Ya es primavera ¡Idiota!

22/04/2014 - 12:00 am

ScreenHunter_114 Apr. 21 23.14

De este lado del mundo ya es primavera. Y sí, ya sé que del lado de mundo donde están ustedes, también se dice lo mismo. Lo dicen las noticias, lo anuncian los shorts y las sandalias en los aparadores y las Jacarandas en flor. Pero, ahora sé que proclamar la llegada de la primavera es un tema delicado; especialmente de este lado del mundo. Y discúlpenme si empiezo este texto así, sin presentarme primero, pero hay prioridades y lo primero es lo primero. Ya es primavera, luego existo.

Hace aproximadamente un año y diez meses llegué a Alemania. Parecerá no mucho tiempo si se lee así de corridito, pero el tiempo tiene sus mañas y se desdobla caprichosamente dentro de sí de formas misteriosas. Cambiar de latitud descompone los relojes y altera el calendario. La migración duele por todos lados y nadie vende el analgésico; mucho menos el remedio. Nadie te prepara para semejante odisea. En el mejor de los casos, de un día a otro te encuentras con otro idioma, otra comida, otros amigos, otro clima. En el  peor, te encuentras tú solo. Sujetos, predicados, formas y contenidos, todos han sido modificados y pareciera que la lógica te abandona. Pero, como todo en la vida, la migración también es un proceso. Para unos más, para otros menos drástico (dependiendo de cuántos husos horarios hubo de por medio), pero al pasar por él invariablemente te transforma y te reinventa. Así parecido a la primavera.

Ésta es mi primer primavera de este lado del mundo. Sí, la primera. La del año pasado fue un patético ensayo de estación donde el paisaje explotó del gris al verde en ridículas dos semanas. La naturaleza, apremiada por la llegada del verano, economizó en los detalles. “Primavera Express”, así la denominamos. Pero este año, este año la primavera lleva ya cuatro semanas apapachándonos. Imponiendo récords de temperaturas, de días soleados, de sonrisas. Este año fue tempranera y se ha ido despacito, despacito.  Y yo, ahí voy igual.

Así despacito y papaloteando hago mis trayectos en bici por los alrededores de Heidelberg, mi pueblito de residencia. Acá le dicen ciudad, pero realmente es un pueblito. Miren: tiene 100,000 habitantes en 110 kilómetros cuadrados. Ternurita ¿no? Eso sí, no es un pueblito cualquiera. Tiene un río (el Río Neckar), que fluye bajo un puente (el Puente Viejo o Altebrücke) y desde el cual se puede admirar un castillo (el segundo más visitado en Alemania)  ubicado al pie de una boscosa cordillera (el Bosque de Oden o Odenwald). ¿Ya se lo imaginaron? Sí, es hermoso. Muy a menudo, y aunque sea una residente más, acabo fundiéndome con las multitudes de turistas que todo el año lo visitan haciendo clic, clic, clic en cada esquina.

Pero bueno, antes de que me distrajera con la descripción de mi pintoresco pueblito, les decía que ahí voy yo papaloteando los colores de la primavera, los brotes de verde en las ramas pelonas de los árboles, los narcisos en cada esquina y las ocasionales majestuosas magnolias. Como buena hija del asfalto y las Jacarandas defeñas, todo a mi alrededor parece un exótico sueño campestre. Ahí voy yo colmándome la pupila de colores cuando, invariablemente me rebasa un ciclista, sin advertencia o misericordia. ¡Zoom! A estas alturas, ya no me caigo de la bici, cosa que sí pasaba muy al principio, hace año y medio, cuando empecé a usar la bicicleta como medio principal de transporte. Ahora sólo me zangolotea el aire, trago algo de polvo que deja el ciclista a su paso y me queda una taquicardia que aturde mis capacidades de mentar madres al infractor de velocidad. – “¿Qué no ves que es primavera? ¡Idiota!”–, alcanzo a gritar inútilmente en castellano.

Atropellada y aturdida después de cada rebase, me quedo pensando: “¿Qué nadie más se da cuenta? Bola de insensibles y atolondrados alemanes, ¿no pueden detenerse unos segundos a admirar el camino? Se quejaron todo el invierno de la mierda de clima, y que ¡ay el invierno es tan gris!, que ¡ay qué depresión que tengo! y cuanta queja varia (todas justificadas) del periodo oscuro y miserable que es el invierno. Todo esto en contraste con el alboroto y regocijo que acontece en este país cuando hay buen clima, pero ¡ah no!, sólo me permito alegrarme de sábado a domingo (especialmente el domingo que no sirve para otra cosa que no sea contemplar la vida, porque no me queda de otra ya que todo está cerrado). El resto de la semana todo, ¡todo! lo hago en chinga y ¡ay de aquel que ose ponerse en mi camino! Tengo prisa, mucha prisa, no sé por qué (vivo en un pueblito), pero tengo lugares a dónde ir, cosas que hacer, distancias que recorrer. Todo rápida y eficientemente sin perder el tiempo en ver florecitas. ¡Scheiße!* ¡Fuera de mi camino!”.

Sigo mi camino con la misma parsimonia, regreso la mirada a los nuevos brotes de florecitas moradas que no estaban ayer y llego a un alto, sólo para encontrarme con el ciclista que recién me rebasó. Ahí está el pobre, parado en un semáforo en rojo donde no pasa un sólo auto pero que las reglas de tránsito (para bicicletas) le “prohiben” cruzar. Puedo ver su reprimida frustración en la intensidad con la que ve la luz roja que no cambia. Le llamo yo: Síndrome de Culifruncidez e Inflexibilidad Alemanas. La imposibilidad de aplicar el propio criterio ante la ley, sobre todo cuando ésta es absurda.

Yo, en cambio, me paso triunfante el semáforo frente a él. Después de todo, ¡ya es primavera, idiota! ¡Fuera de mi camino!

* Del alemán: ¡Mierda!

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video