Svetlana Aleksiévich, más allá del Nobel

05/01/2019 - 12:00 am

Leo la edición de DeBolsillo de La guerra no tiene rostro de mujer y pienso en el día que recibió el Premio NobelSvetlana Aleksiévich. Fue en 2015 y todos nos largamos a opinar sobre ese galardón “un tanto absurdo” para una periodista. Podemos, en definitiva, hacer varias reflexiones a si estuvo bien dado o no. Por ejemplo, pensar que nunca lo recibieron Philip Roth o Jorge Luis Borges, pero sí lo recibieron Bob Dylan o esta mujer ucraniana que habla de las víctimas de Chernobyl o del millón de mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial.

Sigo pensando exactamente lo mismo que declaré al editor Óscar Alarcón para su libro de entrevistas a escritoras: “Periodismo y literatura son cosas totalmente distintas. Sinceramente siento que García Márquez ha hecho mucho mal a los jóvenes al igualarlos (a los dos géneros). Yo puedo ser muy radical. ¿En qué momento los periodistas creímos que éramos escritores? ¿En qué momento no nos alcanzó con ser periodistas? ¿En qué momento ser periodista fue ser poco y quisimos ser Truman Capote? (…). He leído muchísimas buenas crónicas, desde Leila Guerriero hasta Diego Fonseca y no siento que sean escritores, sinceramente no. A mí me alcanza con que sean buenos periodistas”.

Al mismo tiempo, me sereno en las declaraciones destinadas a clasificar, fruto tal vez de ese gran mercado comercial en que se ha vuelto la literatura, donde hoy una periodista puede ser miembro de un jurado para determinar el ganador de un premio de literatura y un escritor puede ser el gran invitado de un chef a hablar de cocina en su programa.

El libro lo acaba de sacar ediciones DeBolsillo. Foto: DeBolsillo

Las cosas se han dado vuelta, pero pienso que si no se le hubiera dado el Nobel a Svetlana Aleksiévich, seguramente no la conoceríamos y no sabríamos de sus increíbles materiales, cómo nos sensibilizan frente a temas que estaban delante de nosotros, como un elefante rosado y no veíamos, cómo nos ponen inteligentes y en alerta a esas angustias que dejan las sociedades en los pliegues, en los abismos.

“Se acabó la guerra. Me quedé sola, solita. Hacía de vaca, hacía de buey, hacía de mujer, hacía de hombre. ¡Ay de mi vida!”. El testimonio pertenece a una anciana de la aldea de Ratyntsy, “del distrito de Volózhinski, en la provincia de Minks, se encuentra a una hora de viaje de la capital. Es una aldea bielorrusa como cualquier otra: casas de madera, patios delanteros llenos de flores, gallos y patos paseando por las calles. Los niños juegan con la arena. Las viejas se sientan en los bancos delante de sus casas. He venido a ver a una de ellas, pero se ha congregado toda la calle. Hablan. Es un coro plañendo”, escribe.

Este libro, que reúne los recuerdos de cientos de mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial, es tan necesario, tan abierto y tan preciso.

“Las tropas alemanas se instalaron cerca de Vorónezh…Les costó mucho tiempo conquistar la ciudad. La bombardeaban continuamente. Los aviones no dejaban de sobrevolar nuestro pueblo, Moskovka. Yo aún no había visto al enemigo, sólo sus aviones. Pero supe muy pronto cómo era la guerra”, dice otra entrevistada.

Por eso, hoy, leer a Svetlana Aleksiévich, no tiene sentido referirse al Nobel o no. Hay que leerla porque su prosa explota como la misma guerra que no se atreve a irse de la Tierra.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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