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María Rivera

21/08/2019 - 12:03 am

Hablemos de destrozos

Hablemos de lo que significa ser mujer en México, porque nadie, salvo nosotras, tiene la conciencia de lo que significa, profundamente forjada en su cuerpo.

Hablemos de lo que significa ser mujer en México, porque nadie, salvo nosotras, tiene la conciencia de lo que significa, profundamente forjada en su cuerpo. Foto: Sugeyry Gándara, SinEmbargo.

Hablemos de destrozos, hablemos de lo que diariamente le hace el país, las ciudades y los pueblos, las autoridades y las instituciones a las mujeres mexicanas. Hablemos de lo que pasa en sus cuerpos, en sus mentes, en su afectividad y en su autoestima cuando las acosan, las hostigan, las golpean, las secuestran, las violan, las asesinan. Hablemos del abuso sexual que se comete en niñas y adolescentes, de la cultura que ampara esos abusos, de las amenazas que sufren las mujeres que denuncian redes de pedófilos mexicanos, políticos y hombres poderosos que han destrozado sus vidas. Hablemos de cómo esa violencia destroza el corazón mismo del pacto social. Hablemos de la indignidad nacional que no descansa en monumentos sino en las calles: el patrimonio común del miedo. De los destrozos causados en millones de vidas, no en paredes ni vidrios, ni estaciones de policía, ni en monumentos. Destrozos que sufre un grupo social completo. No unos cuantos individuos, sino una colectividad. Nos sucede a todas: no de la misma manera, ni en el mismo grado, pero a todas las mujeres mexicanas de niñas, de adolescentes, de adultas. Hablemos de los destrozos que causa el ataque sistemático en sus libertades y derechos. Hablemos del terror de salir a la calle, hablemos de la incomodidad, del silencio, de lo que no tiene palabras. Hablemos del miedo. Hablemos de la experiencia que significa ser niñas y mujeres en este país, del peligro de acabar destrozadas en canales, en caminos, en basureros. Hablemos del peligro que significa para una mujer ser detenida por policías municipales, estatales, federales, soldados y marinos. No, no somos iguales: no nos tratan igual, ni las autoridades, ni las instituciones, ni el Estado. Somos, en los hechos, infraciudadanas.

Nos violentan todos los días en los espacios públicos, pero no hay autoridad ni Gobierno que lo evite y lo sancione. Los delitos perpetrados en los cuerpos de las mujeres son tolerados, minimizados, invisibilizados cuando no exculpados. No ha habido Estado para evitar que nos asesinen porque somos mujeres. Todo lo contrario, las fuerzas policiacas y militares, el sistema de justicia, viola y tortura mujeres sistemáticamente. Hablemos de las vidas destrozadas, de lo que nadie quiere escuchar. Hablemos de los destrozos que la tortura sexual causó en el cuerpo de las mujeres detenidas estos años por policías federales, soldados y marinos. Hablemos de Magdalena y de cómo nueve marinos la golpearon, la electrocutaron en genitales y pezones y la violaron en grupo: hablemos de su rótula destrozada, su vagina y su útero, de la sangre que corría por sus piernas. Hablemos de Mónica que fue violada por policías municipales frente a su esposo, de Corina que fue violada por militares mediante la utilización de un guante cortante y áspero que rasgaba sus genitales. Hablemos de cómo suplicaba por la muerte a sus captores, envuelta en un charco de sangre. Hablemos también de niñas asesinadas, de Patricia que tenía 12 años cuando la secuestraron en la región indígena tzeltal de Chiapas, hablemos de su cuerpo desnudo en un paraje donde la aventaron tras violarla y asesinarla. Hablemos de Daniela, a quien secuestraron y asesinaron en la Ciudad de México tras tomar un taxi que se desvió de su ruta, hallado su cuerpo en la Alcaldía de Tlalpan. Hablemos de Irma Claribel que desapareció en una red de trata cuando tenía 17 años, en Coahuila, de su madre destrozada que vive buscándola. Hablemos de Alexandra que tenía 15 años cuando la secuestraron, la violaron, la torturaron y la quemaron en el Estado de México. Hablemos de Valeria, quien  tenía 11 cuando un chofer de un pesero la secuestró, la violó y asesinó. Hablemos de Giselle, a quien violaron y asesinaron en Chimalhuacán, también a los 11 años. Hablemos de una niña de dos años violada por su padre en Ixtapan de la Sal. Hablemos de Carmen, violada en Miahuatlán de Hidalgo, también a los 11 años. Hablemos de Karla, a quien amarraron, golpearon y quemaron viva dos hombres en San Luis Potosí, falleció en el hospital por las heridas y quemaduras en 60 por ciento de su cuerpo. Hablemos de Silvia Jazmín que fue calcinada y abandonada en un basurero de Veracruz. Hablemos del dolor de los destrozos. Hablemos del horror y de la rabia. Hablemos de la identidad femenina como una forma de la atrocidad en este país. Hablemos, sí, de los destrozos, todos, en el metro, en el transporte público, en las casas: que se vuelva un escándalo, que toda la gente los repruebe. Hasta que tengamos derecho a vivir en paz, a tener una vida libre de violencia.

