Aun en la destrucción, Rimbaud encuentra una grandeza misteriosa casi mística, como si participara de la filosofía zen de Okakura Kakuzo. La imaginación material tiene que acoger, para la primera seducción del lector, las exuberancias de la belleza formal; pero la imaginación material es iconoclasta, es, más que la raíz, la semilla de la fuerza imaginante. La materia se deja valorizar en dos sentidos: en el de la profundización aparece como insondable, como un misterio; en el del desarrollo como una fuerza inagotable. Una doctrina fenomenológica de la imaginación material estudia, primero, las relaciones de la causalidad de las esencias con la causalidad formal. Muchas imágenes fracasan porque no están adaptadas a las esencias fundamentales que se concretan en la forma, son simples juegos formales. En la fenomenología bachelardiana, el pensamiento docto y documental, está ligado a la imaginación primitiva; según Bachelard, sólo se logra persuadir dándoles a los pensamientos su camino de sueño. Los cuatro temperamentos orgánicos, propuestos por Galeno, se relacionan con los cuatro elementos arquetípicos: los sueños de la bilis son sobre fuego, incendios, guerras, muertes. El sol es símbolo del padre, el gran dador de la vida, la iluminación y la pluralidad; con Rimbaud “El sol secó con sus pulmones ardientes”. Uno de los terrores primitivos es a la oscuridad: el miedo en la oscuridad se convirtió en miedo a la oscuridad. Con Rimbaud el sol se convierte en el gran destructor que muestra la devastación. Una chispa antecede al incendio, “¡Vamos! se preverán los reflujos del incendio”. Tomamos conciencia de que somos fuego viviente cuando aceptamos vivir las imágenes del fuego. El fuego jamás está inmóvil: vive cuando duerme; el fuego vívido es signo del ser tenso, raramente conoce la tranquilidad de lo horizontal, el fuego es siempre un surgimiento. La imagen literaria tiene un valor propio y directo, no es sólo una manera de expresar pensamientos, de traducir en palabras placeres sensibles: el reino de lo poético no está en relación con el reino de la significación: se sitúa por encima de las oscilaciones de la significación. Empédocles es una de las grandes imágenes de la poética de la aniquilación: consagrarse al fuego es convertirse en fuego, convertirse en nada. Las ensoñaciones empedócleas son pre-actos que no pasan al acto, delicadas síntesis de tensiones y espantos que guardan el deseo de ser purificado, renovado, de ser Fénix; sin embargo, Rimbaud pasa del pre-acto al acto; muestra los residuos del incendio. En Empédocles, héroe de la muerte libre en el fuego, hay un destino humano que es un destino de imagen; hay momentos en que el fuego nos obliga a imaginar la muerte: con Rimbaud contemplamos los estragos de la muerte que dejó en su paso destructivo. Con Rimbaud el ser y el no-ser están próximos; el espacio infinito tiene ahí su centro; y, sin embargo, el fuego aniquilador está presente en su enormidad. Con la imagen cósmica rimbaldiana pasamos de una obra humana a un drama cósmico. La imagen lograda por Rimbaud es de difícil realización, puesto que recoge, en la frontera de la vida y de la muerte, el ser y la nada de la llama y del humo, del fuego y la ceniza. Si el fuego fuera personaje, sería el “ánima” del mundo, digno compañero del “animus" empedócleo que afronta el volcán. El incendio Rimbaldiano es el matrimonio de ambos fuegos, al final de “Las orgías parisinas o París se repuebla dice”:
Aunque resulte horrible volver a verte cubierta
así; aunque jamás se haya hecho de una ciudad
úlcera más pestilente en la naturaleza verde,
el Poeta te dice: “¡Espléndida es tu belleza!”
La tempestad te ha consagrado suprema poesía;
el inmenso movimiento de fuerzas te socorren;
tu obra punta, la muerte ruge, ¡Ciudad escogida!
amasa en las estridencias en el corazón del sordo clarín.
El poeta tomará el sollozo de los Infames,
El odio de los Forzados, el clamor de los Malditos;
y sus rayos de amor flagelarán a las Mujeres.
Sus estrofas saltarán: ¡Aquí! ¡Aquí! ¡bandidos!
–Sociedad, todo está restablecido: –las orgías
Lloran su antiguo estertor en los viejos lupanares:
y los gases en delirio, en murallas rojizas,
¡flamean siniestramente hacia los azures pálidos!




