Microhistorias: Morelos a 250 años de su nacimiento

03/10/2015 - 12:01 am

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El siguiente relato cuenta las últimas horas de José María Morelos, considerado uno de los principales héroes de la Independencia de México

Por Alejandro Rosas

Ciudad de México, 3 de octubre (SinEmbargo/WikiMéxico).- Tenía 50 años cuando cayó en manos de los realistas; llevaba poco más de 4 años en pie de guerra; había tenido triunfos militares nada despreciables, pero ninguno como para inclinar la balanza a favor de la insurgencia. Cuando José María Teclo Morelos Pavón y Pérez fue capturado el 5 de noviembre de 1815, estaba completamente quebrado.

Sus campañas militares habían visto sus mejores tiempos y en un momento en que la política no era el camino para alcanzar la paz, sino las armas, el haberse supeditado al Congreso, determinó su fin. Asolado por una serie de problemas personales, y cansado físicamente, cayó en manos de los realistas protegiendo la retirada de los miembros del Congreso.

Morelos, nacido en Michoacán el 30 de septiembre de 1765, sabía que sus días estaban contados.

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En los 47 días que transcurrieron hasta el día de su ejecución, el cura de Carácuaro tuvo tiempo para pensar que al final, su obra se reducía a una idea de nación, clara y precisa, plasmada en “Los sentimientos de la Nación”.

Aunque en su juicio declaró que la Constitución de Apatzingán, promulgada en 1814, era “mala por impracticable” ya que la guerra impidió su aplicación, lo cierto es que los Sentimientos de la Nación que dieron origen a la primera carta magna mexicana, no tendrían fecha de caducidad. Morelos ni siquiera imaginó que 200 años después de su muerte, varios puntos de su célebre documento, seguirían vigentes.

La mañana del 22 de diciembre de 1815, Morelos fue sacado de su prisión en la Ciudadela por el coronel de la Concha y fue trasladado en carruaje hacia el norte de la ciudad de México, en dirección hacia la Villa de Guadalupe. El sonido del carruaje en marcha fue roto por la pregunta que le hizo el coronel al cura: “¿Sabe a dónde vamos?” A lo que Morelos respondió:

“Me lo imagino… a morir”.

En la capilla del Pocito, en el cerro del Tepeyac, Morelos pidió permiso para detenerse un momento; bajó del coche, se arrodilló y rezó un momento.

Luego continuaron el viaje hasta San Cristóbal de Ecatepec, a donde llegaron cerca de la una de la tarde. Morelos todavía tuvo ánimo para una última comida: probó un caldo con garbanzos y luego se fumó un puro de hoja. Cuando las campanas anunciaron las tres de la tarde, Morelos supo que había llegado el momento, se puso de pie y le dijo al oficial realista: “No nos mortifiquemos más, vamos señor Concha, venga un abrazo”.

Morelos se negó a que le vendaran los ojos; lo pusieron de rodillas y con un crucifijo en la mano dijo: “Señor, si he obrado bien, tú lo sabes; y si mal, me acojo a tu infinita misericordia”. Una sola descarga de balas acabó con su vida. Su cuerpo fue sepultado de inmediato.

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Aunque murió en gracia con su fe, sus días de cautiverio habían sido demasiado dolorosos y llenos de dudas para enfrentar con entereza la muerte. Sin embargo, Morelos había alcanzado la inmortalidad desde septiembre de 1813, cuando leyó Los sentimientos de la Nación, y al recibir los disparos que le quitaron la vida, se convirtió en leyenda.

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