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Benito Taibo

13/12/2015 - 12:00 am

El poeta y el diablo

“Lo diabólico de los números es lo sencillos que son”, dice Enzensberger.

Eye [Ojo], 1946. Maurits Cornelis Escher. Foto: Derechos públicos
Eye [Ojo], 1946. Maurits Cornelis Escher. Foto: Derechos públicos
Yo he tenido serios problemas con las matemáticas durante toda mi vida.

De niño, tuve un montón de mentores que me daban clases particulares por las tardes para que el año (escolar) no se fuera al caño, y en vez de salir a jugar con los amigos, pasaba eternas horas intentando descifrar quebrados y divisiones, y pasándola francamente mal. Esos números que rondaban día y noche por mi cabeza eran completamente incomprensibles, y más de uno de esos tutores, pacientes y generosos que tuve, se dio por vencido y renunció al darse cuenta de mi imposibilidad (y muy pocas ganas) de entenderlos.

Logré superar los escollos que iban poniendo en mi camino, con enormes dificultades y descubriendo una y otra vez que lo mío eran las letras y no los números. De verdad hacía los que podía, pero era superior a mis fuerzas. Fui diagnosticado a principios de los años setenta como “hiperactivo”, y supongo que hoy sería un típico caso de “déficit de atención” o “niño índigo”.  Mi madre me define más certera y honestamente como “una pinche pesadilla” y creo que sin duda, su diagnóstico es el más certero (y barato).

Pero la literatura me cautivaba y podía leer durante horas, comprender y recordar sin dudarlo, nombres, situaciones, personajes, lugares, incluso diálogos completos. Así que mi “déficit de atención” era exclusivamente numérico.

Me han preguntado muchas veces acerca de los libros que han marcado mi vida, y los he dicho: “El señor de las moscas” de William Golding, “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole, “Marinero en tierra” de Rafael Alberti, entre otros que han dejado desde pálidas cicatrices en mi alma, hasta brillantes y enormes brechas en mi corazón.

Pero tal vez uno de esos libros que me marcó definitivamente, fue el “Algebra” de Baldor. Ese incomprensible (para mí) y enorme (para todos) mamotreto de más de un kilo de peso, que tuve (tuvimos, mi generación entera por lo menos) que cargar durante la preparatoria y que me marcó, sin duda, dejándome dos vértebras “resentidas” para siempre.

Por las noches, tenía pesadillas que me provocaban los ojos negros y penetrantes del matemático árabe Al-Juarismi, de nombre completo Abu Abdallah Muḥammad ibn Mūsā al-Jwārizmī, que aparecía en su portada.

Y lo escuchaba claramente decirme al oído: -Nunca podrás despejar la incógnita…

Así que despertaba sudoroso y angustiado, sabedor que tenía toda la razón.

Gracias al maestro Luis Tapia, logré pasar los años de preparatoria. Gracias a él y su sensibilidad, ya que al darse cuenta que jamás pasaría los exámenes, me pidió escribir un texto sobre mi ardua relación con los números. Me puso siete y yo fui muy feliz.

Las matemáticas y yo, tuvimos durante muchos años, una relación distante y a veces cruel.

Hasta que un poeta, vino a descubrirme lo divertidas y apasionantes que son.

Me refiero al maravilloso Hans Magnus Enzensberger. Ensayista, poeta, narrador alemán, ganador de múltiples premios que vino con su novela “El diablo de los números” de Editorial Siruela, a decirme ya siendo un adulto, que las matemáticas eran tan sólo un juego y que así había que verlas.

Teplotaxl es el diminuto diablo que va, durante doce noches seguidas a visitar en sueños a Robert, y por medio de maravillosas imágenes y conversaciones casi surrealistas, de forma amena y divertida, muy sencilla, a demostrarle a él (y a mí) que en la matemática hay un universo entero, y que disfrutarlo es mucho más fácil de lo que parece a simple vista.

“Lo diabólico de los números es lo sencillos que son”, dice Enzensberger.

Mi mujer acaba de comprar la edición de bolsillo del texto en la Feria del Libro de Guadalajara y me puse muy contento de tenerlo otra vez entre las manos.

Yo hubiera dado muchas de mis tardes perdidas de infancia y adolescencia por haberlo encontrado cuando más lo necesitaba.

Pero nunca es demasiado tarde. Las matemáticas y yo nos reconciliamos, y ahora vivimos un apacible y divertido romance.

Uno que pasa por la divulgación y la historia. Sigo sin poder despejar incógnitas, pero a estas alturas, me vale…

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