Susan Crowley

SOMA, el arte de ser coleccionista

"El sentido último de esta subasta no es enriquecer las arcas de SOMA, que es una institución creada para apoyar a artistas jóvenes e impulsar sus carreras. Una noble labor que ha sobrevivido y que merece reconocimiento de todos, a condición de que entendamos la enorme trascendencia del arte cada vez que hagan una puja y escuchen el categórico y seductor martillazo."

Susan Crowley

20/09/2025 - 12:03 am

Desde el inicio de la historia del arte, el mecenazgo ha sido uno de los eslabones fundamentales para impulsar la labor artística. Gracias al impulso de nobles, cardenales y papas, surgieron las trayectorias de los creadores. Muchos de ellos, como Botticelli, Ghirlandagio o el mismo Leonardo, pintaron los muros de palacios y elaboraron retratos que hoy apreciamos en los mejores museos del mundo. Pero el mecenas no sólo era un apasionado del arte y protector de artistas; también fue reconocido por su ego gigante y su gusto ostentoso. Son famosas las anécdotas de sus berrinches e incluso la sádica forma de esclavizar a sus protegidos. La relación de ambos se convirtió en un juego peligroso. Si el aristócrata era adulado y embellecido, el artista tenía un sitio seguro. Pero si lo retaba, era franco en su forma de representarlo o lo peor, si tenía ímpetus libertarios que cuestionaban el poder de su amo, su carrera se venía abajo con un sólo gesto.

Con el auge de los mercados de Oriente, muchos comerciantes acumularon fortunas y ascendieron a estatus sociales tan altos o más que los aristócratas que, en muchas ocasiones, por los cambios de la historia, perdieron todo menos el apellido doble. El círculo del arte se amplió y el creador logró cierta independencia, siempre y cuando cumpliera con los gustos del acaudalado comprador. Fue a partir del Renacimiento que los palacios y residencias se convirtieron en los primeros espacios atiborrados de arte que después poblarían los tresorum o museos de hoy.

Si antes era tratado como un sirviente, el artista se convirtió en un personaje fundamental en la vida de los ricos. No sólo su arte, su presencia era valorada como parte del éxito económico. Y aunque muchos mecenas hoy siguen pensando que es fundamental apoyar las carreras de jóvenes con talento, en la mayoría de los casos el mecenazgo dio paso a distintos tipos de coleccionismos.

Se dice que el verdadero coleccionista empieza cuando las obras ya no caben en sus paredes y decide seguir comprando. Objetos inanimados, los cuadros, esculturas, más tarde instalaciones, ocupan lugares físicos; en una acción noble el coleccionista se encarga del alma del artista, lo cuida y custodia su trayectoria, está ahí como padre, consejero y guía moral.

Son muchas las historias de los poderosos coleccionistas. Peggy Guggenheim, los Rockefeller, el barón Tyssen- Bornemiza por mencionar a algunos. De ellos se dice que su prodigioso “ojo” para elegir a la que sería la próxima estrella del arte era una garantía. Claro, poco se habla de los muchos fracasados que pasaron por sus manos o de los que no llegaron a ellas. Lo que debiera reconocérseles era su capacidad de creer en alguien que no fuera un asesor de finanzas. Adquirieron a la mayoría de sus artistas, cuando no eran nadie, no tenían un nombre; lo hicieron por amistad y por generosidad. Peggy Guggenheim, la catedral viva del coleccionismo, jamás actuó con soberbia a pesar de que su fortuna podía comprar vidas. Al contrario, su amor y apoyo por los artistas a quienes abrazó con sus millones, a algunos con su cuerpo como ocurrió con Piet Mondrian y Max Ernst, fueron parte de su leyenda. En el arte logró el afecto y el reconocimiento que no tuvo como miembro de una de las familias más adineradas de Estados Unidos. Protegiendo artistas, construyó una vida paralela a la de los millonarios. Formó parte de círculos de personajes fascinantes. Con humildad, les soportó desplantes. Frente a sus elegantes invitados, dejó a Pollock apagar la chimenea orinando. Tal vez una de las obras maestras del artista y de las mejores piezas de la colección de Peggy sea el mural que pintó para su casa en 1943. Hoy, una muestra de esa noble alianza.

