María Rivera

Infamia

"Esa infamia es la que sobrevive y continúa, de la que es cómplice Donald Trump y la comunidad internacional. Por eso, hay que exigir, hoy más que nunca, la liberación de todos los rehenes palestinos secuestrados y justicia para los palestinos asesinados por el régimen nazi y genocida de Israel".

María Rivera

16/10/2025 - 12:00 am

Trump y Netanyahu
El Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, recibe al Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la Casa Blanca en Washington el pasado 29 de septiembre. Foto: Hu Yousong, Xinhua.

Así le llaman a la infamia: paz. Paz, querido lector, a la ocupación de Gaza, pero ahora por Estados Unidos, que no es otra cosa que un aliado de los genocidas israelís que no tiene ningún interés por la vida de los palestinos, ni por su soberanía, sino por su tierra. Porque fue con la ayuda de Trump que Netanyahu llevó a cabo el genocidio de los palestinos, con sus armas y con su apoyo económico y político. 

Miles de palestinos fueron asesinados, entre ellos miles de niños y mujeres, mientras Estados Unidos bloqueaba sistemáticamente en la ONU los llamados a alto al fuego que apoyaban otros países. Mientras otros países buscaban frenar el holocausto palestino, Estados Unidos le enviaba armas a Israel con las que aniquilaron a miles y redujeron las ciudades a escombros. Días, semanas, meses en los que el pueblo palestino sufrió lo indecible a manos del ejército criminal de Israel auspiciado por ese brazo económico. 

No, Trump no solo no detuvo la masacre, la alimentó con recursos y con medidas políticas durante dos años. El gobierno norteamericano tiene las manos manchadas de sangre inocente y es una cínica locura que ahora se presente a Trump como gestor de “la paz”. Un delirio criminal, que aspirara al premio Nobel de la Paz, una desvergüenza que el mundo y sus medios celebren lo que a todas luces es la siguiente fase de la limpieza étnica que Israel lleva a cabo en la Franja de Gaza. Una manifestación del Síndrome de Estocolmo recorre el mundo cuando es incapaz de reconocer el mal en donde efectivamente está, para convertirlo en bien. Los discursos mediáticos se han convertido en desvergonzadas legitimaciones de los abusos de los poderosos en el mundo, capaces de tolerar lo intolerable. 

Es como si Hitler, al verse descubierto, hubiese detenido las ejecuciones en las cámaras de gas de Auschwitz, retirado a los guardias unos metros y hubiese anunciado un programa para “desradicalizar” a los presos en resistencia, presentándose a sí mismo como pacífico benefactor de los judíos y el mundo aplaudiera: “Hitler anuncia plan de paz para Auschwitz, detiene ejecuciones masivas en cámaras de gas”. Sí, el ejemplo es grotesco y repulsivo, querido lector, pero no está lejos de la realidad: así de infame, distópico, y brutal es lo que ocurre en Palestina, pero también en un mundo que ha perdido la brújula moral, conducido por asesinos y cómplices. 

Y sí, vamos a decirle por su nombre a la tierra que los israelíes les robaron a sus legítimos dueños el siglo pasado, cuando cometieron el primer genocidio palestino, llamado Nakba.

Es una infamia histórica que el Gobierno criminal de Netanyahu no haya sido detenido y juzgado por sus crímenes, en una versión moderna de los Juicios de Núremberg por la Corte Internacional y que, en cambio, haya decidido, junto con su aliado Trump, suspender sus acciones genocidas para presentarlas como acciones de “paz”. 

Gracias, gracias, gracias, hay que agradecerles a los neonazis que suspendieran los crímenes de guerra y lesa humanidad que cometieron estos años. Gracias, gracias, gracias, porque ya no bombardean hospitales y asesinan a médicos y bebés en incubadoras; gracias, gracias, gracias, porque ya no asesinan a civiles, a periodistas, a niñas en coches, a niños en sus casas, a niños en calles, a bebés y mujeres. Gracias, gracias, gracias, porque los asesinos ya se retiraron unos metros, junto con su aliado de las ruinas de Gaza, para gestionar nuevamente el campo de concentración y convertirlo en el “el resort” que sueña Trump. Gracias, gracias, gracias, asesinos por dejar de matar. Ya pueden ir a su Congreso a aplaudir a rabiar cómo lograron cometer el genocidio más cruel y desalmado desde la Segunda Guerra Mundial, en la total impunidad.

