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María Rivera

10/02/2021 - 12:02 am

Los que se fueron

No es solo la pandemia, como he escrito aquí, sino la funesta combinación con el gobierno lopezobradorista en varios órdenes.

El maldito virus. Foto: Rogelio Morales, Cuartoscuro.

Fue así, de golpe. Viendo mi cuenta de twitter se me apareció su cuenta. Me detuve por un momento, dudando ¿no murió el año pasado? pensé. Fui a verla, sí, se detuvo hace justo un año ¿y su madre también murió? me pregunté. Sí, ambas murieron, me respondí en medio de una sensación de irrealidad. Luego, me asomé, como quien no quiere encontrar, a la cuenta de otro amigo poeta y editor fallecido recientemente. La misma sensación de incredulidad se apoderó de mí. Es difícil creer que gente haya muerto así, tan de repente, gente joven y en plenitud de su vida. “Se lo llevó el virus en días”, me dice un amigo por chat.

El maldito virus. Iván Trejo no era solamente un poeta, era un editor y era, además un editor generoso de poesía, cualidades poco frecuentes, hay que decir. Creía en ella y no escatimaba en buscarla y publicarla en su aventura editorial “Atrasalante”. No hay muchos poetas que sean generosos lectores con sus pares. Iván era uno de esas rara avis que podían mirar más allá de sí mismo, generar aventuras literarias, encontrar buenas obras, publicarlas. A diferencia de lo que suele ocurrir no pocas veces con iniciativas editoriales construidas como grupos sectarios de malos autores, el espíritu de Trejo era auténtica y legítimamente literario. Vivía en Monterrey, y estaba al tanto de todo. Un día, me llamó. Quería reunirse conmigo para publicarme un libro. Antes, me había contactado para incluirme en una antología que preparaba sobre poesía y violencia, en México y en Colombia. Nos juntamos a tomar una cerveza, platicamos mucho, sentados en un restaurante del Centro que está frente a Minería. Recuerdo que me sorprendió lo alto que era, parecía un roble, fuerte y sonriente. Había venido a la Ciudad de México a la Feria del Libro donde participaba su editorial. Escuchó, incansable, mis peroratas y disquisiciones sobre la poesía mexicana y mi postura inflexible por aquellos días. Hablé con él varias veces, nos encontramos por aquí y por allá, comimos otras más.

Lamentablemente, y por cuestiones del destino, yo no logré poner punto final al libro que me desveló durante años y finalmente no se concretó la edición. Aun así, le agradecí en el alma su apertura, su disposición, y las charlas que mantuvimos.

Ahora me pregunto si se lo dije suficientemente, o no. No logro encontrar entre mis recuerdos, por más que busco, la fidelidad de las conversaciones, pero últimamente mi memoria es más defectuosa que nunca. La ansiedad, la tristeza, la enfermedad, la zozobra impiden que el cerebro funcione, estoy segura, como si estuviera en un campo de flores. Espero haberlo hecho, y si no, sirvan estas líneas para recordarlo y agradecerle, donde quiera que esté su alma inquieta, su enorme generosidad. Esperemos que haya descendido de la mano de la poesía, para tomar la mano de Gelman, poeta que tanto admiró.

Estoy segura que muchos lo echarán de menos, y que es una gran pérdida para la poesía y el medio editorial en un país que ha renunciado a editar libros de poesía, esa noble función que el Estado mantuvo a través de varios sellos durante décadas.

Las consecuencias de haber centralizado toda el área editorial en el Fondo de Cultura Económica, en combinación con la “austeridad republicana”, esa forma de aniquilación de todo lo que tenga que ver con el arte y la cultura vivos, es decir, incorrectos, las padeceremos durante mucho tiempo.

No es solo la pandemia, como he escrito aquí, sino la funesta combinación con el gobierno lopezobradorista en varios órdenes, como el de la salud y la cultura. Cuando acabe, si es que eso ocurre algún día, y podamos salir a la calle sin cubrebocas (y sin miedo a morir) descubriremos qué poco queda del país que conocíamos. De lo bueno, quiero decir. Cuando se acabe la propaganda, se encuentre arrumbada en oficinas, veremos todo lo que se destruyó estos años negros, además de los muchos que perdimos y que murieron por la negligencia criminal del gobierno y de un presidente totalmente incapaz.

Tal vez, nos encontremos en alguna presentación de un libro, una lectura de poesía o sentados en una mesa de cantina, charlando despreocupadamente como solíamos hacer hasta hace un año, cuando vivíamos en una realidad imposible, o tal vez nos encontremos en alguna marcha de protesta. No lo sé, lo que sí me queda claro es que mientras eso no suceda, y falta mucho, pero mucho para ello, tendremos que sobrevivir a un virus y a un gobierno letales. Sobrevivir a la zozobra que ha producido el criminal manejo de la epidemia en el país. Salvarse, pues, y recordar los nombres de quienes han partido y hacían de nuestro mundo un mejor lugar.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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