manejen no sólo sin violencia, sino además sin exclusión, injusticia y opresión económica o política. Vivir pacíficamente implica una comunidad con libertad de expresión, respeto por la diversidad cultural, democracia en su sentido más lato, así como solidaridad y una forma de vida sustentable. A nivel laboral, la paz es necesaria para que podamos trabajar productivamente y requiere de medidas efectivas de desarrollo organizacional para resolver productivamente los conflictos en la oficina. En el nivel intrapersonal, la paz significa ausencia de miedo y ansiedad, además de características positivas relacionadas con la calma, la alegría y el bienestar general.

Y como lo que se mide se puede controlar mejor, necesitamos una forma de evaluar y comparar lo que queremos decir con paz. De esta manera podemos saber si hablamos de lo mismo o no. Ya se han hecho algunos esfuerzos importantes, como el índice de paz global, propuesto por el Instituto para la Economía y la Paz (Institute for Economics and Peace, http://economicsandpeace.org). Vale la pena revisar sus informes anuales. Para entenderlos, mejorarlos y aplicarlos.

La guerra y la violencia se acabarán, como dicen Ian M. Harris y Mary Lee Morrison, cuando entendamos, deseemos y hagamos un gran esfuerzo para obtener la paz. Sólo si este deseo y esfuerzo se arraigan profundamente en nuestras conciencias podremos construir nuevas estructuras sociales que disminuyan y finalmente acaben con la violencia. La educación para la paz no sólo promueve este deseo y este esfuerzo sino que se basa en la aplicación efectiva de habilidades para manejar el conflicto y ver la paz desde su lado positivo. El que nunca debimos perder de vista.

Eduardo Suárez Díaz Barriga

Eduardo Suárez Díaz Barriga es biólogo y profesor universitario. Tiene maestrías en administración de instituciones educativas y en tecnología educativa. Además de la docencia y la investigación, se ha desempeñado en puestos administrativos en instituciones educativas públicas. Le gusta la comida, el mezcal, la música y el cine. Se la pasa muy bien con su familia.

Lo dice el reportero