Mi exilio 1

Guillermo Samperio

09/05/2015 - 12:00 am

Aunque me sigue gustando la “Marcha de Zacatecas” que escuchaba en la escuela primaria y el “Son de La Negra” es mi canción mexicana preferida, mi himno (porque el oficial no me acaba de convencer) desde muy temprana edad y quizá hasta los 35 años no me sentía mexicano ni de Latinoamérica ni del mundo; era una especie de exiliado galáctico. En rigor, me daba vergüenza el folclorismo y el nacionalismo mexicanos y de cualquier parte del mundo, como el de los irlandeses con sus falditas. Yo me sentía flotar entre la gente del Distrito Federal, como que en cualquier lugar yo no creía ser de ahí, en ningún club, en ningún grupo y creo que aún me sigo sintiendo así, pues he tendido a ser un escritor independiente, lo cual ya sé que es contraproducente para mí, pues la cultura se mueve por grupos compactos y, a veces, un tanto mafioso.

         Desde ese exilio galáctico empecé a escribir, era para mí una manera de hacer un viaje fuera del planeta, pues mi capacidad de abstracción a la hora de escribir es muy potente; podía escribir en el comedor (no tenía estudio) mientras mis hijos pequeños andaban de aquí para allá, mi exmujer escuchando a la Sonora Santanera o teniendo una ardiente conversación con sus amigas en el extremo de la mesa donde yo escribía. Creo que en el momento de escribir es cuando obtengo mis mayores momentos de exilio, donde el único mundo que existe es sólo en el que me estoy introduciendo con la escritura.

         Por ahí de los treintaitantos acepté asistir a unos temascales con todo y el rito que implica; yo en verdad estaba muerto de miedo pues soy claustrofóbico, además de agorafóbico. Pero como el que me invitaba era un alumno mío muy querido, dedicado a la herbolaria, no pude negarme. La primera vez fue traumatizante y sólo pude estar poseído por el terror, pero me di cuenta de que no me había asfixiado y que había salido vivo de ese vientre terrenal donde el vapor me ahogaba como si fuera mi último día en la galaxia. La segunda ocasión, porque no habría para nada una tercera, ya más calmado, pero aún con angustia, pude estar más consiente; de pronto, a medio temascal, tuve una regresión al vientre materno. Veía yo como a través de una membrana muy delgada, tal vez había rojos, algunos tonos negros a mis costados y tenía una sensación de hastío y soledad muy potentes; de pronto, a través de la tela traslúcida, vi una sombra que se acercaba a mi madre y pensé que, al llegar esa entidad, se me borraría la sensación de desamparo, pero sucedió lo contrario: se acentuó aún más.

Esto me indicaba que mi estancia en el vientre materno había sido una dramática experiencia de destierro; en rigor, a mi madre le había incomodado tenerme dentro de ella o, quizás, la soledad de ella fue parte del alimento que me dio por el cordón umbilical de las sensaciones.

         Esto, desde luego, lo analicé con mi sicoanalista y estuvo de acuerdo con mi interpretación y me sugirió que deslindara la señal materna y que intentara construir de alguna forma mi posibilidad de pertenencia a la mexicanidad, aunque me dieran vergüenza los héroes de la revolución mexicana como Venustiano Carranza y los otros, excepto Zapata y Villa.

         Luego, hice un viaje a Europa donde estuve en Barcelona, París, Florencia, Roma y Londres (hasta hoy en día Florencia, con su apacibilidad arquitectónica, es mi preferida). Cuando regresé a México y me subí al metro me fue impresionante hacer la comparación de la gente del metro de Londres (donde las personas tienen una piel traslúcida, no blanca, como güijas) con la que iba en los vagones del Distrito Federal, todos morenos, como yo, y supe que éramos una etnia muy especial y fue así, como de golpe, cuando las evidencias me lo embarraron en la cara: yo no podía ser más que mexicano. Fue mi manera de ir construyendo mi mexicanidad, de la cual sigo dudando, porque la experiencia de sentirse de ningún lado desde antes de nacer hasta entrado a la adultez se vuelve costumbre, como tener un páncreas de exilio. Quizá en la actualidad he hecho algún progreso: me siento ciudadano del mundo. Es decir, ya no ando por la galaxia Casiopea. Y acepto que somos resultado de dos culturas milenarias, complejas y triunfantes; agregaría una tercera, inevitable, que es la árabe.

Guillermo Samperio

Lo dice el reportero