No, querido lector, eso no es la paz. Es sí, la suspensión temporal de las masacres, pero la paz requiere de justicia, y si no la hay, no es paz, es sometimiento. Y eso es lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza: Israel viola los acuerdos “de paz” y sigue matando palestinos, pero la prensa no lo reporta (la prensa internacional, por cierto, que tiene prohibido ingresar a Gaza a atestiguar el nivel de destrucción y hambruna provocado por Israel); libera a rehenes palestinos que secuestró e ingresó en campos de concentración, que eso son sus cárceles dedicadas a la tortura, y al mismo tiempo secuestra a más palestinos que no tendrán ningún juicio, solamente torturas: así como libera algunos, así secuestra a más, porque no hay nadie que lo obligue a respetar los derechos humanos de los palestinos, ni cumplir con los acuerdos “de paz” que son, en realidad, acciones estratégicas para simular y tratar de desactivar la indignación mundial.

Miles de rehenes permanecen ilegalmente en sus cárceles por años, pero esto no lo reporta la prensa que sólo asocia “rehén” con los civiles secuestrados por Hamas, invisibilizando la razón por la cual Hamas secuestró a civiles israelíes, que a la luz de los hechos, es incontrovertible: rescatar a los suyos. 

Se calcula que nueve mil personas, incluidos niños, están en sus mazmorras sufriendo lo indecible. Porque Israel, como las fuerzas de ocupación nazis hicieron con los judíos, puede detener a cualquier palestino, en donde sea, y prácticamente desaparecerlo: no rinde cuentas a nadie, sus víctimas caen en un infierno sin esperanza, salvo que la resistencia cometa un acto atroz como el de octubre del 2023 para liberarlos. A costa claro, de enfrentar la retaliación genocida. 

Basta con ver el estado en el que liberaron a los rehenes palestinos estos días para horrorizarse. O basta con conocer los testimonios de los miembros de la flotilla que fueron secuestrados por Israel en aguas internacionales, para acercarse, apenas, a las violaciones de los derechos humanos cometidas sobre los detenidos. No, no son cárceles, querido lector: son campos de concentración. Torturas narradas una y otra vez por las víctimas palestinas que han logrado sobrevivir lo confirman ¿En serio el mundo esperaba que los palestinos no se opusieran a esa injusticia, a ese horror? Miles de palestinos son secuestrados por Israel ¿y el mundo espera que su pueblo se resigne, no cometa actos en legítima defensa? 

¿Cómo es posible que la comunidad internacional haya permitido durante décadas que Israel cometiera estas atrocidades? ¿cómo es posible que ese infierno continúe, impunemente? ¿cree la comunidad internacional que esta vez los palestinos se resignarán a que los suyos mueran en cárceles israelíes, madres hijos, hermanos, recluidos en el infierno por años y sin juicios? ¿es moral, incluso, plantear que los palestinos no tienen derecho a resistir el holocausto que sobre ellos se ha cernido desde la fundación de Israel? 

Y sí, querido lector, eso esperan al menos los gobernantes del mundo que comparten la idea filonazi de que los palestinos no son seres humanos, y por lo tanto no tienen derechos, pero tampoco arraigos ni afectos que los lleven a luchar por los suyos. Por eso, sus afectos y sus aspiraciones de libertad y justicia han sido presentados como violencia irracional, como terrorismo, y no como resistencia a un orden criminal que los oprime salvajemente. Es la deshumanización más extrema que hemos presenciado desde que Hitler convirtió a la población judía en paria, le retiró la ciudadanía y el derecho a la vida. Una tragedia de dimensiones catastróficas que sólo puede aliviarse con la ola de solidaridad mundial que encuentra inaceptable este horror, bajo el estruendo de las bombas o bajo el ominoso silencio de la “paz”.

Eso, querido lector, esa infamia es la que sobrevive y continúa, de la que es cómplice Donald Trump y la comunidad internacional. Por eso, hay que exigir, hoy más que nunca, la liberación de todos los rehenes palestinos secuestrados y justicia para los palestinos asesinados por el régimen nazi y genocida de Israel.

María Rivera

María Rivera

María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

Lo dice el reportero