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Tomás Calvillo Unna

28/03/2018 - 12:00 am

Ante los excesos, el balance

La alianza desde los años ochenta del siglo pasado entre una clase política tecnócrata y el gran capital, que condujo la globalización del territorio del país, ha derivado en excesos inimaginados en varios órdenes.

“Raíz y grandeza”. Imagen: Tomás Calvillo

No se ve a corto ni a mediano plazo una opción distinta al capitalismo, lo que sí se aprecia como una necesidad inaplazable es acotar y terminar con el capitalismo salvaje, que se ha anidado en México y que representa las nupcias del crimen y la política. La trilogía “corrupción impunidad y violencia” son sus signos más evidentes.

Estamos, como lo señaló hace siete años Javier Sicilia en el Zócalo de la ciudad de México, ante une emergencia nacional. Es decir, no podemos cerrar los ojos, ni cruzarnos de brazos ante el horror de nuestra normalidad democrática.

El dolor y furia acumulados en el país no presagian nada positivo.

El desmantelamiento del Estado ha dejado territorios donde la llamada sociedad civil se ha replegado ante las hordas criminales. En este desolado paisaje político, AMLO emerge como el representante del espacio social del Estado cercenado por la globalización, un espacio donde el sector privado se ha visto torpe atado a su lógica más elemental de ganancia solo matizada por alguna textura social proveniente no de la economía sino de residuos de un pensamiento moral o de la conveniencia estratégica de implementar modelos sociológicos de subordinación masiva.

La alianza desde los años ochenta del siglo pasado entre una clase política tecnócrata y el gran capital, que condujo la globalización del territorio del país, ha derivado en excesos inimaginados en varios órdenes.

La falta de respeto por los ritmos comunitarios y sus hábitats provocan destierros de pueblos enteros y el despojo de las riquezas naturales. Esa apropiación de la propiedad histórica de muchos ha tenido desenlaces de una degradación y violencia comparables a las guerras que suceden en otros sitios del planeta.

Michoacán, Guerrero, la sierra Tarahumara de Chihuahua, Tamaulipas, Veracruz, el mismo Morelos en las goteras de la Ciudad de México, están marcados por el saqueo, la falta de política y entendimiento y la imposición de proyectos sin futuro atenidos a la máxima ganancia en corto tiempo y para unos cuantos.

En esa atmósfera de anti valores puestos en marcha por dependencias federales y gobiernos locales, atrapados o subordinados a los intereses de consorcios nacionales e internacionales, han crecido las bandas criminales jugando el doble papel de amenaza y seguridad para una población que observa cómo se erosiona su entorno más inmediato.

Los excesos encuentran su mejor ilustración en franjas ampliadas de la clase política, ávidas de acumular riqueza y bienes en este mercado de territorios permisos, proyectos y negocios. Las redes de complicidad son transversales, no son afiliaciones políticas, aunque se den, están conformadas por tácticas de ganancias que requieren actores financieros, políticos y al aparato de justicia y seguridad.

Es una cultura que no está dispuesta al sacrificio de la ganancia inmediata para hacer posible un porvenir más provisorio y equitativo. Como un modelo fractal se reproduce la desigualdad, la complicidad, corrupción e impunidad y cuando es necesario la violencia.

Los diferentes bandos compiten desde los espacios locales, hasta nacionales e internacionales. El ejemplo más depurado de ello son los cárteles de las drogas. Sin embargo, los cárteles también se reproducen en varios ámbitos y su lógica de funcionamiento: la violencia, se convierte en componente indispensable de la normalidad, es la amalgama del poder, de ahí la elevada impunidad que vivimos.

Los proyectos que atañen a los ciudadanos; no solo a los de esta generación sino a las que vendrán, se exhiben ante los ojos de millones revestidos como lo más avanzado de las innovaciones que ubican a México en un lugar privilegiado.

La mercadotecnia se apodera del imaginario social para ser posible los grandes negocios, reducidos a una unidimensionalidad dominante que se impone como la única opción que traerá inversión, recursos y empleos. Todo lo demás se reduce y margina, espacio y tiempo desaparecen, solo importa la oportunidad de esa riqueza que genera el futuro deseado de unos pocos para muchos.

El caso del aeropuerto es emblemático, pero, en todo el país sucede lo mismo. Es una embriaguez tecnológica-capitalista, llámese inversión minera, automotriz, petrolera, etc. a la que asistimos como espectadores que no tenemos capacidad de pensar, reflexionar y menos decidir; y ausente de una mirada de larga duración y de una honda política social.

A los pocos años aparecen las consecuencias: carencia de agua, costos que se multiplican, hacinación, multiplicación de grupos criminales, problemas ecológicos; y habitantes, cuyo destino queda subordinado a cadenas de producción cuya planeación y mando les son ajenos.

Por lo mismo, el desafío para AMLO y su nuevo partido con viejos actores, es ser el balance de todo ello. No solos, pero la condición actual del país los ha puesto ahí y ellos lo han buscado.

Tendrán que ser el balance, en un territorio dentro de un mundo globalizado con sus maravillas y horrores, tendrán que facilitar el retorno de la dignidad a la política, que no es otra cosa que el respeto a sí mismos, el respeto que una comunidad se tiene a sí misma.
La tarea es más que compleja, pero en esta Nación como se detectó hace siglos también hay grandeza.

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