Días de campamento

26/01/2013 - 12:00 am

Es implícito o en alguna parte del contrato colectivo de trabajo ha de haber una cláusula que obligue a los profesores a acudir a los cursos, reuniones de academia con sus discípulos para revisar el acta de acuerdos y enseñar los temas en la misma sintonía. La idea es escapar de la ciudad o del centro de operaciones y compartir con otros frustraciones, utopías y realidades de la enseñanza en la educación media superior.

Cada plantel escolar tiene su transporte. Los solicitados a la reunión llegan a temprana hora para salir de la ciudad y perderse un poco en la carretera y el ser extranjero local. Nadie es de la misma área, no compiten entre sí, pero están al pendiente de todo. Algunos platican sin parar, otros duermen, alguno que otro dispara sus ideas en papel con la melancolía existencial de Portishead o el rigor del metal.

El paisaje se desnuda ante quien presta sus ojos y todavía goza de la capacidad de asombro. Destino cumplido, la sequía de una ciudad norteña que le hace homenaje con su nombre a una cerveza reconocida a nivel internacional es el punto de partida para el análisis del programa semestral que está por darles la despedida a estudiantes de sexto semestre con la incorporación de algunas materias optativas.

Primera parada peatonal: biblioteca. Un enorme pasillo invade de nostalgia con libros viejos y computadoras que de milagro y cirugías informáticas han sobrevivido. El pan dulce, chocolate, café y jugo de naranja aguardan a los profes para saturarlos de energía y poner a girar esas neuronas por el futuro de México o al menos simular hacerlo como realizan algunos maestros. Al entrar, muchos poseedores del conocimiento se saludan como si hubieran cruzado el Atlántico y pasaran una eternidad sin verse. —¡Hola!, ¿cómo has estado? ¿Qué dicen tus hijos? ¿Qué has hecho?— hasta que se suelta la pregunta de ataque: ¿cuántas horas tienes?

Luego de olvidar la dieta rigurosa de enero ante flamante banquete, el instinto los llama a dirigirse hacia el teatro de la escuela para recibir una cálida y non hipócrita bienvenida. Las cortinas cuasi victorianas tratan de imponerse, pero es más fuerte la delicadeza de un piano cubierto de madera la que sensibiliza a algunos curiosos que prefieren imaginar el comienzo de un concierto. Regreso a la realidad: “Bienvenidos maestros al ciclo de formación y actualización docente”.

Se corta el listón rojo verbal y cada quien va hacia su salón, provocando una peregrinación. La casualidad reúne a los académicos. Nuevamente el protocolo fraternal de los saludos regresa hasta que el instructor llega y explica la dinámica en las cuatro paredes que como casi siempre gozan de una pésima acústica, pero la improvisación y astucia de los mexicanos nos liberan de aprietos gracias a la magia de Power Point pese a aproximarse la tarde y no contar con periódico, cartulinas o cortinas negras para ambientar el aula.

El chiste: discutir y actualizar la planeación de una materia sin precedentes. El grupo es organizado en equipos para desglosar cada bloque y perderse en la discusión hasta morir el tiempo asignado.

La distracción en socializar, retrasa el debate en algunos equipos. Parece reunión de alcohólicos anónimos: “Hola, soy tal, y soy profesor”, dicho con entusiasmo aún pueril, al menos por parte de los profesores nuevos que son testigos de cómo algunos casi veteranos confiesan que ponen a sus alumnos a calificar exámenes o que al principio las faltas de ortografía les horrorizaba y ahora se les hace de lo más normal. No hay de otra más que corregir.

Inquietudes, frustraciones, logros, métodos de enseñanza para ser práctico o incluso escuchar: “Ya te quiero ver en cinco años si revisas realmente punto por punto los trabajos de tus alumnos”, se escucha comentar de un equipo.

Hay que reconocerlo: a veces parece que se trabaja en una maquila del conocimiento mucho producto por terminar en poco tiempo, pero a fin de cuentas es dar un servicio al pueblo y hay que satisfacerlo aunque a veces no rinda lo suficiente por el exceso de pupilos.

Algunas quejas del salario se cuelan en los suspiros ventosos. ¿Cuánto te llegó de vida cara? A mi me llegó menos hace poco, ¿por qué será?– rugen discretamente.

Algunos hacen cuentas, parecen contadores desglosando los descuentos del cheque catorcenal. Pasa el instructor y gira el rumbo de la conversación, ya es hora de trabajar y analizar lo que les espera a los jóvenes. De todas maneras, las modificaciones solo quedan como acto protocolario y en realidad las propuestas ni siquiera se toman en cuenta para plasmar en el programa oficial de estudios.

He ahí la actitud agridulce de algunos docentes. Otros equipos comentan eficientemente e incluso llevan la crítica a otro nivel que simula atacar a sus compañeros en la realización de un examen de diagnóstico en borrador: “¿Tu computadora no tiene para hacer los acentos ni signos de interrogación? Esa pregunta está muy obvia, no me gusta. No tomen esto como una ofensa, ni de forma personal, estamos para aprender y construirnos”. Evidentemente el tono de voz no lleva a construir, sino a colocar la daga en el ego. La sonrisa y aceptar con benevolencia los comentarios es la única salida.

Hora de la comida. Un boleto salva la vida de los comensales. Todavía hay pan y algunos se atreven a tomarlo con discreción. Buscan donde sentarse. Algunos conversan del paso del tiempo y de cómo los hijos de algunos educadores se suman al sindicato, cuando en realidad no era su plan original, pero las circunstancias azarosas los llevaron ahí, como la mayor parte de los presentes. El encuentro se cierra con la siguiente pregunta: ¿Cómo ingresaste aquí? Todos tenemos una historia y es todo un acontecimiento.

@taciturnafeliz

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