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Susan Crowley

03/09/2022 - 12:04 am

Venus se libera

Lejos de renunciar a su poder y dejar que un hombre las sometiera, más de doscientas artistas del siglo XX escucharon su voz interior imponiéndose ante lo establecido, a los valores impuestos y a su propio miedo a ser libres y grandiosas.

“Venus, para los romanos, dejó atrás su investidura sensual y de belleza absoluta para convertirse en una imagen débil, objeto del deseo y con poco protagonismo”. Fotos: Especial

Atrapada en su propio cliché, Venus, para los romanos, dejó atrás su investidura sensual y de belleza absoluta para convertirse en una imagen débil, objeto del deseo y con poco protagonismo. Afrodita para los griegos, la que alguna vez fue la ganadora de la manzana de la discordia desatando la guerra más cruel de la antigüedad, se empobreció como uno más de los símbolos de protección de los hogares patricios. El arquetipo femenino perdió ante el lugar común, la mujer conquistada.

Lejos de renunciar a su poder y dejar que un hombre las sometiera, más de doscientas artistas del siglo XX escucharon su voz interior imponiéndose ante lo establecido, a los valores impuestos y a su propio miedo a ser libres y grandiosas. Hoy conforman una exposición fascinante. La bienal de Venecia en su edición 59 se convierte en un gineceo sin precedente; por primera vez, las voces de mujeres osadas y valientes quedan inscritas con la magia, el hechizo, la inteligencia femenina, bajo la batuta de la curadora italiana Cecilia Alemani. El Giardini y el Arsenal, del gran centro de exposiciones veneciano, edificios históricos emblemas del poder del Occidente hegemónico, masculino y blanco, se rinden al culto de la tierra que es la fuerza femenina primigenia, esa que ha sido mancillada y estereotipada como compañera silenciosa de los héroes. Reducida a amante, esposa, hija, sin capacidad de elegir. Dominada por una estirpe que la considera un objeto, tributo de las alianzas, en esta bienal pareciera liberarse de los prejuicios, las convenciones y se quita la losa cargada de pasado, retando al tiempo del olvido. Volando por los pasillos, trepando en el techo y reptando por los suelos, ocultándose tras los muros para sorprendernos. Son Lilith, Eva, María, Medea, Venus, Aleonor, Hildegard, Beatriz. Somos todas nosotras, mujeres que nos antecedieron para redimir nuestra condición de esclavas. Son las heroínas dispuestas a escandalizar con su alegría y sus sueños.

En conjunto un enorme y confuso bricolaje en el que todo cabe y en el que, a pesar de la abundancia, nada sobra; desmedido como lo es la “histeria”, lo que somos. En esta exhibición nada está sujeto a las jerarquías tradicionales, no quedarán rastros de misoginia, no hay homofobia, no hay racismo. Un despertar del pasado, sin resentimiento explora una nueva era de recuperación.

El encanto, la astucia y la sagacidad brotan en cada una de las salas a lo largo de la exhibición. Nombres que jamás hemos escuchado aparecen volviéndose fundamentales en el devenir de una manera de pensar y ejercer el poder del arte. Artistas inteligentes, dueñas de un humor negro que son capaces de volver a contar la historia, a través de la fotografía, el performance, la pintura, la escultura, el arte sonoro y, desde luego, los nuevos medios: Internet, bio art, AI, RV. ¿Dónde estaban?, ¿por qué no las conocíamos?

Alumnas de la Bauhaus que no se dejaron conducir por sus maestros, bailarinas que deambulaban por los cabarets de París, otras que improvisaban usando sus cuerpos en el famoso Cabaret Voltaire de Zurich y una que otra conectada con los espíritus del más allá. Las más atractivas contadoras de historias que se impusieron a los cánones machistas del surrealismo, demostrando que la mujer es el centro inalienable de ese movimiento porque era capaz de entrar y salir del inconsciente, fugaz, etérea, perseguida por un don dispuesto a convertirse en maldición, como diría Louise Bourgeois.

En medio del recorrido, que establece un ritmo elegante y lleno de sensualidad, aparecen gabinetes, irrupciones en forma de cápsulas del tiempo, que podrían ser esos rincones en los que las mujeres bordaban, chismeaban y en los que construían universos de imaginación indescriptible. Ajenas a los hombres, estas mujeres fueron creadoras de los verdaderos gabinetes de curiosidades en los que un botón conversa con los deseos guardados. En la Bienal reviven como centros de conocimiento y nos permiten integrar vidas que se nos fueron de las manos pero que reivindican a cada segundo lo femenino.

Y es que esas mujeres que hoy son las protagonistas, peinaron sus largas cabelleras mientras dejaban cortas las teorías de Schopenhauer. Se negaron a aceptar las reducidas etiquetas, a pesar de ser sometidas a los más duros procesos de represión. El gran ejemplo de la castración de un imaginario femenino es la artista inglesa/mexicana Leonora Carrington, quien sufrió en carne propia las crueles experimentaciones psiquiátricas de moda y que lejos de victimizarse, se escapó de su celda en un hospital para enfermos mentales creando mundos increíbles de personajes fantásticos. Precisamente, The milk of dreams, el título de uno de sus más fascinantes libros da nombre a esta bienal. Es la narración de un universo en el que todo está de cabeza, trastocado, para mostrar lo poco conveniente de lo conveniente. Fugada de sus verdugos, dispuesta a transformarse en caballo salvaje, Leonora convirtió la frustración y el resentimiento en un acto creador.

La coincidencia de Leonora con las demás artistas de la Bienal es que, sin perder su femineidad, supieron transformarla en arma letal en contra del establishment. Nacidas para ser objetos sexuales o continuadoras de la especie, dejaron a un lado la idea de convertirse en muñecas, fueron congruentes con sus aspiraciones y responsables con su talento. Quienes nacieron antes o con el siglo han muerto, muchas otras siguen vivas y productivas y otras más están en plenitud de sus carreras con un futuro prometedor.

El talento tiene un precio, así como exime de una vida convencional, exige una entrega absoluta y puede ser más cruel que el peor amante. Cumplir con una vocación es abandonarlo todo.

La venus de Willendorf es una figura que, lejos de retratar a una mujer, es la imagen de lo femenino por excelencia, no es bella porque no debe serlo. Es el poder guerrero con formas bulbosas, enormes genitales y pechos. La artista Niki de Saint Phalle ofrece una poderosa imagen a la que llamó Nana. A pesar de que el tiempo de los hombres se empeña en transcurrir inexorablemente, la Venus de Willendorf, que cumple 20 mil años, y esa Nana son contemporáneas, pertenecen al mito de lo femenino. Su fuerza brota actual, presente, como un volcán; irascible e intempestiva acontece como acontece la destrucción y la renovación. La fuerza femenina está protegida por el mito, por eso antecede a la historia contada por los hombres. Pero cuando las mujeres nos olvidamos de ella nos volvemos débiles. La historia de la mujer coincide con la de la esclavitud y el sometimiento, pero también con la rebelión y la disidencia, la resistencia espiritual, porque somos tierra. Las mujeres en la Bienal, Josephine Baker, Djuna Barnes, Barbara Kruger, Cecilia Vicuña, Katherina Fritsch, entre muchas otras, nos muestran ese “nuevo” camino ancestral.

Queda un mensaje para las mujeres que hemos visitado la Bienal, ¿de qué queremos liberarnos? ¿De los hombres, de nuestros miedos, de los prejuicios heredados, de la envidia que nos causan otras mujeres que logran quitarse de encima el yugo?

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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