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Germán Petersen Cortés

21/07/2015 - 12:01 am

Flexibilizar o endurecer: la encrucijada de EPN

Una persona acorralada tiene, básicamente, dos alternativas: ceder y confiar en que quien lo asedia no le hará daño, o atacar al perseguidor con el objetivo de librarse a la fuerza de la situación. Algo así es la encrucijada que actualmente enfrenta el Presidente. No hay que insistir mucho en la severidad con que las […]

Una persona acorralada tiene, básicamente, dos alternativas: ceder y confiar en que quien lo asedia no le hará daño, o atacar al perseguidor con el objetivo de librarse a la fuerza de la situación. Algo así es la encrucijada que actualmente enfrenta el Presidente.

No hay que insistir mucho en la severidad con que las tragedias de Tlatlaya y Ayotzinapa y los escándalos de las casas golpearon a la administración federal. A ello se sumó el derrumbe del precio del petróleo, que obligó a un reajuste mayúsculo del gasto público y ahora pone en riesgo la viabilidad de la reforma energética, como quedó patente con la licitación de la ronda 1.

Cuando el gobierno apenas comenzaba a ponerse de pie tras los leñazos del segundo semestre del año pasado –todavía lejos de dar el primer paso– sobrevino la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Podría argumentarse que la fuga en sí no es culpa de esta administración, sino de un Estado y en particular un sistema penitenciario tremendamente incapaces. Lo que insalvablemente es responsabilidad del Presidente y el gabinete son sus reacciones al escape. Sea como fuere, el hecho es que la fuga del legendario delincuente puso de nueva cuenta contra la pared al gobierno federal.

Un gobierno arrinconado tiene, tal como la persona de la situación planteada al inicio, dos alternativas: flexibilizar o endurecer la estrategia política.

Flexibilizar implicaría cambiar inmediatamente a los integrantes del gabinete que son francamente insostenibles; apoyar en el Legislativo agendas impulsadas por la oposición –sobre todo en materia de combate a la corrupción–; atender con especial interés las áreas donde más han fallado (derechos humanos, cárceles, conflicto de interés, crecimiento económico, etc.); un discurso más abierto y humilde; mayor disposición al diálogo; e incrementos en la interacción del Presidente y el gabinete con la burocracia federal.

Endurecer supondría mantener intocado el gabinete y, en general, la coalición política que apoya el Presidente; colocar cerrojos en el trato con la oposición; cegarse ante los errores y hasta insistir en ellos; no revisar las estrategia de implementación de las reformas; privilegiar el monólogo, y en específico uno impositivo, en lugar del diálogo; y forzar a la burocracia, los medios y la sociedad en general a acatar las disposiciones ejecutivas, con la amenaza de represión a quien se niegue a hacerlo.

Flexibilizar es la alternativa democrática y endurecer es la autoritaria; flexibilizar es despresurizar la olla y endurecer es tratar de soldarla; flexibilizar es canalizar las tensiones políticas por las instituciones y gestionarlas desde ahí, y endurecer es cerrar los canales formales, enclaustrarse y lanzar ofensivas eventuales.

Revisemos ejemplos históricos recientes. Flexibilizar es, en general y con sus excepciones, el camino de Zedillo: negociar con el conjunto de la oposición, reducir el ritmo de cambio institucional, impulsar el federalismo, acelerar la descentralización, aceptar derrotas en elecciones de gobernador, colocarle controles a la corrupción y aceptar el descalabro en la elección presidencial.

Endurecer es la senda de Salinas: negociar solo con el PAN y excluir al resto de la oposición –tanto política como social–, intensificar el proceso de modernización a pesar de las resistencias, agudizar la centralización política, tirar “manotazos” selectivos en elecciones de gobernador y a mandatarios en funciones, permitir la corrupción y emprender un enorme programa clientelar para no perder las elecciones de 1994, Solidaridad.

Más allá de esta coyuntura, un elemento de nuestra ingeniería constitucional que urge flexibilizar es la duración del periodo presidencial, reduciéndolo a cuatro años, así como discutir la posibilidad de una reelección.

La historia reciente demuestra que difícilmente un Presidente puede dar resultados los últimos dos años de su administración. Véanse los casos de Salinas y Calderón para ilustrarlos: 1993 y 1994 serán recordados como los años de los magnicidios, el alzamiento de los excluidos y el desastre económico, y 2011 y 2012 como aquellos en que la violencia alcanzó sus máximos niveles desde la Revolución.

Veremos qué sucede con los últimos dos años de este sexenio. Mucho depende de si el Presidente acepta flexibilizar. O endurece.

@GermanPetersenC 

Germán Petersen Cortés
Licenciado en Ciencias Políticas y Gestión Pública por el ITESO y Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México. En 2007 ganó el Certamen nacional juvenil de ensayo político, convocado por el Senado. Ha participado en proyectos de investigación en ITESO, CIESAS, El Colegio de Jalisco y El Colegio de México. Ha impartido conferencias en México, Colombia y Estados Unidos. Ensayos de su autoría han aparecido en Nexos, Replicante y Este País. Ha publicado artículos académicos en revistas de México, Argentina y España, además de haber escrito, solo o en coautoría, seis capítulos de libros y haber sido editor o coeditor de tres libros sobre calidad de vida.

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