No hay algo que venda más que un moreno delincuente. Mire usted que tendemos a empatizar cuando los delincuentes son rubios. ¿Quién no recuerda el caso de la ya célebremente famosa Florence Cassez, cuya liberación pasó más por el físico que por la culpabilidad? Escribía yo de un fallo racialmente correcto. Por supuesto que no faltaron las buenas conciencias que se rasgaron las vestiduras invocando el estado de derecho.
Pero la ecuación extranjero blanco-mexicano blanco-mexicano mestizo-mexicano indígena, aplica todavía, y en ese orden. Seguimos sintiendo una extraordinaria reverencia por los blancos venidos de afuera. Siguen siendo la versión descafeinada de Quetzalcóatl.
Y la televisión sigue explotando hasta la saciedad lo que no podemos ser. No se aparta de la fórmula chica pobre (que supuestamente es morena) se enamora de chico rico y rubio, con algunas variantes.
Es por eso, que después de inocular estas ideas de manera extensiva, nosotros los morenos creemos que somos malos. El colmo de la felicidad para un mexicano es tener un hijo de ojos verdes o azules. Es el non plus ultra de la belleza. Solo prenda la televisión y cuente el número de rubios en las telenovelas y se dará cuenta de esta estrategia racial de sometimiento.
Ahora, imaginemos por un momento, que en vez de profesores mestizos e indígenas, tuviésemos una manifestación de profesores de Noruega. La gente no los molestaría. Es más, dirían que la caca no les huele. Que cagan rosas porque son blanquitos. Se haría un movimiento grande para naturalizar a los profesores, para que tengan los mismos derechos y salgan a dar clases lo más pronto posible con todas las prestaciones de la ley.
La televisión ensalzaría la gesta gloriosa de los grandes maestros cuyo acto de legítima protesta está llamado a cambiar el paradigma de la educación en nuestro país.
Pero para nuestra desgracia, el color de piel es directamente proporcional a nuestro status social. O mire usted "Tercer Grado" y por puro ejercicio nombre a los mestizos.
La primacía de la imagen, diría Sartori en su Homo Videns. Aldous Huxley derrotaría al final la pesadilla orwelliana al predecir que en el futuro la cultura del placer se impondría sobre el big brother.
Para ejemplificar esta desgracia, “elegimos” un tipo carita que reprobaría una prueba enlace de primaria. La pura imagen.
Al menos podemos presumir que tenemos un Presidente carita. Malísimo pero carita. La cultura racial-telenovelesca ayudó bastante.
Quizá hace falta de una vez y para todas sentarnos a hablar de este racismo que permea todos los actos de nuestra vida. Hagámoslo el centro de la discusión. Porque el mensaje del gobierno es claro. Si usted no es blanco pero es rico, le damos oportunidad de blanquearse, si no, pregúntenle al hijo del gober precioso:
Pero si usted es blanco y pobre, no se preocupe, le damos quebrada. Peeeeeeeeeero, si usted es moreno y pobre ya se chingó. Y si le gusta protestar peor. Le aplicaremos todo el peso de la ley. Y los indígenas y mestizos que lleguen al poder renegarán de sus origen. Recuerden que no hay cosa más poderosa para un mexicano que pasearse con una rubia.
En este teatro de lo absurdo no estaría mal que hicieran un teletón para niños indígenas. Las damas de la alta sociedad derramarían una lagrimita mientras toman el té. Irían a tomarse la foto (siempre y cuando los bañen antes) y sus generosas contribuciones serían deducibles de impuestos.
Y para finalizar, ¿dónde quedó el niño tzotzil humillado? Donde mismo. Carne de cañón para los raitings televisivos. Sin papelería prometida por la primera dama y sin ayuda del gobernador que dijo que le daría una beca.
Porque ese es nuestro México. El México de los hijos de la Malinche.






