Entre fiestas y nubarrones (segunda parte)

Guillermo Samperio

28/12/2013 - 12:00 am

Para entonces, quizá por ahí de 1996 ya había vuelto a fumar marihuana y viajé a Europa con un buen paquete debidamente escondido al fondo de una botella de talco con papel metálico y en mi maleta que iría en el bodegón del aeroplano. Para esto, Anne andaba en Venecia con sus dos hijos (nena y varón) y que nos recibió fue su marido muy amablemente, pero él nunca estaba en casa, excepto la sirvienta indígena del sur de Latinoamérica. Como mi hijo siempre ha sido un enojón y se ha conducido como mi padre, me andaba cazando respecto de la hierba; pero había un medio baño que daba al interior del edificio y ahí me daba mis toques. El día de la entrega del premio, en ese mismo baño, antes de partir (allá llegaría Anne), me fume un churro al que los marihuanas le damos el nombre de “Bob Marley”: es como un pequeño puro con mucha hierba dentro y se hace panzón de en medio. El problema, esta vez, es que me metí al medio baño y me atasqué del “Bob”, pero no supuse que la ventana de la cocina estaba abierta y que ahí estaba la sirvienta, los niños y, sobre todo, mi hijo. Así que cuando salí, me metí al cuarto de estar, me puse un montón de loción para disimular el olor a “pasto” y me lavé los dientes por la misma razón, Rodolfo me agarró en el pasillo y me puso una regañada tremenda a la cual no le presté atención, ya que andaba en el vuelo 1270 de mi Lufthansa particular.

Como sabía que esto iba a pasar y que a la hora de recibir el premio, aunque masticara un poco de francés, iba hablar como los originarios Tombuctú del este, desde México, con mi profesor de francés, escribimos una media cuartilla para agradecer el premio y mencionar lo honrado que me sentía al haberlo obtenido, etcétera, etcétera, no me preocupé tanto como hijo y tampoco me enojé conmigo mismo. Y eso fue lo que le dije a Rodolfo: que no se enojara y que no volviera el casero de una casa que no era la suya, ni que se comportara como mi papá cuando yo era el suyo.

El caso es que salimos directo (en un taxi carísimo) al Instituto Cervantes de París (ICP); cuando llegamos ya había un buen número de gente, en especial latinoamericanos, quienes siempre son muy solidarios en los países europeos. También se encontraba Florence Oliviere, amiga y mi traductora al francés y que vivió muchos años en la Ciudad de México; claro que tampoco faltaban otros franceses amigos de Latinoamérica y/o México. Yo estaba, como se dice entre los marihuanas, hasta la madre y un tanto nervioso. Se llevó a cabo la ceremonia, leí mi texto nada más, pues lo ensayé un buen número de veces; por fortuna, el director del ICP me entregó el premio en billetes, lo cual me ahorró ir al banco.

Ya saliendo, quizá un grupo de unas quince gentes, fuimos a un restorancito donde logramos caber apretujados. Se acercó la mesera y la primera que habló fue Florence, diciendo que el premio valía la pena brindarlo con champaña; como había tanta palabrería y dimes y diretes, y no alcancé a escuchar bien, en plena distracción, la propuesta de Florence. De pronto, ya había dos botellas de champaña y, sin darme cuenta, de aquella elección de vida o muerte de 17 años atrás, agarré la copa que me tendían y en un brindis de quince manos levantadas, me bebí mi primera copa de chamapaña de aquella noche. No me pasó por la mente aquella distante promesa, pues habían sucedido ya varias cosas, entre otras que ya hacía como ocho años que mi analista, era el psiquiatra Alfredo Castillo (que en paz descanse), a quien un día le dije que de vez en cuando se me antojaba un toquecito (cigarro de marihuana) y él, tal vez por la corriente fromiana, quizá más liberal que freudiana, la que seguía Esther Harare, me dijo que no estaba mal; el problema el que un toquecito de vez en cuando se convirtió en medios kilos que guardaba en mi clóset para tener de distintas marihuanas y no aburrirme con el efecto de una sola. Además, tenía yo escribiendo, como cuatro años, una novela, captada de forma emotiva en esa misma Europa (Berlín y París), en plena depresión; aún la tengo inédita y por darle la última revisada. Aquella noche en París tal vez me habré tomado unos cuatro champanes y alguna otra bebida local que no recuerdo, pues estaba ya cruzado (con alcohol, primera raya de la cruz, y marihuana, segunda raya). El único que no se divirtió fue mi hijo. En un par de días me regresé a México y él se fue a Florencia.

Guillermo Samperio

Lo dice el reportero