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Sandra Lorenzano

01/11/2020 - 12:02 am

Pájaro, hueso o vestigio

Lamento decirles que no logré ser chusca ni usar adivinanzas tradicionales.

“Hambre del pintor”. Imagen: tomada del libro Arturo Rivera, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, octubre de 2013.

Mi pintura es la belleza de lo terrible, de lo escatológico; me ha permitido tapar el dolor. Reconozco, sin embargo, que más de una vez he tenido pánico de atravesar el lindero de la locura. Arturo Rivera (1)

¡Qué extraño dos de noviembre viviremos este año en México! Encerrados y rodeados de muertos: los más de 90 mil de la pandemia, los más de 66 mil que en este sexenio ha dejado la violencia que cubre el país.

Sé que nos gusta celebrar, poner ofrendas, vivir dos o tres días codo a codo con quienes ya no están, recordarlos, darles aquello que más amaban: música, flores, comida, panes, dulces. Pero ¡qué extraño será este dos de noviembre!

O tal vez sea que para mí esta celebración sólo tiene sentido cuando se vuelve abrazo compartido, recorrido de varios días para disfrutar de las ofrendas de conocidos y desconocidos, fiesta de papel picado, calabaza en tacha, calaveritas de azúcar, calacas y cempasúchil brillante.

“Ejercicios de la buena muerte”. Imagen: tomada del libro Arturo Rivera, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, octubre de 2013.

Este año nos quedaremos en casa con nuestros pequeños altares familiares y la presencia en él de los más queridos, de los más extrañados.

Y desde la madrugada del 29 de octubre, hace apenas unos días, a esos seres que nos han dejado en estos meses -tal vez los más extraños que hemos vivido en la vida- se ha sumado el excepcional pintor Arturo Rivera. Un artista desgarrado y genial.

En 2013 recibí la invitación a presentar el “Juego de lotería” que la Editorial Resistencia hizo a partir de su obra. Comparto con ustedes algunas líneas de lo que entonces dije y que hoy resuenan dentro de mí con la ferocidad de la muerte (2).

Fue un reto —de a ratos gozoso, de a ratos dolido, siempre aterrador— intentar escribir sobre la obra de Rivera. Como todos, me he extasiado ante sus cuadros; me he perdido y encontrado en ellos, los he amado y odiado. He visto mi propio rostro entre los suyos, y he sabido también de mi ceguera. Soy el monstruo que han engendrado sus sueños. El rastro onírico que dejó la serpiente en mi adolescencia. La niña de Bacon blandiendo el cuchillo. La liebre que se desangra.

Y sé que la pintura es también ejercicio poético, por eso yo que no tengo sino unas pocas palabras —algo gastadas, rotas algunas, sobadas en mil noches de insomnio— apenas esbozaré un intento de diálogo; devenir del verbo que guiado por el azar encuentra —deslumbrado—, sobre la superficie pintada, su reflejo.

“Autorretrato Kena”. Imagen: tomada del libro Arturo Rivera, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, octubre de 2013.

Quisiera decir que, como en el juego surrealista, dejé caer las cartas de la lotería y así surgieron las elegidas. En realidad, fui obediente ante las consignas dadas en las instrucciones, que dicen:

“El ‘gritón’, la persona que lee las cartas, es parte esencial del juego, pues leyendo cada tarjeta con ingenio hace pasar un buen rato. Tiene la oportunidad de recitar versos chuscos o adivinanzas tradicionales de México, como cuando ‘canta’: ‘La cobija de los pobres’ una metáfora de ‘El sol’ […] Veamos cuánta creatividad demuestran los ‘gritones’ de esta lotería, a partir de la lúdica maestría y el arte del excepcional artista mexicano Arturo Rivera”.

Lamento decirles que no logré ser chusca ni usar adivinanzas tradicionales. Aquí va, entonces, mi homenaje “gritón” condensado en algunos versos:

El cangrejo
El asesino es ése
el súbito
cangrejo
que retrocede hasta el origen
el que sabe de la sangre acumulada
de la historia del gen febril.
Es ése. No otro.
El que repite tartamudo tu nombre
el que hinca tu columna en el silencio.
Paradojas del árbol moribundo:
ser el estigma de su propio infierno.

