
Pablo Gómez es un viejo conocido y muy respetado desde 1968. En aquel año, fue detenido junto con un grupo de activistas e intelectuales de izquierda que fueron encarcelados por el Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz para reprimir al movimiento estudiantil, después de Tlatelolco.
Al salir de la cárcel, se incorporó de inmediato, desde su trinchera, a la gran lucha nacional por la Democracia, por los Derechos Sindicales de los Trabajadores, contra la guerra sucia; en fin, por la destrucción de la dictadura sexenal priista, y el establecimiento de una democracia plena en México.
En la Universidad Autónoma de Chihuahua, en la Escuela de Derecho, me incorporé en 1967 a una asociación estudiantil llamada "Sociedad Ignacio Ramírez", que dirigía a los estudiantes de Derecho y se extendía hacia las demás escuelas de la universidad. Luchamos por la libertad de los presos políticos y, cuando finalmente fueron liberados, algunos de ellos, como Demetrio Vallejo y Valentín Campa, nos visitaron repetidamente en la ciudad de Chihuahua. Pablo Gómez, que era joven como nosotros y compartía nuestros ideales de un México socialista, siempre fue bien recibido por nosotros que manteníamos una lucha sin cuartel contra la corrupción universitaria; algunos como Víctor Orozco y Jaime García Chávez desde 1965.
En 1988, volvimos a coincidir en la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas y en la construcción de un nuevo partido democrático y electoral que buscaba rescatar a los pobres. Recuerdo una anécdota de nuestra lucha al interior del PRD, donde se propuso a Pablo Gómez como candidato para una comisión directiva. Cuando se hizo la votación, sólo yo voté por él. Así era, prefirió perder uno contra 50 que aceptar una negociación que no le parecía correcta. En los tiempos en que nos veíamos con más frecuencia, siempre bromeábamos sobre el único voto que tuvo en esa ocasión.
Mientras que Pablo Gómez se convirtió en un parlamentario de tiempo completo del Partido de la Revolución Democrática y vivió en primera persona los acontecimientos que han conmovido al país desde el 68, yo siempre he vivido en Ciudad Juárez como defensor de obreros y Derechos Humanos. La distancia territorial ha establecido una gran diferencia en nuestras experiencias políticas. Pero coincidir, cada quien, en su espacio en la lucha por un México más igualitario, por su congruencia y persistencia, admiro y respeto a Pablo Gómez.
Ernesto Zedillo, en cambio:
Después del 68, desapareció del país como muchos de los que simpatizaron o incluso participaron en el movimiento contra Diaz Ordaz. Ante el temor de ser reprimidos o ver cancelado su futuro político, decidieron salir del país y largarse a estudiar en alguna universidad de renombre en el extranjero. Zedillo fue uno de esos y volvieron con el Gobierno de Miguel de la Madrid, convertidos en doctores, expertos tecnócratas, "rajones" les decíamos nosotros; es decir, aprendieron fórmulas y protocolos de aplicación de las ciencias económicas y políticas públicas de los libros y de los maestros que conocían Latinoamérica a través de sus lecturas y reportes de sus alumnos que habían salido a investigar en campo. Para ellos los seres humanos eran números y datos, "efectos colaterales" en su caso. Para nosotros los mexicanos eran personas con vida, con sentimientos, con amores y desamores, muchos con hambre y con ansiedad de libertad.
Como lo confesó en una ocasión Salinas de Gortari aprendieron a hacer política a través de Sun tzu, y otros autores clásicos, entre los que seguramente están Maquiavelo y Fouche.
Ellos regresaron tecnócratas, perversos, sin alma y sin patria, dispuestos a matar, robar, mentir, hacer lo que fuera necesario para tomar y mantener el poder para aquella banda de delincuentes disfrazados de académicos.
Por eso y por muchísimo más que no cabe en un artículo periodístico, apuesto mi resto a favor de Pablo Gómez y "doble contra tronchado" a que Zedillo termina nocaut entre la basura del tiradero de los detestables de México.





