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Julieta Cardona

07/07/2018 - 11:56 pm

Vuelvo a casa

Estoy volviendo a casa, a mis raíces. Quizá, a decir verdad, siempre estamos volviendo a casa, aunque con muchos huevos digamos que no. Estoy volviendo con la maleta más liviana y con una que otra cosa de lugares distintos: chingaderitas con historias, cosas innecesarias que se asumen como especiales. Vuelvo con el corazón despejado como los cielos despejados. Con una fuerza inquebrantable de arena cálida. Con el alma ligera.

Monjes budistas destruyendo el mandala. Foto: Especial.

Estoy volviendo a casa, a mis raíces. Quizá, a decir verdad, siempre estamos volviendo a casa, aunque con muchos huevos digamos que no. Estoy volviendo con la maleta más liviana y con una que otra cosa de lugares distintos: chingaderitas con historias, cosas innecesarias que se asumen como especiales. Vuelvo con el corazón despejado como los cielos despejados. Con una fuerza inquebrantable de arena cálida. Con el alma ligera.

Me anduve de un lugar a otro con el mismo bluyín y las mismas playeras con las que llegué. Incluso, debajo de ese bluyín, se me despidió de un bar. En una de las estaciones de mi periplo, trabajé de cocinera. Yo no sabía un carajo pero dije que sí, entonces, como es natural, pronto se me mandó a la mierda por embustera.

Qué importa, de verdad lo intenté a pesar de mi mentira. Seguí los llamados de la brújula que traigo desde que me fui, una brújula que está hecha de amor y dirección, nada más. Me anduve desde el sur y le di hasta todos los vientos. Que quizá de esto se trata la vida: de seguir el llamado de nuestra alma en esta encarnación, en este recorrido de aprendizaje en la Tierra.

Aún no he vuelto a casa, pero mis amigos dicen que me fui siendo una y que ahora soy, pues, otra. Yo qué sé. Hace unos días me fugué a la playa. Miré el mar durante horas consecutivas. Contemplé cómo las nubes y las olas cambiaban de espesor y juré que aquello que veía pasar a lo lejos cruzando el océano constantemente –un algo que iba y venía­–, era una motocicleta acuática. Pero terminó siendo un bote tremendo con seis personas –o a veces más–, algo casi que el Titanic. Es cosa de perspectiva, ¿no?

Lo más probable es que me haya ido siendo la misma que soy ahora, pero una no se da cuenta hasta que es atravesada por los arrecifes, ahí, en pleno brazo del océano Índico. Una no se da cuenta hasta que dice, suavecito y con dirección al centro del Todo, dice: soy frágil, ansiosa, vulnerable; tengo el corazón, la furia, la fuerza, todo junto, al borde del llanto, al borde de un abismo hermoso.

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