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Tomás Calvillo Unna

13/10/2021 - 12:05 am

La perplejidad del sueño y el destierro de la razón

En términos cristianos no está mal traer a colación aquella frase idiomática de “tirar la primera piedra”.

Los abrigos del viento.
Los abrigos del viento. Pintura Tomás Calvillo Unna

Rendija:
En términos cristianos no está mal traer a colación aquella frase idiomática de “tirar la primera piedra”. En una sociedad compleja, (profundamente desigual e híper-tecnológica), recordar el valor sustancial de la palabra para generar paz, armonía y transformación: es más que necesario.

Una suerte de desasosiego
se expande por doquier;
el dolor en el pecho se contagia,
el yo de nosotros extravía su nombre.

Es la jauría nocturna;
su remembranza al despertar
entre esas columnas sueltas
cuyos techos ya no están.
Onírica arquitectura:
pilares abandonados,
dentro y fuera de las urbes.

¿Cuántos relatos
esculpidos en las estalactitas
del inconsciente?
Los murmullos de un sol oscuro
que aún destella,
en la piel convertida en estandarte
de la confrontación y la paz.

Los sueños se impregnan
de una inquietud que nos intriga;
los lustros son una madeja,
cuyos gestos, posturas y risas,
se intercalan, remplazan y se fijan,
en los abrigos verdes,
azules, negros, rojos,
en la inmensa terraza de los años,
donde la mujeres en silencio caminan.

Dan vueltas en círculos,
sus tacones son bajos,
con aplomo sus pasos.
Se detienen en el barandal,
y miran a lo lejos,
las aves volando en espiral se alejan.
¿Qué secreto guardan
en el mentón de sus intuiciones?

Algo se está derrumbando en nuestra casa;
escuchamos el crujir de las maderas
y los ojos nos comienzan a arder,
el polvo es cada vez más denso,
circunda las pesadillas que acechan.

Creíamos que sólo pertenecían a otras latitudes,
desconcertados tratamos de comunicarnos
y la interrogante de siglos retorna:
¿qué hacemos?
si por doquier la flaqueza emerge
y la inútil venganza.

El tumulto del ego se apropia y disemina
las arcaicas profecías del bien y del mal:
el perdón como una rama torcida
se incrusta en las arenas húmedas
de un tiempo ido.

Azorados buscamos refugio en nuestra memoria,
lo inimaginado se aparece,
con crudeza en su normalidad justiciera;
víctimas cercanas de un sin sentido.

En cada familia la ausencia carcome el amanecer,
deshiladas las horas, el temor y la impotencia
amarran las cintas de una creciente furia.

La ansiedad, sus espinas
encajadas en las fibras del sentimiento
nos confunde y agota.
Nada de eso se toma en cuenta,
nada,
es una tabla rasa,
¿para qué?
La realidad son los puños
en los bolsillos.

La historia se vino encima
y la piedad no existe.
Los tambores se escuchan
y aunque tratamos de negar esta bruma
que nos invade,
no dejamos de pensar
que la guerra se aproxima;
en medio de la ceguera
y las envenenadas buenas intenciones
que parten de los cuatro rumbos,
y precipitan el inicio involuntario
de la confrontación violenta.

El odio se ha esparcido
y es pólvora en las calles.
Tal vez ya es tarde,
para evitar la sangre entre hermanos.
Tal vez el decirlo,
tenga todavía su razón de ser.

Las alas de la mariposa
golpean el ventanal;
se oyen como los pasos nocturnos
de un ejército anónimo.

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