Daniela Barragán

Cuatro notas para el adiós a la lactancia

"Me despido de la lactancia. Fueron siete meses completos de sacar leche en la mañana, tarde, noche y un periodo hasta por la madrugada. Me apliqué con un banco de leche y aunque logré juntar 40 bolsitas de 5 onzas, para ellos no es ya ni un mes".

Daniela Barragán

09/08/2025 - 12:04 am

Este texto lo escribí en la segunda semana de junio en un blog personal. Con motivo de la Semana Mundial de la Lactancia Materna lo comparto en SinEmbargo para contar mi experiencia sobre esta difícil y hermosa tarea.

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Hoy, jueves 12 de junio, es el último día en que me saco leche materna. Y hoy confirmo que si alguien me pidiera que describiera la maternidad en cinco palabras, una de ellas sería “contradicción”.

Aunque por años tuve el firme deseo de ser mamá, admito que la lactancia me cayó de sorpresa. No fueron las desveladas, no fueron los dolores, no fue la cesárea ni la recuperación de ésta, no fue el cambio radical de los días. Porque desde el inicio fue esperar un volado: ¿saldrá o no saldrá leche?

Estas letras son para dejarme un testimonio de este periodo de siete meses en los que lacté. El cuerpo da lecciones y el mío me dio el mayor gesto de gratitud, que fue poder tener leche desde el día en que nacieron mis pequeños. Fueron días complicados esos. Tuve leche pero no a mis bebés, ellos se quedaron en terapia intensiva.

Fueron días oscuros en los que el cerebro pasó a tercer plano de importancia una herida que perforó siete capas de mi cuerpo y que sólo se reflejó en una línea de ocho centímetros en mi vientre para que el extractor manual se volviera mi mejor aliado. Tenía que sacar leche. Logré obtener esas primeras gotitas de líquido amarillo que llaman calostro. Y empezó un estrés que nos duraría todos estos meses: ni una gota se puede perder.

Guardé de una a tres onzas en jeringas que íbamos a llevar al hospital. Era enfocar todas nuestras fuerzas para que algo pudiera caerles a los pequeños que libraban su propia batalla en las incubadoras. Dejar las jeringas con las enfermeras era dejarles esos abrazos y esos besos que aún no podíamos darles. Era decirles que ya queríamos irnos a casa todos juntos.

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Superada esa etapa, los días no se ponen más fáciles, sólo cambian los retos. Aunque afortunadamente no batallé con el “agarre”, tenía un gran problema enfrente: ¿Cómo alimento a dos prematuros? El cerebro me respondió con leche, mucha. Tanto que llegó mi temido enfrentamiento con la mastitis, una infección que me dolió más que levantarme al siguiente día de la cesárea. Los senos se hinchan, se ponen como piedras. Te da fiebre. Te duele la ropa, el más mínimo roce. Y la terrible solución es la extracción que en esos momentos es escandalosamente dolorosa, es decir, te entregas por completo al dolor para sanar y poder seguir. Fueron cuatro días de ese infierno.

Aunado a eso tuve que modificar mi dieta: cero lácteos. Los bebés tenían cólicos y había que verificar alguna posible intolerancia a la lactosa o a la proteína de la vaca. Hasta que te quitan los lácteos te das cuenta que todo tiene. Nunca había hecho una dieta y leí que a esa dieta le llaman “dieta del amor” porque es un “acto de amor” dejar de comer casi todo, como una especie de sacrificio. Fueron dos meses de eso, afortunadamente todos salimos bien librados.

Pero uno piensa, en medio de todo el torbellino de cosas por hacer para colmo una dieta estricta; pero también piensas en que vale la pena, tienes leche. Ese líquido vale todo el esfuerzo. Y sí, confirmé que es un acto de amor.

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Lo siguiente que ocurrió es que la realidad, y una muy bella realidad, comenzó a hacerme pequeña en mis contribuciones diarias.

Les daba leche pero quedaban llorando por horas hasta que les daba un poco de fórmula en mamilas. Era un malestar para los cuatro: llegaba la noche, ellos lloraban, yo ya no tenía más leche.

En esos días de tanto cansancio, uno se dedica a encontrar soluciones. Nosotros la encontramos en la llamada “lactancia materna diferida”, que consiste en extraerte leche todo el día para darla en biberón.

Santo remedio para las horas de llanto aunque eso implicó que dejaran de tomar de mí. Pero ni modo. No se puede todo en la vida.

Pero regreso a lo de “una bella realidad”: los bebés comenzaron a crecer y por lo tanto la cantidad de leche que yo sacaba al día comenzó a ser insuficiente. Inicia esa batalla interna por querer producir más para ganarle esa carrera a la fórmula, pero al tener dos bebés yo claramente llevaba las de perder.

De sus tomas del día empezamos mitad fórmula, mitad leche materna. Luego la fórmula ganó una toma. Luego arrebató otra.

Finalmente, llevamos estos dos últimos meses con una sola toma de mi leche, la nocturna. La última del día.

Al inicio del texto puse la palabra contradicción. Esto porque un mes y medio mi cerebro estuvo concentrado en sacar 16 onzas al día para poder ofrecerles dos tomas de 4 onzas a cada uno. Luego pasaron a tomas de 5 onzas cada uno. Caí en lo que juré que no haría: me hice atole de ajonjolí, compré tés y pastillas que juran incrementar la lactancia, me extraía cuatro veces al día… nada. Ya no hubo más. Yo quería más para ellos pero el cuerpo no puede. Y el cerebro también reclama. Esa media hora o cuarenta minutos que dura la extracción podríamos dormir. Todo mundo ya está descansando pero me tengo que extraer y luego lavar el aparato y esterizarlo. Extraerme, lavar el aparato y esterilizarlo. No olvides recargar la batería de las bombas. Ya son las 9 de la mañana y sólo he tomado un litro de agua. Tache. No puedes dejar de tomar agua, no te puedes separar del garrafón. El bebé necesita brazos pero me tengo que extraer porque si no lo hago puede venir de nuevo la mastitis.

Querer. No querer. Desearlo. Así fueron estos siete meses.

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Me despido de la lactancia. Fueron siete meses completos de sacar leche en la mañana, tarde, noche y un periodo hasta por la madrugada. Me apliqué con un banco de leche y aunque logré juntar 40 bolsitas de 5 onzas, para ellos no es ya ni un mes.

Me despido pensando que ellos saben que en su última toma del día tuvieron un regalito de su mamá. Que se los dio con mucho esfuerzo y el amor del mundo entero.

Me despido pensando que ellos entenderán que estoy cansada y que necesito la fuerza para cuidarlos en el día.

Me despido pensando que fue suficiente y que les ayudé mucho en esta primera parte de su vida y que ahora iniciamos otra etapa.

Que a pesar de las lágrimas de aquellos días con dolores y estrés, he sido la más feliz desde que están ellos en mi vida.

Mañana saldré y me compraré unas flores y un café muy cargado. Más tarde me tomaré una cerveza. Me agradeceré este esfuerzo y podré decir “lo lograste”. Esos bebés, gracias a tu esfuerzo y el de su papá, están creciendo y están sanos.

Me gustaría dar más leche pero ya no quiero. Esa es la contradicción gigantesca que es la maternidad.

Daniela Barragán

Daniela Barragán

Es periodista por la UNAM, con especialidad en política por la Carlos Septién. Los últimos años los ha dedicado al periodismo de datos, con énfasis en temas de pobreza, desigualdad, transparencia y género.

Lo dice el reportero