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María Rivera

07/10/2020 - 12:03 am

Lirismo de un martes negro

Ay, querida lectora, hipotético lector, todo parece indicar que vamos a recorrer el infame siglo del que venimos, con sus mazmorras: no hay nada nuevo bajo el sol. No, no nos llevó Peña Nieto, fue López Obrador.

Con 424 votos a favor; 178 en contra y 7 abstenerse fue aprobado en lo general la eliminación de 109 fideicomisos, durante la sesión ordinaria de la Cámara de Diputados. Foto: Mario Jasso, Cuartoscuro.

Ay, querido lector, lectora. Esta columna está más bien de capa caída, se puso lírica. Es un día triste para los mexicanos que creímos que votar por López Obrador traería beneficios para las víctimas, los periodistas, los científicos, los artistas, que no, nunca imaginamos que extinguirían los fideicomisos que garantizaron durante décadas el desarrollo de las ciencias y las artes, que les proveían de recursos que no estaban sujetos a la discrecionalidad del gobernante en turno, eran una política de Estado.

Un día indigno de los valientes periodistas que son perseguidos y los defensores de derechos humanos, funesto para las víctimas, en este país donde son cotidianamente acallados por fuerzas criminales coludidos con fuerzas del Estado.

Es un día triste e infame para quienes pensamos que se acabaría la militarización, que imaginamos cámaras legislativas que no usaran viejos métodos como la aplanadora para aprobar reformas contrarias al interés del país, que soñamos con autonomías y deliberaciones, que a la oposición no se le trataría como nos trataron durante décadas.

Ay, querido lector, qué martes tan negro, la verdad, en que escribo estas líneas y recuerdo cuando antes los diputados negaban toda interlocución real, aplastaban a los otros con sus mayorías. Todavía recuerdo la indignación sostenida ante la pantalla cuando mayoriteaban y cometían arbitrariedades como la reforma energética o la ley de medios. Así, igualito, estoy hoy. Viendo con decepción el mismo espectáculo, desde mi computadora, viendo como vulneran, desdibujan la mejor cara del país.

Será que me lastimé la espalda, una vieja lesión, mientras cargaba la ropa. No lo sé, pero se siente igual: un dolor que ya conocía, familiar, de vuelta. Una faja ortopédica para soportarlo. Igualito a lo que ha sido este martes, y yo frente a la pantalla, soportándolo, pero esta vez ya no son los mismos, pero son iguales.

Ya no sé si es la espalda, la faja, la Cámara de Diputados, las caminatas por el Zócalo, el plantón, los gritos por el desafuero, las idas a las asambleas informativas los domingos. No sé, ya no me acuerdo. Cómo caminamos juntos, tantos artistas y creadores. Como cantamos, criticamos, firmamos cartas, hicimos esténciles.

Al PRIAN había que sacarlo del poder, había que acabar con la militarización, el baño de sangre, había que acabar con las aplanadoras legislativas, había que acabar con las políticas neoliberales en la cultura y en el sector salud. Había que hacer más Estado, aumentar el acceso a derechos, eliminar la corrupción, acabar con la inequidad.

Sí, así decíamos. O así imaginábamos. No esto, no este martes, la verdad. No imaginábamos una rifa que no es rifa que es lotería para satisfacer los caprichos de un presidente, no, no imaginábamos a los científicos y a la ciencia como corrupta extranjerizante colonizadora, escritores llevados a la picota de la mañanera, burlas grotescas del poder.

Ay, querido lector, la verdad qué noche tan triste y no, no tiritan los astros a lo lejos. Tiritan, como signos oprobiosos, los días adoloridos de este país. Mientras el presidente juega béisbol y se mueren cientos de personas diariamente, la oposición de ultra derecha se extiende como hiedra, ¿en qué estás soñado, país mío, qué sueños oscuros se fraguan ya en tu vientre?

Duele, como un dolor de vértebras, así estructuralmente, del costado izquierdo. Cojea la realidad, se tropieza con militares, acá y acullá, por doquier. Con sus fideicomisos protegidos. Ay, la izquierda, mi vértebra. El señor Presidente, usando poemas sobre perseguidos. Licencias, por todos lados: fusílenlos en el cerro, quémenlos vivos, los violamos, se las metimos doblada, que se vayan del país.

Es una suma de dolores, querido lector, de quienes tuvimos fe en el cambio y esperanzas, y ahora solo tenemos penas y vergüenzas como si no se hubieran ido nunca, solo hubieran cambiado de piel y todas nuestras banderas yacieran enlodadas en la tierra.

La misma política autoritaria y arbitraria en sus formas, la misma captura de los órganos del Estado, la misma obra de teatro. La está descubriendo la oposición, es cierto. Los que nunca la vieron, ahora abren los ojos azorados, ven lo que nosotros vimos durante décadas.

Y allí estamos nosotros, los que ya habíamos visto la película y votamos contra ella, viéndola nuevamente, nada más que cometida por “los nuestros”. Y ahí seguimos, atrapados en el celuloide, como un holograma desesperado, un loop, gritando lo mismo, lo mismito que le gritábamos antes, la incapacidad de concebir un país distinto.

Y ahí vamos ya, cayendo, envueltos en la bandera autoritaria, nostálgicos, con nuestras fajas, haciendo movimientos contranatura, contracturándonos, soportando el dolor.

¿Podremos salir de esta película, me pregunto, me curaré, nos curaremos alguna vez? Ay, querida lectora, hipotético lector, todo parece indicar que vamos a recorrer el infame siglo del que venimos, con sus mazmorras: no hay nada nuevo bajo el sol. No, no nos llevó Peña Nieto, fue López Obrador.

Ay, cómo duele, cómo, la verdad.

 

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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