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Jorge Alberto Gudiño Hernández

31/12/2016 - 12:00 am

Los símbolos que se van

No quiero caer en la avalancha de afirmaciones en torno a lo difícil que ha sido 2016. Sobre todo, porque todo parece indicar que 2017 viene peor, al menos en términos económicos y políticos. Me sumo, entonces, sólo a esa peculiar percepción de que en este año que ya termina murieron muchas personas. Es peculiar […]

Me parece poco probable que ese nuevo ciclo nos arrebate más símbolos que este año. Pero quién sabe. Foto: Especial
Me parece poco probable que ese nuevo ciclo nos arrebate más símbolos que este año. Pero quién sabe. Foto: Especial

No quiero caer en la avalancha de afirmaciones en torno a lo difícil que ha sido 2016. Sobre todo, porque todo parece indicar que 2017 viene peor, al menos en términos económicos y políticos. Me sumo, entonces, sólo a esa peculiar percepción de que en este año que ya termina murieron muchas personas. Es peculiar porque, de seguro, murieron más o menos las mismas que en 2015 y —salvo que ocurra un holocausto importante— que en 2017 (considerando, por supuesto, las variables estadísticas pertinentes).

Así pues, no pretendo condolerme porque murieron muchas personas este año sino porque, como la mayoría de quienes lo afirman, murieron muchas personas importantes. Sé que con esta afirmación saltarán los puristas y los deudos verdaderos. Y con razón: en términos generales, ninguna persona es más importante que otra; en términos muy particulares, nuestro muerto vale más que el de alguien más. ¿Entonces?

Haciendo a un lado los enredados asuntos lingüísticos, podemos diferenciar a un símbolo de un signo cualquiera porque el primero representa mientras que el segundo sólo significa (en múltiples niveles pero significa). Y muchos de quienes han muerto en 2016 eran símbolos de ciertas cosas. De ahí que se les confiriera una importancia excesiva.

No es necesario ahondar demasiado para concluir que Umberto Eco representaba al intelectual moderno, interesado en todas las cosas. O que Bowie y Cohen representaban ciertos momentos de la creación musical a los cuales es imposible acceder por otras vías. Algo similar pasa con Carrie Fisher: no era la mujer más guapa del mundo, tampoco la mejor actriz, como en los ejemplos anteriores. Sin embargo, representaba, en muy buena medida, los deseos adolescentes de varias generaciones, tanto para los hombres como para las mujeres. Y a ellos podemos sumarles todos esos muertos que, aseguran algunos, acumuló este año sobre los otros.

Entonces no es un asunto estadístico. Tampoco es que en realidad uno sienta un profundo dolor por un octogenario escritor italiano a quien no se conoció (y quien, por razones de la edad, era probable que muriera pronto). El dolor no proviene, como con una muerte cercana, por la ausencia futura de la persona. De hecho, en la gran mayoría de los casos, la ausencia siempre estuvo ahí. El dolor proviene de la desaparición del referente y, sobre todo (al menos ésa es mi sospecha), del resquebrajamiento del símbolo.

En términos simples, me parece que cierta parte de lo que nos vuelve personas es el sitio en donde asentamos nuestra realidad. No sólo es un asunto contextual sino de creencias. Creencias fundacionales en el sentido en que es a partir de ellas que fundamos buena parte de nuestros deseos y, en consecuencia, de quienes somos. Al menos como una tenue sospecha que persiste en nuestro interior. Y esa realidad la asentamos, desde ciertas perspectivas, en el marco de lo simbólico. Aquello que representa sin significar. De ahí que la muerte de un símbolo sea a un tiempo la de un ídolo y, también, de una parte de lo que nos ha construido. Por eso su pérdida genera dolor. (Y lamentaciones. Aunque ésas, intuyo, surgen más de las redes sociales y sus múltiples réplicas que del pesar verdadero).

Ignoro cuántas muertes nos deparará 2017. Es posible vaticinar que, en términos generales, al mundo entero no le irá muy bien y a nuestro país tampoco. Más allá de eso, parece poco probable que ese nuevo ciclo nos arrebate más símbolos que este año. Pero quién sabe. También es cierto que la humanidad gusta de rendir culto a falsos ídolos y que, cualquier día de éstos, alguien apenas famoso se vuelve un símbolo con su muerte. A saber.

Mientras eso sucede, aprovecho para despedir el año y desear, desde el acendrado optimista que me habita, que las cosas vayan mejores desde mañana mismo. Un abrazo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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