Corea es uno de esos países que han sufrido de todo: guerras, colonialismo, dictaduras e invasiones de sus vecinos China, Japón y Rusia. Corea del sur, una economía líder del sur asiático, se ha distinguido por su auge cultural en cine, arte, incluso hasta en series comerciales y música con el ritmo de moda K-pop. Hoy cuenta con una de las más jóvenes premio Nobel de la historia, Han Kang. Por estas razones se ha convertido en centro de la conversación mundial. Pero lo que hasta hace poco no era muy sonado es que en 1979 sufrió un golpe militar que terminaría en un acto vergonzoso. En mayo de 1980, durante cinco días, la pequeña ciudad de Gwangju vivió un levantamiento en contra del dictador Chun Doo-Hwan, convocado por jóvenes universitarios y reprimido de forma violenta y cruel por el ejército nacional. La historia oficial mencionó cientos de muertos; en realidad fueron miles.
La indefensa sociedad, se ocultó en sus casas. Nadie quería ver lo que ocurría en las calles a plena luz del día. La ciudad se convirtió en muy pocas horas en uno de los escenarios más crueles del horror. Jóvenes, casi niños apenas salidos de la secundaria, eran perseguidos, heridos, golpeados con bayonetas y finalmente asesinados. En pocas horas miles de cadáveres yacían en el campus universitario, donde se habían reunido para protestar. En el tránsito de esos días los cuerpos mutilados, con los rostros deformados para no ser reconocidos, cubiertos de agujeros de balas, vacíos de su sangre, fueron acumulados en el estadio deportivo. Otros fueron acarreados en camiones hasta las prisiones y centros de detención donde fueron torturados y obligados a denunciar nombres. Muchos murieron durante las torturas y otros más tarde en la prisión por el inhumano trato recibido. Algunos sobrevivientes prefirieron callar para no sufrir una venganza o nuevas persecuciones.
La acción cometida por los soldados en contra de su propia gente es narrada por la escritora Han Kang. Actos humanos es un lamento permanente, no quiere ser otra cosa, no hay una historia del antes ni del después; no hay necesidad de narrar hechos históricos que nos pongan en antecedentes; las cosas en este libro son como fueron en la realidad, paso a paso. La labor de Kang es sacudir el dolor para restituir el valor de las víctimas. Una obra que hace justicia a las víctimas de este horror en un relato que no se detiene en su consigna, borda el paroxismo de la crueldad y devuelve un rostro a los miles de muertos.
Leer Actos humanos es una de las experiencias más profundamente dolorosas, aterradoras y, como una paradoja, bellas que podemos experimentar. En cada página hay una razón para no seguir y están todas las que nos obligan a hacerlo. Entrar en la literatura de Kang nos hace cómplices de la verdad y del espanto, como lo llama Pascal Quignard, esa ominosa energía que se cuela por cada poro de la piel en una obra que es poesía documentada. Un extraño e inusual género inmerso en pasajes dantescos y sin concesión alguna.
Como en otras novelas, La vegetariana y La lección de griego, una vez más, la genialidad poética de Kang nos lleva a explorar aquello que cuesta tanto trabajo enfrentar. En La Vegetariana, una mujer ha soportado de distintas maneras la violencia hasta que decide dejar de ser humana y convertirse en un árbol. En La lección de griego asistimos a la historia de dos alienados en su encuentro; una mujer que ha perdido la voz debido a la angustia y un hombre que está a punto de quedar ciego. Actos humanos plantea la paradoja del absurdo, el humano es el único ser capaz de ejercer crueldad en contra del otro.
A pesar del devastador realismo, una sensación de poesía permite un continuum: secuencia tras secuencia ascendemos a la desgracia, al nihilismo que viene después de la exacerbación de la violencia. Kang nos lleva de un extremo a otro, de los vivos a las almas de los muertos, de los asesinos a sus víctimas, de ella misma tratando de comprender la ignominia a través de su arte. Es un reclamo de justicia necesario, urgente.
¿Cómo puede haber tanta sensualidad, ternura, belleza en la carne que se pudre o en un cuerpo deformado por la tortura? ¿cómo podemos respirar cuando pasamos de una página a la otra en esta misa de muertos? No hay salida, dejarse seducir por el poder de Kang es sumergirse en la absurda y demoledora capacidad alcanzada por los seres humanos para destruir. ¿Hasta dónde pueden llegar las acciones humanas cuando se trata de reprimir, aniquilar e incluso borrar la existencia de alguien?
Actos humanos está construida con imágenes de una pulcritud en el horror; escenas que se convierten en cuadros de espeluznante crueldad. Como un Guernica de Picasso, la Barca de los esclavos de Turner, la Balsa de Medusa de Géricault o los Desastres de la guerra de Goya. Como estas obras, es una alegoría a la muerte; estridente, ensordecedora en su silencio. Imposible de contemplarse y a pesar de ello fascinante. Un encuentro con el dolor que puede olerse y tocarse.
Escena tras escena el lector se transforma en posible actor de este drama. Lo mismo sentimos la piel de los perseguidos, que la angustia de quienes los buscan o la impotencia de los que clasifican cadáveres, ayudan a limpiarlos, y entregan a un padre y una madre desechos de dolor. Pero Kang nos coloca también pisando con las botas del represor, ese que no parece tener alma y tortura por el simple deseo de humillar al otro. Para la premio Nobel el arte no sólo es una expresión de cara al placer estético, es el compromiso inalienable con los valores fundamentales de la vida. No se trata de un simulacro del horror, es penetrar en él como única posibilidad de redimir a la condición humana.
Y tal vez esta es la más dolorosa de las conclusiones de la novela: el acto ejercido por el verdugo es uno de los más incomprensibles que podamos imaginar. Lo sabemos por muchos “actos humanos”: las desalmadas hordas bárbaras; los crueles soldados romanos, la ferocidad de los ejércitos otomanos; los combatientes de la Primera Guerra Mundial que practicaban en sus enemigos las más dolorosas torturas; o los nazis que probaron hasta dónde puede llegar la humillación del otro. Frente a este espectáculo del horror del pasado, tendríamos que asumir que nada de esto volvería a ocurrir en nuestros días. Pero ocurrió en México en 1968, en Chile con Pinochet, en los Balcanes, en África todo el tiempo, entre muchos otros, y volvió a ocurrir en Ayotzinapa con los estudiantes de la Normal. Ocurre cada día con los desparecidos en México y con las madres que los buscan y se dejan guiar por el olor a muerte que expiden las fosas.
Como el de W. A. Mozart, el de Gabriel Fauré o el de Benjamin Britten, esta novela es un Requiem que eleva la voz de las víctimas en una belleza arrolladora. Un requiem tan poderoso que hoy nos traslada de Wangy, a Ucrania o a Gaza. ¿Cómo pudimos llegar a esto? ¿Cómo abordar esta atrocidad sin pensar que la destrucción del otro es la eliminación inexorable del género humano? @Suscrowley





