
Hace unos días, el 16 de diciembre, falleció en la Ciudad de México, a los 75 años, el poeta y editor Eduardo Hurtado Montalvo (1950-2025), querido lector. Apunto aquí algunas coordenadas sobre su vida, hoy que las instituciones culturales parecen desconocer todo de quienes dedicaron su vida a la creación artística. Hurtado fue poeta, editor y ensayista y también maestro de varias generaciones de poetas jóvenes a través de tutorías en el Fonca en el programa de Jóvenes Creadores y a través de talleres literarios. Fue un animador de la vida literaria, en específico de la poesía, y también un espléndido poeta que nos deja una obra vasta y rica que nunca se ciñó a los dictados de la moda o de grupúsculos. Hoy que tanto abundan las poéticas exprés, programáticas o francamente facilonas que sucumben rápidamente al olvido, la obra de Hurtado brilla como una joya. Su brillo proviene de la lealtad a sus preocupaciones tanto formales como vitales: universos ceñidos, obras depuradas provenientes de la gran tradición poética hispanoamericana. Ya sea en poemas cortos o en poemas más largos, el poema se cumple con puntualidad de relojero, como si en esa lealtad yaciera la chispa de su permanencia. Escribió poemas de amor, pero también sobre la hipocondría, el padre muerto, futbolistas, el mar, o las gaviotas, por decir algunos temas. En realidad, Hurtado se avocó a las diez mil cosas del mundo, como se llama uno de sus libros.
Junto con sus compañeros de generación, los nacidos en los años cincuenta, colaboró en diversas editoriales de poesía, como La Máquina de Escribir, Ediciones Toledo, Libros del Salmón y la colección Tristán Lecoq de Editorial Trilce. A lo largo de su vida, trabajó en diversos medios como en el Canal 11 donde fue director de medios. En el área editorial fue jefe de producción de la revista Vuelta, dirigida por el poeta Octavio Paz, y editor en jefe de La Jornada Semanal, cuando la dirigía Juan Villoro.
Durante seis años, a finales del siglo pasado y entrados los años dos mil, fue Asesor Cultural la Casa del Poeta Ramón López Velarde, en la Ciudad de México en donde coordinó importantes ciclos, encuentros y festivales de poesía a nivel nacional e internacional, cuando esa institución representaba un centro vivo de la cultura y no había cerrado sus puertas. A su salida, dejó al poeta Antonio Deltoro en su lugar quien continuó con la noble tarea de mantener ese centro cultural dedicado exclusivamente a la poesía y a la memoria de Ramón López Velarde, en la colonia Roma.
Durante años impartió cursos y conferencias en universidades e instituciones culturales en prácticamente todos los estados del país. En los últimos años regresó a la ciudad de Tijuana, donde vivió en su adolescencia, para fundar La Casa de la Poesía y colaborar creando programación cultural para el Centro Cultural Tijuana. A donde iba, Eduardo Hurtado emprendía siempre alguna empresa: creía en la poesía como una religión y en ella vivía. Leer, escribir, corregir, vivir, entregar su vida a la escritura podría ser un resumen de su vida, pero no solamente. Hurtado también fue un crítico activo de su tiempo y de las formas institucionales. Le preocupaba el país y en no pocas ocasiones, en la llamada época de la transición democrática, encabezó juntos con amigos escritores, protestas públicas. Hurtado era además de un poeta muy cuidadoso con la forma, un crítico que no se limitaba al texto.
En Madrid impartió cátedra sobre el poeta Juan Gelman en la Universidad de Alcalá de Henares y en la Casa de América, en ocasión de la entrega del premio Cervantes al poeta argentino radicado en México y su gran amigo. También, participó en actividades literarias en Argentina, Panamá, Colombia, Chile, Brasil, Portugal y Rumania.
Durante casi treinta años, Eduardo Hurtado fue mi amigo. Lo conocí en la Casa del Poeta, donde ambos trabajábamos en el año de 1997. Yo me encargaba de todas las actividades de jóvenes y de la prensa, y él de todas las actividades de autores mayores. Fue una experiencia muy enriquecedora, para una joven como la que yo era y muy rápidamente se convirtió en mi maestro, en mi colega, y después en mi amigo. Juntos recorrimos el arduo camino de los versos, pero también de la política y, sobre todo, el de la amistad.
Algunos de los títulos de sus libros de poesía son Ludibrios y nostalgias, Rastro del desmemoriado, Ciudad sin puertas, Sol de nadie, Las diez mil cosas con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer y Casi nada. También se puede encontrar en la UNAM un disco y un libro titulados El ser que fuimos, en la colección Voz Viva.
Sus libros más recientes son Ocurre todavía, Renata y Miscelánea este último aparecido durante la pandemia y que tuve el honor de presentar por zoom. Al final de sus días pudo terminar su último libro que permanece inédito y que cierra brillantemente su camino en la poesía mexicana y que esperemos muy pronto vea la luz. Sus amigos lo extrañaremos siempre, estoy segura y nos hará falta en este duro camino de la poesía. Al menos yo no me despido ¿se puede despedir uno de quien es ya una presencia viva en la voz del poema? Ahí estará siempre para mí, y para cualquier lector que aprecie la deslumbrante belleza de la poesía. Así que no le digo adiós; lo llevaré siempre vivo, como se llevan a los grandes amigos, en el corazón.