El cirujano
El azar nos conduce.
No hay mapas que guíen
el desconcierto de Ariadna
sin brújula posible
porque es el grito infantil
el único norte de tu encierro.
Si el centauro Quirón unta tus manos
si la liebre es huella de un tal Asclepio
si tus uñas confunden dolor y deseo
y es de mi padre niño el maxilar izquierdo,
has llegado viajero al centro de tu reino.

Las naranjas
Quise la paz
y fui la pútrida patria de otro cielo
quise tu rostro grabado en la semilla
quise el último rastro de la hoguera
y una mañana como sol de agosto.
Sólo de mis clavículas doy fe.
Otra cosa sería soberbia.

El hechicero
Hechicero
chamán
fue tuyo el susurro de la alquimia
polvo de huesos en cada bocado soy
he sido
nací en la piedra que brota de tu nombre
en el tibio fósil escondido
soy retrato sangrante de obsidiana
viento
silbido agudo en el crepúsculo
emmet dice mi frente
marcada por cuchillos.

Las alas
Lluvia de plumas
batir de pieles
en tu desconcierto
el cuerpo se nutre
de la línea sutil del vuelo
sin sangre.
No queda rastro del corte
sólo el silencio que marca al nonato
Dicen que un ángel nos susurra
todos los secretos
pero se borran al nacer
La mirada es un inútil juego de memoria
para tallar
la marca
de la orfandad.

El hambre
“Había llegado a la dichosa locura del hambre”,
el huidizo cerebro de Hamsun confiesa,
“estaba vacío, libre de todo dolor,
y mis pensamientos habían perdido el control”.
Y el noruego es también Kafka niño
el último príncipe de Uganda
Buchenwald y sus pájaros
una sombra que cruza San Simón Zahuatlán.
El lápiz afilado punza cada palabra
lívidas
inanes
desnudas
en el estrujante gris mexicano.
“Tú eres mi muerte —escribió Celan—
mientras todo se me escapa
a ti puedo retenerte”.

Paisajes íntimos
Mujer ave
alas plegaria que deshace
en un solo murmullo el cráneo del amante
Soy huesos —“húmeros”, diría Vallejo—
para volar más allá de tu deseo.
Grotesca no es la boca inflamada tras la sangre
sino el trazo elegante del vacío
el viejo Tiresias
que cubre arrogante el cuerpo de la ninfa
el pájaro en llamas que anida en tus sueños
Y el ojo: siempre el ojo
como vestigio de un tiempo de complicidades
hiladas con finas líneas de olvido
Poética del despojo
porque es el animal memoria sagrada
espacio luminoso
geografía de venas anhelantes
humus bullente
Si en la sacra ceremonia de la carne
los dioses trazan bendiciones
es el pincel el revés de tu pellejo
de esa voz oscura que te llama
a través de las horas
Amanece sobre el valle de tinieblas
nocturnas criaturas pierden el aliento
cuida tu oxígeno
tu dolor infantil
todas tus ausencias
el poema es el reflejo invertido en el fondo de la córnea
espacio liminar del cielo con tu infierno
el eco aterrador
el gesto sin tiempo
la bruma que teje tu entrepierna
Si el ojo es ojo o naufragio
pájaro
hueso
o vestigio
si guarda el semen venenoso e inefable
de aquel que te hizo con su barro
si busca el abismo voraz
que transforma tu ser en instante
si es el centro oscuro de tu ausencia
veedor implacable de la historia
¿Qué hacemos, entonces, con lo visto?

Descansa en paz, querido y admirado Arturo. Hoy las calaveras de azúcar sangran por ti.


(1) En la excepciona entrevista que le hace Silvia Cherem S., “Arturo Rivera: Cobijado por la muerte y la locura”, publicada en el periódico Reforma,
(2) Una versión del texto que leí en esa presentación fue publicada por la Revista de la Universidad de México en su edición de diciembre de 2013.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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