El amor no lo inventaron ni Disney ni Shakespeare. Fue Platón. Y si lo tuviera aquí delante me gustaría hacerle un par de preguntitas.
Me apasiona la teoría del amor verdadero de los griegos. Como explicaron Platón, Sócrates y Aristófanes los hombre primigenios fueron creados con dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas y dos sexos. Eran extraordinariamente fuertes, inteligentes y tenían unas cualidades enormes por lo que Zeus, celoso, los partió en dos con un rayo. Desde entonces, estamos condenados a vivir con una cabeza, dos piernas, dos brazos y un sexo y vagar por el mundo buscando a nuestra otra mitad.
Deprimente.
Y ¿qué pasa en medio? Eh, Platón, ¿qué pasa? ¿y si no encuentras a tu otra mitad? ¿y si vive en otro continente, habla otro idioma y jamás llegará a conocerte? Eh, Platón… Claro, en ese largo viaje, vamos probando posibles candidatos como si de una caja desordenada de tuercas y tornillos se tratara. ¿Qué sientes hacia todas esas mitades que no encajan del todo? ¿Podemos seguir nuestro camino tan tranquilos?
Hay una pregunta que me quita el sueño. Yo adoro a mi familia y por mucho que discuta, me decepcione o me hiera, nunca voy a dejar de hablarles o apartarles de mi vida. Y creo que casi todo el mundo a mi alrededor piensa igual. Uno no sienta a su madre un día y le dice: “No estoy feliz en esta relación. Últimamente me preparas mucha sopa y cuando me mandas a arreglar mi cuarto te noto distante. No te extrañe que te borre del Facebook”. No, uno no hace eso. Porque la queremos por mucha verdura que nos haga comer. ¿Por qué lo hacemos entonces con parejas de las que también nos hemos enamorado?
Soy consciente de que esta pregunta contradice básicamente todo lo que he escrito en los últimos – casi – dos años que escribo este blog. Yo, partidaria de las rupturas rápidas y de un tirón - la depilación sentimental a la cera – y de la necesidad de olvidarnos de nuestros ex, voy y pregunto si no podríamos aguantar un poco más o quedar como amigos si la llama se apaga después de muchos años alumbrando.
“Se nos gastó el amor de tanto usarlo”, dice una vieja canción. Y no está muy desencaminada, según el neurólogo Jaime Eduardo Calixto González, el amor romántico dura 7 años, luego se convierte en amor fraternal y lo que sentimos por nuestra pareja es parecido a una amistad o el amor familiar y el hecho de que se rompa una pareja después de más de siete años está más relacionado con factores ambientales y cambios que por los sentimientos. Eso dice la ciencia, pero ¿cómo? Un argumento más para mi pregunta, ¿cómo puede convertirse una persona a la que amaste y que con los años se convirtió en parte de tu familia en un extraño?
Hay familias que se rompen – o que ya venían rotas – y circunstancias que obligan a esas terribles historias de padres e hijos que llevan cuarenta años sin hablarse. Uno puede romper con su familia, pero hacerlo duele como un demonio. ¿Pasa igual con el amor? ¿Duele igual?
El amor lo inventaron Platón, Shakespeare y Disney, pero se olvidaron de explicar tantas cosas… las cosas no son tan fáciles como rodar por el mundo probando tuercas.