Hablemos de lo que significa ser mujer en México, porque nadie, salvo nosotras, tiene la conciencia de lo que significa, profundamente forjada en su cuerpo. Nadie, ningún hombre la conoce porque la sociedad no se la inculcó: ningún hombre sabe “los peligros de ser hombre”, cada día de su vida, hasta el último respiro. Nadie los educa para “cuidarse” de ser atacados sexualmente en la vía pública. Ninguna madre le diría a su hijo: “Ten cuidado cuando camines en la calle, pueden tocar tus genitales, tus nalgas, pueden meter sus manos en tu ropa, en el metro, en el pesero, en los parques, en los baños”; “si ves que te siguen busca una tienda, toca en un casa, grita lo más fuerte que puedas”; “ten cuidado si viene un ciclista por atrás, puede tocar tu cuerpo aunque no quieras”; “no salgas de noche en la calle, no andes en calles solitarias, ni de día ni de noche, pueden violarte”; “si abordas un taxi, observa que no te lleve por otra ruta, que no tenga seguros de niños, observa sus movimientos”; “si vas en transporte cuida que no se te restrieguen”; “si vas a un bar cuida que en la bebida no te pongan nada, no te vayan a drogar para poder violarte”; “si ves varios hombres caminando hacia ti, cámbiate de acera”; “si ves que te gritan obscenidades, haz como que no escuchaste”; “si vas a tomar transporte no uses ropa pegada”.

Hablemos de lo aterrador, lo verdaderamente aterrador, que nos lesionen por una única y exclusiva razón: ser lo que somos.

Hablemos, pues, de los destrozos que causa la violencia misógina. Allí están, a la vista de todos. Están en la prensa todos los días, están en los gritos de mujeres violentadas y en su silencio, pero también en el coro de voces de mujeres que la tarde del viernes pasado “tomaron” el Ángel de la Independencia, para denunciar los destrozos que el Estado mexicano causa sobre la mitad de la población. Los escribieron con precisión y elocuencia, con pintura morada. Plasmaron sus palabras con rabia, aerosol y verdad, convirtiéndolo, temporalmente, en el tercer “antimonumento” del Paseo de la Reforma, erigido por la rabia y el dolor social, como una denuncia ante la falta de justicia. Sobre la verdad oficial y marmórea de la Patria, las mujeres escribieron: “México feminicida”, “la policía nos viola”. También “ya no tenemos miedo” y “las paredes gritan la verdad”. Todo esto lo hicieron “por las que no volvieron”. Lo hicieron por Patricia, Irma, Giselle, Alexandra, Valeria, Carla, Carmen, Sylvia y miles de mujeres que ya no pueden gritar: “La Patria es asesina”.

Yo repito con ellas, en la soledad de la escritura, “nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio”.

Quedará para la historia la insurrección de su voz ante la brutal injustica que significa ser mujer en México. Los monumentos se limpian, pero la memoria permanece, he ahí la utilidad de las palabras. Estoy segura que la diosa Victoria, dorada, reluciente, y femenina que corona su columna, y que lleva en la mano unas cadenas rotas, simbolizará a partir de ahora la lucha de las mujeres, determinadas a no permitir “ni una más”, a pesar de quienes piensan que no se puede escribir, con tinta morada y brillantina, sobre el regazo de la patria y de la historia.

 

 

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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