Después del artículo de la semana pasada, me llamó la atención (aunque he de confesar que ahora ya de manera minoritaria) la conciencia tan desarrollada que tenemos del vacasagradismo en México. Y quizá ese sea uno de nuestros grandes males. Entiendo que sea una condición netamente humana el hecho de que estemos buscando siempre modelos a seguir, aunque con el desarrollo de nuestra sociedad el gran Tlatoani vaya pareciendo una figura arcaica.
Tengo un amigo que dice que elevar a alguien a categoría de héroe, lo convierte en monstruo. Quizá también haber vivido tantos años en los Estados Unidos, haya cambiado mi percepción de los roles que determinados personajes cumplen en la sociedad.
En una sociedad de doble moral como la norteamericana, uno de los elementos más importantes es la credibilidad, la reputación. Mi abuelo decía que la reputación era como una sola camisa desechable que se te daba de por vida. Una vez que la perdías, no la podías recuperar.
Pero en México pasa lo contrario. Recuerdo que en Baja California, el candidato perdedor a una presidencia municipal fue castigado con una delegación estatal. Cayó para arriba. Porque los poderosos y los políticos en México siempre caen para arriba. Y no importa las atrocidades que hayan hecho en el pasado, siempre tendrán los recursos y el poder para salir bien librados, y premiados.
Tengo por norma no contestar los comentarios que hacen a mis artículos. Me parece que una vez publicado, el artículo ya no me pertenece, le pertenece al lector, y este puede hacer con el escrito lo que desee. Destrozarlo, descalificarlo o rayarme la madre.
Lo que pasa es que un par de comentarios llamaron poderosamente mi atención. Quizá no hubiese abordado el tema, si los dos comentarios no hubiesen versado sobre lo mismo. ¿Quién soy yo para criticar una vaca sagrada? Un ilustre desconocido al que se le da el espacio para publicar. He de confesar que me causó mucha gracia. Es la ecuación que he visto en México muchísimas veces. Yo grande, tú chico. Yo estoy arriba, tú estás abajo. ¡Cómo te atreves!, o quizá el mejor de todos; ¡Eres un igualado! Lo que me parece un cumplido más que un insulto. Porque lo soy. Un igualado. Respeto a todos por igual. No veo diferencia entre un millonario y un jornalero. He convivido con ambos. El día que todos los mexicanos nos hablemos de tú y a la cara, habremos dado un paso gigante.
He escrito sobre racismo, sobre los efectos nocivos de la televisión y muchas cosas más. Y lo escribo porque me parece importante abrir discusión sobre determinados temas. Y sobre todo, lo escribo porque me pega la gana.
La mayor parte del siglo XX en México, un sistema de partido hegemónico, (dijo Octavio Paz corrigiendo a Vargas Llosa por aquello de la dictadura perfecta) controlaba la totalidad de la vida de nosotros los mexicanos. La disidencia de opinión era castigada hasta con la muerte.
Ahora que se permite expresar nuestra opinión, hay que aprovechar. Y lo más importante. Debemos aprender a tener memoria. Porque es esta falta de memoria la que nos tiene jodidos. Un fiel soldado del sistema no cambiará. Tiene un status. Tiene influencias. Mucha gente lo sigue. ¿Y? Me recuerda un poco a los malandrines que se convierten en cristianos. Pueden explicarte la biblia de cabo a rabo (casi tan bien como Peña Nieto) pero no dejan de tener ciertos comportamientos, ciertas actitudes que los delatan. Por eso hay que ejercer la crítica. Porque como lo dijo Ricardo Hernández, Para saber quién es alguien, hay que conocer sus antecedentes, no sus méritos. Frase que me parece genial.






