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Germán Petersen Cortés

30/06/2015 - 12:00 am

El declive de “las estructuras”

En la elección de 2015 asistimos a lo que Silva-Herzog Márquez llamó “el eclipse del tripartidismo”, tendencia que tratamos aquí hace un par de semanas. Junto con este eclipse atestiguamos también una caída mucho menos comentada y que es, acaso, la otra cara de la moneda de lo sucedido con el tripartidismo: el declive de […]

En la elección de 2015 asistimos a lo que Silva-Herzog Márquez llamó “el eclipse del tripartidismo”, tendencia que tratamos aquí hace un par de semanas. Junto con este eclipse atestiguamos también una caída mucho menos comentada y que es, acaso, la otra cara de la moneda de lo sucedido con el tripartidismo: el declive de “las estructuras”.

En el imaginario del político mexicano promedio, “las estructuras” son aquellos sufragios que tiene asegurados un partido político dentro de cierto territorio. Estas suelen estar constituidas por una combinación de votantes clientelares y corporativos y de sufragios de militantes y simpatizantes.

Los políticos saben que hay algunas estructuras que llegan solas a las urnas y otras, generalmente las más pobres, que requieren ser “movilizadas”, es decir, lo que antes se llamaba “acarreadas”. En los partidos mexicanos suele hablarse con tal normalidad de “estructuras” y “movilización” que sería un escándalo en cualquier país con una democracia consolidada.

Una de las conclusiones de la elección anterior es que las estructuras y los recursos para movilizarlas no garantizan más el triunfo y que su carencia no conduce automáticamente a la derrota.

Algunos datos para ilustrar el argumento. En las elecciones federales, la suma de los porcentajes de votación de los tres principales partidos –los tres con más estructuras– fue la menor en la historia.

Un lugar común entre la clase política es que el partido en el gobierno, al tener más capacidad para “movilizar estructuras”, tiende a ganar elecciones cerradas. Lo sucedido hace tres semanas rompió con esta idea:  de siete elecciones de gobernador que apuntaban a tener cierres de fotografía hubo alternancia en cinco.

También hubo alternancia en 102 de los 300 distritos electorales federales, es decir, 34% del total, según datos presentados por Lorenzo Córdova. Además, en 76 distritos la diferencia entre primer y segundo fue menor a 5%. ¿Cómo explicar tantas alternancias y resultados tan cerrados si no cuando menos en parte como consecuencia del deterioro de las estructuras?

En 2009, solo siete de los 300 distritos fueron ganados por algún partido distinto de los tres grandes, es decir, triunfaron partidos con pocas o nulas estructuras. En 2015, el número casi se cuadriplicó, para llegar a 26. De estos, 14 distritos fueron ganados por MORENA, que entre los partidos chicos es el que cuenta con más estructuras, pero la interpretación sobre el declive se sostiene.

Las victorias de candidatos independientes o postulados por partidos otrora insignificantes son acaso la muestra más contundente de que ahora se puede ganar sin que las estructuras y la capacidad de movilización sean lo prioritario, incluso en elecciones estatales o en municipios clave. Ahí están como ejemplos “El Bronco” en Nuevo León, Enrique Alfaro en Guadalajara o Alfonso Martínez en Morelia.

Mención aparte merece Pedro Kumamoto, el único candidato independiente que se alzó con el triunfo y que nunca ha militado en partido político alguno, por lo que su estructura es inexistente.

Desde el punto de vista del desarrollo democrático y del Estado de derecho, el declive de las estructuras merece celebrarse, por donde sea que se le vea.

Hoy, los partidos políticos difícilmente tienen un mínimo de sufragios asegurados y, cuando sí lo tienen, suele ser tan bajo que están obligados a ir por muchos más votos si quieren ganar. A partir de ello los partidos están incentivados a presentar buenos candidatos y propuestas atractivas, y desde luego a dar resultados, pues pareciera que la evaluación ciudadana de los gobiernos poco a poco sustituye a las estructuras y a la movilización en influencia sobre el resultado electoral.

En lo que se refiere a Estado de derecho, el declive de las estructuras es también aplaudible, pues los datos apuntan a que es cada vez menos rentable electoralmente comprar y coaccionar votos, así como llevar votantes a las urnas. Adicionalmente, la caída en la importancia electoral de las estructuras limita los incentivos a incurrir en prácticas patrimoniales, pues utilizar instituciones y recursos públicos para crear y operar estructuras no tiene, ni de cerca, la eficacia electoral de antes.

El declive de las estructuras es, pues, el ascenso de un sufragio cada vez más libre y elecciones menos patrimoniales y más competitivas. Hay, empero, un foco amarillo: los partidos están perdiendo a pasos agigantados su penetración en la sociedad y, con ello, la posibilidad de ser correas de transmisión de demandas sociales hacia el Estado. Nuevos tiempos para la democracia.

@GermanPetersenC

Germán Petersen Cortés
Licenciado en Ciencias Políticas y Gestión Pública por el ITESO y Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México. En 2007 ganó el Certamen nacional juvenil de ensayo político, convocado por el Senado. Ha participado en proyectos de investigación en ITESO, CIESAS, El Colegio de Jalisco y El Colegio de México. Ha impartido conferencias en México, Colombia y Estados Unidos. Ensayos de su autoría han aparecido en Nexos, Replicante y Este País. Ha publicado artículos académicos en revistas de México, Argentina y España, además de haber escrito, solo o en coautoría, seis capítulos de libros y haber sido editor o coeditor de tres libros sobre calidad de vida.

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