Francisco Ortiz Pinchetti

Don Manuelito

“Durante décadas fue la memoria viva de un barrio que se resiste a perder su fisonomía de pueblo ante la irrupción de las torres de concreto que asfixian el drenaje, la movilidad y la convivencia. Su activismo no nacía de la ideología abstracta, sino del apego más elemental y honesto: el derecho a vivir con dignidad en el espacio que uno habita…”.

Francisco Ortiz Pinchetti

19/12/2025 - 12:03 am

Don Manuelo Sandoval.
Don Manuelo Sandoval. Foto: Especial

Era un hombre amable y siempre dispuesto, solicito. Sonriente, incansable. Uno de esos activistas vecinales que, sin buscar reflectores, entregan su tiempo a la defensa de la comunidad frente a la voracidad inmobiliaria desmedida, y las omisiones y corruptelas de la burocracia. Todos le llamábamos don Manuelito y lo teníamos como guardián del tesoro urbano de San Pedro de los Pinos, en la Alcaldía Benito Juárez. Falleció hace dos semanas, a los 78 años de edad.

Lo conocí a raíz de nuestra tarea periodística desde el periódico comunitario Libre en el Sur. Supimos de sus batallas y a menudo nos compartió asuntos que ameritaban difusión pública. Nos pasaba tips, pero también información documentada, veraz y confiable. Nos contaba sin parar, por horas, historias del antiguo San Pedro, de sus habitantes célebres, de episodios gratos, dramáticos, chuscos. Un día, por ejemplo, nos confió el misterio de los seis ahuehuetes, nietos directos de un árbol prehispánico, que están sembrados secretamente en el parque Miraflores para preservarlos, cuya ubicación nos compartió.

Con el tiempo, a partir de la confianza mutua hicimos amistad. Me duele ahora no haber estado más frecuentemente con él para aprender de sus enseñanzas. De manera voluntaria se convirtió en repartidor de los ejemplares de nuestra edición impresa en su colonia, casa por casa. Nos contaba muerto de risa las reacciones de “sus” lectores, sobre todo aquellos que se sentían incómodos con alguna información. También nos reclamaba cualquier retraso en la entrega y nos pedía, muy a su estilo, más ejemplares de nuestro periódico gratuito porque, decía, “la cobertura” era insuficiente para atender la demanda.

A diferencia de los políticos oportunistas (que lo son prácticamente todos), nunca buscó un beneficio personal a través de su activismo vecinal. Ni se apropió jamás de méritos ajenos (como ocurrió hace unos meses con la Diputada Laura Ballesteros, de Movimiento Ciudadano, que quiso montarse en la defensa vecinal del árbol Laureano y obtener presencia pública para sus proyectos electorales y estuvo de dar al traste con una lucha ambientalista ejemplar), porque al contrario apoyaba los esfuerzos de otros siempre que fueran a favor de la comunidad.

El caso de don Manuel Alfredo Sandoval García, que así se llamaba este hombre cabal, nos recuerda que en la Ciudad de México, --donde la voracidad inmobiliaria devora barrios enteros con la misma velocidad con la que se firma un permiso irregular--, existen figuras que actúan como diques de contención. No son políticos de carrera ni empresarios en busca de reflectores: son vecinos que deciden que su calle no está en venta.
Por eso su partida deja un vacío profundo en el que fue su barrio querido y en todos los que lo conocimos.

Don Manuelito, nacido en 1947, fue jefe de manzana y coordinador del Comité Vecinal de San Pedro; pero en realidad fue mucho más que un representante vecinal. Durante décadas fue la memoria viva de un barrio que se resiste a perder su fisonomía de pueblo ante la irrupción de las torres de concreto que asfixian el drenaje, la movilidad y la convivencia. Su activismo no nacía de la ideología abstracta, sino del apego más elemental y honesto: el derecho a vivir con dignidad en el espacio que uno habita.

Psicólogo de formación por la UNAM, Sandoval aplicó una suerte de terapia comunitaria a su entorno. Entendió que el problema de las construcciones ilegales no era sólo un asunto de ladrillos y varillas, sino de salud social. Cuando los vecinos denunciaban la falta de agua, la tala de un árbol o la saturación de la infraestructura, Manuel estaba ahí para darles estructura técnica y voz legal. Fue él quien encabezó la resistencia contra proyectos en la calle Pirineos y otros muchos puntos críticos, logrando lo que pocos consiguen en esta ciudad: que la autoridad se detuviera a revisar la legalidad de lo que previamente había bendecido.

Su figura destaca en una época de activismos digitales a menudo superficiales. Manuel Sandoval era un hombre de asambleas, de caminatas por la colonia y de pláticas constantes en los rumbos de la parroquia de San Vicente Ferrer, el jardín Pombo, la panificadora Los Pinos, el parque Miraflores, la Secundaria Número 8, exconvento de las madres Teresianas construido en 1895, la Pirámide de Mixcoac. Su liderazgo se basaba en la autoridad moral que otorga el conocimiento profundo del territorio. Conocía cada casa, cada esquina de su San Pedro porque ahí se formó, desde sus días de estudiante en la secundaria “Leopoldo Ayala”, en Mixcoac, hasta su madurez como el guardián de la identidad barrial.

Habitante de una hermosa casa conocida como “la casa de los mosaicos”, en la Avenida 2, fue vecino del escritor, periodista y dramaturgo Vicente Leñero, fallecido en 2014, a quien --me contó—veía pasar todas las tardes, durante varios años --los últimos del autor de Los albañiles--, del brazo de su esposa la doctora psicoanalista Estela Franco, rumbo al parque.

La misa-homenaje que la comunidad le rindió hace apenas unos días, el 13 de diciembre pasado, no fue un acto protocolario, sino un reconocimiento a la resistencia civil. En un sistema donde los intereses inmobiliarios han extendido sus redes en la Alcaldía Benito Juárez, personajes como Sandoval García resultan incómodos. Son incómodos porque no tienen precio y porque su lealtad no es con una bandera partidista, sino con el bienestar de sus vecinos y la preservación de los servicios públicos que a todos pertenecen.

La ausencia de don Manuelito Sandoval nos obliga a reflexionar sobre quiénes cuidan nuestras ciudades. Mientras el desarrollo urbano sea visto únicamente como un negocio de dividendos rápidos y no como un proceso de construcción de comunidad, necesitaremos más figuras como él. Su legado no se queda sólo en los expedientes de las denuncias que presentó, sino en la conciencia de los habitantes de San Pedro de los Pinos que hoy saben que defender su calle es, en última instancia, defender su propia historia.

La ciudad pierde a un defensor, pero su ejemplo queda como una hoja de ruta para quienes creen que otro urbanismo es posible: uno que respete la vida, el agua, los árboles y, sobre todo, la dignidad de quienes caminan sus aceras. Válgame.

Francisco Ortiz Pinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti

Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

Lo dice el reportero