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Tomás Calvillo Unna

02/08/2023 - 12:04 am

El paisaje como esencia.

“Hay un lugar donde el tiempo se inhabilita: la devoción que descubrieron los antiguos; y nosotros, la confundimos y convertimos en la propia atmósfera que habitamos”.

“El paisaje como esencia y la enseñanza imparable de la contemplación: la presencia,ese don ignorado”. “Aves y pétalos”. Pintura de Tomás Calvillo Unna.

Rendija.
El latente desorden como ingrediente explosivo de la tóxica atmósfera política, que ha reducido el idioma a unos cuantos insultos, empobreciendo el imaginario ciudadano y reduciendo la compleja y rica sociología política a los calabozos de dramas psicológicos donde ronda la violencia.

I

Sin los caballos, no hay bicicletas,
ni caminos,
dóciles y salvajes;
su trotar,
al ritmo de los rayos,
su veloz girar.

El perfil de la divinidad en la tierra,
la proa en el mar,
la interlocución ante los vientos.

Hay un lugar
donde el tiempo se inhabilita:
la devoción que descubrieron
los antiguos;
y nosotros,
la confundimos y convertimos
en la propia atmósfera
que habitamos,
y de pronto
la descarga es tan brutal
que ninguna clase de trinchera,
mental o física, resiste,
cuando nos damos cuenta
de la cruda y única pregunta:

¿Quiénes son estos desconocidos
que acaparan nuestros pronombres?

La gramática pareciera ahorcarse,
pero resiste, a pesar de su desamparo
de su expulsión del paraíso.

Por ello y más
el paisaje como esencia
y la enseñanza imparable
de la contemplación:
la presencia,
ese don ignorado.

II

Inolvidable escuchar la canción
que toca las fibras
de los días y sus tareas.
El sentimiento vibra,
una y otra vez;
nada se necesita
solo tararear
y dar los primeros pasos.

La danza desata los nudos
del corazón y la mente,
y reúne a la tierra y el cielo;
atrae el agua:
el vientre de la vida,
donde brota la rosa,
el incendio del corazón
que alcanza el alma,
escrita en pétalos y aromas,
conserva el elixir
de los primeros dioses.

III

Si el durazno contuvo al sol
en el verso del poeta;
el naranja conservó la tarde
en el equipal de la amistad;
y el blanco
que busca vestir a los cielos,
con su poder de revuelo,
a pesar de ser luz,
no le alcanza, para tanto.
Ni invitando al azul
a su aventura
de cubrir también a la tierra;
mientras el gris aprovecha
y recibe sus nubes,
para pregonar la fértil tormenta.

IV

Las tonalidades
inventan las cortinas,
y el viento la neblina.
Son las 8:32, 33, 34, 35 a.m.,
cuando el esplendor
es conmoción de allá arriba:
lo inimaginable otorga su nombre a la visión
y la creatividad toda
al alcance de las manos
de quien solo alce su mirada.
Ahora si danzan las nubes libremente
pareciera que el aire,
el invisible maestro de los humores,
las deja a su antojo
dar vueltas frente a nuestros ojos,
sobre nuestros hombros,
sobre nuestras ciudades;
el horizonte es de ellas,
de sus historias, de sus viajes.

El sol es el custodio
de la magnificencia
que nos envuelve.

V

Esos árboles de las montañas,
esos bosques,
tienen una orquesta privada de aves
que no dejan de cantar,
por eso llegan a la cúspide;
no ceden a las bofetadas y latigazos
de las motos y tractocamiones,
que van y vienen
por la cinta asfáltica sin indulgencia,
como todos lo hacemos cada día.

VI

A todo volumen en los instintos
son los dueños de la pista
hay una suerte de desasosiego
entre los festivales del éxito,
esa propaganda por sobre salir
al costo que sea y como sea;
una suerte de adicción
a la propia imagen
hasta agotar las entradas
en los circuitos
de la alienación voluntaria
que incluso paga
con el sudor de su frente
el estrujamiento de las edades
esa mezcla del reino de la perplejidad.

Al atardecer,
asoma su cabeza
el conejo negro
sobre el pecho
del predicador caído.

VII

Los pueblos
con sus antifaces de neblina
emprenden así,
la larga marcha,
sin rumbo;
la historia se resiste a partir.

VIII

Dos águilas
de evaporada plata
ascienden:
una frente a otra
al oriente de San Luis Minas del Potosí.

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