El verdadero artista es subversivo por naturaleza. Consciente de las causas sociales, de la injusticia, utiliza su obra como denuncia; deja de pintar cuadros por encargo y se pronuncia. Esto no encantó a los ricos que momentáneamente lo despreciaron. ¿Quién quería ver la verdad colgando de sus muros? Así surgió, como contrapropuesta, “el arte” exclusivamente para ricos. Como lo dice el curador Guillermo Santamarina, el Neo bobismo que se refiere a un arte decorativo, insulso, inofensivo y adaptable a todos los criterios; que hace juego con los sofás de las mansiones; que no busca cuestionar a nadie y que acompaña a sus dueños como si fuera un reloj o un auto. No importa que termine por aburrir y pase a la habitación de al lado para recibir el nuevo juguetito recién adquirido en la última feria de moda.

Una práctica de lujo que favorece la cartera del artista que alguna vez tuvo sueños, hambre y deseos de salir del anonimato. Que entró en el círculo dominado por ricos y famosos, donde es un rockstar y donde el exceso, la tranza, la evasión, las facturas falsas, el cash e incluso el lavado de dinero se volvió un acto cotidiano. Los dinerales en arte terminan hoy en sitios de dudoso prestigio; o de plano en bodegas refrigeradas en paraísos fiscales. Pero eso nadie lo cuestiona. Entre ricos los secretos, no tan secretos sobre la procedencia de sus fortunas, quedan ocultos entre canapés de caviar y champán.

Carreras vertiginosas apoyadas por dinero, talentos cuestionables colocados en los primeros círculos de ferias, bienales, exposiciones universales; nombres que suenan a marca y cuyo proyecto artístico está suscrito a su capacidad de estar en el sitio indicado en el momento indicado. No sólo galerías y colecciones privadas, tristemente los museos que, ante la necesidad económica, no tienen más remedio que presentar a los artistas llamados blockbuster de la temporada.

Como hay coleccionistas que siguen impulsando el alma de un artista, hay artistas que no sólo aspiran a las carteras llenas dólares. Si bien deben vender para sobrevivir, no están dispuestos a sacrificar su prestigio a cambio de fama. Incómodos para los ricos imponen un arte de protesta. Ubicados en sitios alternativos, luchan de la mano de los desprotegidos. No dejan entrar a los coleccionistas rapases a sus círculos. Su crítica se considera despiadada, una tabula rasa al poder y a la deshonestidad. No pueden ser amigos y críticos al mismo tiempo. Pero el dinero es un maldito seductor, corrompe. Muy pronto los comerciantes del arte, ávidos de llenar sus cuentas de banco, han encontrado la forma de utilizar la rabia y la injusticia como un nuevo estilo. ¿Qué importa que el artista proteste si lo hace en rojos o naranjas que se ven divinos? Una instalación con sangre hará ver al millonario mucho más osado y sin prejuicios, la escultura de pelos es una señal de agudeza y desfachatez si se le coloca en el gran hall de la residencia.

Esos coleccionistas, por desgracia, abundan en México. La ostentación de marcas de moda, autos, relojes, casas ha alcanzado al arte. Gente con dinero, con mucho dinero, desatina; no sabe si comprar un auto, un reloj, hacer un viaje al último paraje capturado por Instagram o de plano entrarle al tan de moda arte contemporáneo. Esos coleccionistas deberían entender que están al final de la cadena alimenticia del mundo del arte. A pesar de que podrían rescatarse convirtiendo sus fortunas en fuente de educación y soporte de artistas, actuando como verdaderos mecenas, no perciben la trascendencia de su tarea, más allá de ver y ser vistos en sociedad. Una cena en casa de un coleccionista de este tipo es como moverse en la vitrina de una tienda de Masaryk. No temen ocultar su ignorancia a billetazos. Asumen que la presencia de un artista de renombre en su sala puede redimir una fortuna mal habida.

En noviembre viene la ya tradicional subasta SOMA en la que se reúne de todo. Sin discriminar a nadie, habrá los adinerados novatos y los coleccionistas tradicionales; los interesados en el arte, los asesores que influyen en los compradores y más de un curioso. Hay obras de artistas consolidados que pueden representar un buen inicio en el arte del coleccionismo. El sentido último de esta subasta no es enriquecer las arcas de SOMA, que es una institución creada para apoyar a artistas jóvenes e impulsar sus carreras. Una noble labor que ha sobrevivido y que merece reconocimiento de todos, a condición de que entendamos la enorme trascendencia del arte cada vez que hagan una puja y escuchen el categórico y seductor martillazo. @suscrowley

Susan Crowley

Susan Crowley

Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

Lo dice el reportero