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María Rivera

26/05/2021 - 12:03 am

Lo que la pandemia nos dejó  

La pandemia nos hundió en un bache de incapacidad, esto ya lo sabemos.

Nos enfrentaremos a las consecuencias de la pandemia. Foto: Cuartoscuro.

La pandemia nos hundió en un bache de incapacidad, esto ya lo sabemos. Meses sin poder salir de la casa, cuantimás los enfermos que temían atender al doctor por el riesgo de contagio o porque sencillamente los hospitales fueron reconvertidos. Miles de citas pospuestas, pacientes que no alcanzaron a llegar a este día, no pudieron atenderse a tiempo y fallecieron. Conozco, de primera mano, por lo menos dos casos de personas que se atendían en el Hospital de Nutrición que sencillamente fueron abandonadas a su suerte y no, no lo lograron: la enfermedad avanzó y cobró sus vidas ¿habrían muerto si hubiesen podido atenderse a tiempo? Es una pregunta llena de dolor y amargura que exhibe los trágicos saldos de la pandemia en nuestro país.

Estas pérdidas deberían sumarse a las fatales consecuencias de no haber contenido al virus, haberle permitido que se extendiera ocasionando así la expansión hospitalaria y por ende, la restricción en los servicios públicos de salud. El costo es enorme para todos aquellos que durante más de un año dejaron de recibir sus tratamientos y debiera contabilizarse como una más de las catástrofes que nos habrá dejado la estrategia de la Secretaría de Salud.

Como ya lo he dicho aquí muchas veces, el gobierno es el responsable de que esto haya ocurrido y de que medio millón de personas fallecieran, según los cálculos de exceso de mortalidad. Es un saldo trágico e inaceptable que no deberíamos olvidar, sino someter a una revisión independiente, que pueda fincar responsabilidades. En otros países, ya se habla de “pandemicidio” para describir las acciones de gobiernos que permitieron que sus poblaciones se contagiaran, fueron criminalmente negligentes. No hay algo que pueda llamarse “éxito” en lo ocurrido en nuestro país y la vacunación, aunque en marcha y más o menos exitosa, no repara la tragedia que nos ha ocurrido.

A pesar de la alegría que puede traernos la vacunación, quienes hemos vivido este tiempo, en menor o mayor medida, nos enfrentaremos a las consecuencias de la pandemia. Ojalá acabaran al tiempo en que pinchan nuestro brazo… la verdad, sin embargo, es que nos perseguirán por un largo tiempo. Pérdidas de patrimonio, de familiares y amigos, de trabajo, y demás calamidades no terminan por decreto. Nos costará tiempo recuperarnos, y a muchos, rehacerse tras la tormenta. Depresión, ansiedad, desesperanza. Con todo ello tendremos que seguir viviendo, heridas que tendrán que ir cerrando con el paso del tiempo. También, tendremos que redescubrir lo que ha ocurrido con el país. Y ahí pienso en todos los cambios (o destrucciones) que el presidente López Obrador llevó a cabo durante estos meses ominosos de enfermedad y aislamiento que, como sabemos, le vinieron “como anillo al dedo.”

Me refiero a la disminución radical del presupuesto (del 75% en la Secretaría de Cultura, por ejemplo), la destrucción de los fideicomisos, entre ellos el Fonca. La vida cultural, mermada y francamente inexistente, es muy probable que continúe en coma, rumbo a su extinción. Artistas sin trabajo, sin oportunidades, y, siendo horrorosamente realistas, sin visos de mejorar, cuando el presupuesto fue prácticamente desaparecido. O sea, al gremio le llovió sobre mojado y le seguirá lloviendo, sometido a la catástrofe política del obradorismo.

En cuanto la pandemia se termine (y aún es muy incierto saber cuándo podría ocurrir), constataremos que el desierto continúa: las instituciones, federales y estatales, sencillamente no tienen dinero. Eso sí, tendremos, los capitalinos, una obra en marcha en Chapultepec, como el gran proyecto cultural del gobierno de López Obrador, obscenamente centralista.

Nos enfrentaremos, pues, con que la terrible “austeridad” de López Obrador, decretada con total alevosía durante la pandemia, no era una anomalía de la emergencia, sino una política ejecutada contra el arte y la cultura, que para él significa un gasto oneroso, susceptible de ser recortado. Esta se hará patente cuando las actividades puedan retomarse y nos encontremos que los artistas, gestores, y miembros de la comunidad cultural siguen sin trabajo, al borde del abismo, si no es que no han caído ya, incapaces de mantenerse y mantener a flote la vida artística que alguna vez conocimos, fuera de convocatorias demagógicas.

Sin dinero, las instituciones como museos, o centros culturales son meros cascarones con jardines incapaces de realizar actividades sustantivas, remunerar a los profesionales que se encargan de crear arte y cultura para ofrecerlo al público.

Y es que, debemos recordarlo aquí: el arte y la cultura no florecen espontáneamente, de manera gratuita, como cree el presidente López Obrador, cuestan.

Sí, para los artistas y profesionales de la cultura, muy probablemente no habrá una recuperación post pandemia, y por ende, tampoco para la vida artística y cultural del país, excepto para los que consumen el raquítico presupuesto: los amigos y propagandistas del gobierno, ese minúsculo grupo de favorecidos.

María Rivera
María Rivera es poeta, ensayista, cocinera, polemista. Nació en la ciudad de México, en los años setenta, todavía bajo la dictadura perfecta. Defiende la causa feminista, la pacificación, y la libertad. También es promotora y maestra de poesía. Es autora de los libros de poesía Traslación de dominio (FETA 2000) Hay batallas (Joaquín Mortiz, 2005), Los muertos (Calygramma, 2011) Casa de los Heridos (Parentalia, 2017). Obtuvo en 2005 el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

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