
Con este lema que ha sido estandarte de muchas luchas ciudadanas en el mundo se espera este domingo 7 en Culiacán se movilicen decenas de miles de sinaloenses para protestar contra la violencia que se ha vivido desde el 9 de septiembre de 2024 cuando oficialmente empezó la guerra entre las dos facciones del Cártel de Sinaloa, aunque en los hechos la semilla de esta confrontación sangrienta es el 25 de julio, cuando fue secuestrado Ismael "El Mayo" Zambada y asesinado Héctor Melesio Cuén Ojeda, el exrector de la Universidad Autónoma de Sinaloa y dirigente del Partido Sinaloense.
Una guerra no convencional, pero sin duda con los efectos de una guerra convencional: más de dos miles de muertos y otras tantas desapariciones forzadas. Y de acuerdo con una investigación (Sinaloa, un año en guerra: afectaciones y perspectivas) realizada por la académica Cristina Ibarra el costo ha sido muy alto para la actividad económica y el empleo por una contracción histórica:
Una pérdida acumulada del 8 al 10 por ciento del PIB que representa entre 55 y 70 mil millones de pesos en el último año; una desinversión del 14.4 mil millones de dólares (mdd); una caída de las exportaciones en un -9.5 por ciento; y un efecto sobre la construcción que decreció -17.1 por ciento, y hotelería y la oferta de esparcimiento, es decir turismo: -18.8 por ciento. Afortunadamente en materia de inversiones y reinversiones alcanza un 10.9 y 55.2 mdd, respectivamente.
También, en el último trimestre de 2024, la agricultura, que tradicionalmente ha sido pilar de la economía sinaloense se contrajo -11.3 por ciento.
El efecto negativo de esta contracción económica en el empleo es mayúsculo y para el primer semestre de este año 20 mil 430 personas han perdido su puesto de trabajo y un dato sorprendente, “histórico”, como lo califica Ibarra: más de 96 mil personas dejaron de estar disponibles para trabajar probablemente por miedo.
Este colapso ha provocado una migración de cientos, quizá miles de sinaloenses a regiones más seguras, miles de autos han sido robados con violencia y algo, que ya venía de atrás, pero en este año, se refrendó es miedo que el destacado académico Guillermo Ibarra documentó en un libro memorable publicado en 2016: Culiacán, ciudad del miedo.
Y es que Culiacán al caer la noche se va convirtiendo en una ciudad fantasmal sólo recorrida por quienes se mueven por necesidad y los convoyes de militares, guardias nacionales y policías o de la contraparte criminal, que transita como un gesto de desafío a la autoridad.
Esta atmósfera tóxica se ha vuelto intolerable por lo que 30 asociaciones civiles han decidido dejar el encierro forzado para dar la cara y convocar a la sociedad a tomar la calle, y reclamar una vuelta a la normalidad para que los sinaloenses recuperen sus vidas.
Sin embargo, pese a que es loable esta iniciativa, no parece haber indicios que las fuerzas en conflicto vayan a entrar en receso y es que lo que provocó la ruptura en el cártel no se ha remediado y los agravios, se han incrementado, por las bajas de ambos bandos, incluso el Gobernador sigue en el cargo cuando el más elemental sentido común llamaría a separarse para favorecer un Gobierno de transición a la normalidad.
Rubén Rocha hiberna, se dice, en el Palacio de Gobierno bajo la sombrilla protectora de la Presidencia de la República con la narrativa parcial de que hay una reducción de los homicidios dolosos sin considerar en el relato el incremento creciente de desapariciones forzadas un manejo mediático que se utilizó en Colombia.
Los organizadores de la movilización esperan que marchen al menos 30 mil ciudadanos de todos los niveles sociales y, al unísono, exijan al Gobierno que haga su trabajo y garanticen seguridad.
El Gobierno de Rocha Moya está rebasado y la mejor muestra es que en materia de seguridad pública está en manos de las fuerzas federales que son las que hacen el diagnóstico e implementan la estrategia.
Peor la percepción negativa del Gobierno. Esta semana aparecieron los resultados de una investigación periodística realizada por el equipo de noticias Xpectro FM bajo un título festivo: La Banda Sinaloense y, este trabajo que se llevó a cabo en Sinaloa, no se refiere precisamente a la música de la Arrolladora Banda El Limón, sino, presuntamente, a una sui generis banda delincuencial, que desde el poder se habría encargado de hacer negocios con los recursos públicos y la encabezaría la propia familia del Gobernador estando en juego más de tres mil millones de pesos.
Esta noticia que habría que revisar en el detalle adquiere una dimensión mediática superlativa porque sucede en el contexto del colapso económico y el hartazgo ciudadano.
Entonces, a la suma de incapacidades de su Gobierno se sumaría desde el punto de vista mediático la presunta corrupción en el gobierno que da un plus a las demandas ciudadanas.
Claro, está el blindaje presidencial y la idea de que será una marcha más en contra de este Gobierno. No hay que olvidar que las que llevó a cabo la UAS a finales del año pasado en los veinte municipios que llegaron a movilizar oficialmente a más de 100 mil universitarios cuestionando su gobierno lo que se logró es que las partes se sentaran a negociar para estabilizar a la institución.
Esto es el margen de operación que tiene el Gobierno para enfrentar este tipo de reclamos sea por la vía mediática o la política, descalificando o minimizando la movilización, y atrayendo a los liderazgos para “escucharlos” y “explicarles” lo que se está haciendo en colaboración con el Gobierno federal y “demostrar” que las cosas están mejorando que el número de homicidios, desapariciones, feminicidios... van a la baja y que la economía está recuperándose.
Lo más valioso es que franjas de la sociedad sinaloense han decidido salir de su letargo temeroso y este domingo los ciudadanos levantaran la voz exigiendo paz, y ese reclamo legítimo puede ser el principio de algo si los organizadores son capaces de articularlo con una serie de acciones periódicas y son capaces de ofrecer alternativas para combatir la inseguridad y eventual corrupción que campea en todo el estado.
En definitiva, nuevamente el ¡Basta ya! es de los ciudadanos.
Al tiempo.





