¿Bullying o broma?

Eduardo Suárez Díaz Barriga

17/08/2014 - 12:01 am

Suena la campana y los niños (también las niñas, por supuesto) corren al patio y a las canchas. Es la hora del recreo. Una profesora está de guardia. Cerca de una portería se ha formado una pequeña multitud, una “bolita”. De inmediato la maestra se dirige hacia allá. Observa que uno de los chicos arrebata un balón de futbol a otro y luego lo empuja. El que ha caído se levanta como si rebotará del piso y persigue a los demás, que se alejan a toda velocidad.

Por otro lado, ve que un grupo compacto de chicas platica bajo un árbol. Una de ellas, la “nueva”, se mantiene un poco distante, como si no tuviera permiso completo para integrarse al círculo de la conversación. Alguien ha dicho algo gracioso: todas se ríen. Todas, menos la nueva. Su cara es un extenso comentario sin palabras acerca de la naturaleza humana, capaz de una compleja polaridad que va del amor al rechazo. Las integrantes del grupo se levantan. La nueva camina tras ellas, muy de cerca.

Como en otras ocasiones, la docente no sabe si debe intervenir o no. ¿Se tratará de casos de bullying, o solo manifestaciones de los inevitables conflictos entre alumnos? ¿Podrán ser, incluso, bromas o juegos?

¿Qué es, exactamente, el bullying? Se trata de un comportamiento complejo. Antes que nada, involucra una agresión, que puede ser directa  o indirecta. Como en todo acto violento, la intensión es fundamental: el agresor desea dañar a la víctima. Ocurre como parte de una relación, esto es, no se puede entender exclusivamente desde la agresividad del bully o de la vulnerabilidad de la víctima. Y siempre implica una asimetría de poder: el agresor es más popular, más fuerte o más grande que la persona agredida. En la mayoría de los casos es una situación repetitiva.

Las agresiones directas, más comunes en los chavos, son las más fáciles de calificar como bullying: golpes, insultos, burlas, descalificaciones frente al grupo de amigos, gestos y miradas intimidatorias o de rechazo. Las agresiones indirectas, que se presentan más entre las chicas, son más problemáticas. Incluyen infidencias, deslealtades, descalificaciones relatadas a las demás como si la víctima no estuviera presente, rumores, chismes y actos de exclusión, como la infame ‘ley del hielo’. Son complicadas de detectar, aunque causen el mismo daño a la autoimagen y capacidad de relación personal que los golpes. Esta dificultad contribuye a que las y los adultos consideren que son situaciones normales e inofensivas, y por lo mismo, a obstaculizar las intervenciones efectivas.

El acoso escolar es especialmente pernicioso cuando se basa en una mirada sesgada sobre el género, preferencia sexual, raza o religión. Es el comienzo, y la ratificación cultural, de la discriminación y la exclusión sociales que nos asfixian a todos y todas.

Es importante comprender que el bullying cumple una función racional, aunque absolutamente inaceptable: el estatus dentro de un grupo se negocia frecuentemente por medio de la agresión entre pares. Esto es cierto tanto entre niñas de preprimaria como entre adultos profesionales. En esta negociación ocurre comúnmente una redistribución del poder, de la víctima al agresor. Este desequilibrio de fuerza o influencia no siempre es fácil de observar y tiene una dinámica muy voluble.

El  problema se torna grave cuando el agresor aprende a manipular la relación por medio de la fuerza. Tristemente, las víctimas se van tornando impotentes e incapaces de defenderse, lo que inicia un terrible círculo vicioso: los efectos del abuso hacen más vulnerable a la víctima y otorgan mayor poder y satisfacción al agresor. Se inicia así una escalada vertiginosa de violencia y dolor, que daña a ambos, víctima y agresor, en su salud relacional.

Como pudo leerse al principio, no es fácil saber si un comportamiento juvenil es o no un abuso. El problema casi siempre está en la lectura de la intensión. Es común ver que las posibles víctimas se recomponen cuando el supuesto agresor confiesa, honestamente y con voz culpable, que se le pasó la mano en la broma o el juego. “Perdón, solo estaba vacilando…”. Estas palabras son capaces de restituir el daño y convertir en risas las incipientes lágrimas.

Las bromas, incluso entre los adultos, son un terreno resbaloso y ambiguo. No se trata de que impere un rigor puritano, enemigo de la risa y la calaverada. Lo indispensable es el aprendizaje, en escuelas y familias, sobre la lectura de emociones e intenciones. El diablo no está en la travesura, sino en la violencia.

Eduardo Suárez Díaz Barriga

Eduardo Suárez Díaz Barriga es biólogo y profesor universitario. Tiene maestrías en administración de instituciones educativas y en tecnología educativa. Además de la docencia y la investigación, se ha desempeñado en puestos administrativos en instituciones educativas públicas. Le gusta la comida, el mezcal, la música y el cine. Se la pasa muy bien con su familia.

Lo dice el reportero